El arte como acto de resistencia

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El hallazgo en un viejo desván de tres violines impulsó a la escritora Svenja Leiber a alumbrar una novela de vocación lírica. Cuando era niña Leiber presenció ese descubrimiento y le sorprendió la conducta de los lugareños. Todos estaban persuadidos de que uno de los instrumentos tenía un valor incalculable. El problema es que nadie sabía cuál era la pieza de coleccionista. De esa incógnita nació la novela ‘Los tres violines de Ruven Preuk’, que ahora se publica en España gracias a la editorial Malpaso. La narración es un lamento por un mundo asolado por la destrucción de la guerra y una reivindicación del arte como acto de resistencia. La novela aborda la locura colectiva en que se vio sumida Alemania en el siglo XX, cuando el totalitarismo del Tercer Reich y la II Guerra Mundial abocaron a Europa a la destrucción. En ese contexto histórico, Reuven Preuk, un muchacho silencioso y soñador que posee un don innato para el violín, se debate entre el amor a la música y el amor a las personas. Svenja Leiber desmenuza el momento en que la música estuvo en trance de desaparecer porque los hombres, en vez de atender a su función apaciguadora, solo escuchaban el “lúgubre acompañamiento de la catástrofe del último siglo”.

“La guerra trajo consigo el silencio y después vino la radio y otros dispositivos que hacían innecesario saber tocar instrumentos”. Mientras unos se adaptaron a los cambios, otros quedaron atrapados por el “hambre de la tierra” que anida en sus recuerdos, explica la autora. En tanto el mundo se desmorona y la estridencia de los hombres impide escuchar el sosiego, Ruven no abdica de su vocación y sigue empuñando el arco de su violín, sin percatarse de que su virtuosismo le aparta de la gente. Siendo un maestro del violín, Preuk, sin embargo, no posee el carisma del genio. Como chico de pueblo que es, el violinista es incapaz de amoldarse a los gustos de la burguesía ilustrada y urbana, entre otras cosas porque no está dispuesto a representar una impostura. Leiber cree que la sociedad actual exige al artista que se presente como un impostor, que se dote de una imagen y se construya un personaje que poco tiene que ver con su quehacer. La autora no sabe qué es peor, si la mercantilización del arte o su banalización. “Probablemente una cosa conduce inevitablemente a la otra”, dice. A la prosista, que como no podía ser de otra manera toca también el violín, le preocupa la degradación de la literatura, cuyas obras tiende a ser suplantadas por un sistema donde lo que a la postre importan son los contactos, el marketing y las apariencias.