Tras la renuncia de Benedicto XVI, la silla de Pedro quedará vacía hasta que un nuevo papa emerja del próximo cónclave. :: ALBERTO PIZZOLI / AFP
Sociedad

Ratzinger rompe el tabú del abandono

En una decisión histórica que actualiza los hábitos de la Iglesia, anuncia por sorpresa su «incapacidad» y su renuncia, el 28 de febrero, para dejar paso al cónclave que elija a su sucesor

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Benedicto XVI ha hecho historia de la forma más inesperada: renunciando a su cargo. Ha sido lo más revolucionario que ha hecho en su vida. Lo dejará el 28 de febrero a las 20.00 horas y luego se retirará a la residencia papal de Castel Gandolfo, cerca de Roma, hasta que terminen las obras de un pequeño monasterio de clausura del Vaticano, donde se instalará. Hacía 600 años que no ocurría algo así, desde Gregorio XII en 1415, y el más famoso, Celestino V, en 1294, que cargó durante siglos con la mancha de la infamia, retratado por Dante en el infierno. Por eso el gesto de Ratzinger tiene un valor añadido: supone un paso enorme hacia la modernidad para la Iglesia, que hasta ahora consideraba el papado vitalicio y absolutamente dependiente de la voluntad divina. Igual que, según la creencia católica, el Papa es elegido por el Espíritu Santo, que inspira a los cardenales reunidos en el cónclave. Pero Benedicto XVI rompe un tabú con una decisión contra corriente que tal vez a partir de ahora se convierta en norma y sitúa más en el mundo actual a la Iglesia católica. Él ha asumido, como último servicio, la carga de crear el precedente y a sus sucesores les será más fácil imitarle si llega el caso. Son otros tiempos y, respecto a posibles conflictos, no parece probable que surja un antipapa. Con todo, no se puede descartar que la decisión disguste en sectores conservadores.

El Papa lo dijo ayer sin rodeos: «Ya no tengo fuerzas». Admitió con humidad su «incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado». Aún resisten en la memoria las imágenes agónicas de Juan Pablo II en sus últimos meses de vida, incapaz de hablar y moverse, negándose a abandonar. Pero Benedicto XVI es de otra opinión, que por otra parte era bien conocida, y con toda probabilidad ha pesado en su decisión lo que vivió en primera fila con Wojtyla, por mucho que entonces se ensalzara el sacrificio heroico del papa polaco. «De la cruz no se baja», insistía aún ayer su viejo secretario, Estanislao Dziwisz, ahora arzobispo de Cracovia, aunque en principio no quería ser polémico y defendía la visión de cada cual. Pero se mire como se mire, en el histórico anuncio de ayer hay una frase clave que pone al día la Iglesia: «En el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro (...) es necesario el vigor tanto del cuerpo como del espíritu».

Benedicto XVI escogió el día de ayer porque tenía allí delante a buena parte del colegio cardenalicio, primer afectado por su decisión y que asistía a una ceremonia de canonización. En principio, que coincida con la festividad de la Virgen de Lourdes es casualidad, pero ya ayer se hacían cábalas. Como sobre todo lo demás. Seguramente seguirán intensas semanas de rumores y teorías. El Papa lo dijo en latín y eso aumentó la confusión, pues la mayoría no se enteró de lo que estaba diciendo. El portavoz vaticano, Federico Lombardi, admitió ayer que a la mayoría «nos ha cogido por sorpresa». El cardenal Angelo Sodano, a quien tocaba responder en un discurso, lo sabía desde hacía «algunas horas», señaló Lombardi, pero habló conmocionado y admitió que le habían escuchado con «sensación de desamparo, casi del todo incrédulos». El hermano de Ratzinger, desde Alemania, revelaba en cambio que lo tenía decidido desde hace meses.

El diario vaticano, 'L'Osservatore Romano', desvelaba por la tarde que lo decidió hace casi un año, tras el viaje a México y Cuba de marzo de 2012, y era un absoluto secreto. No es de extrañar, pues es en los viajes largos donde el pontífice acusaba especialmente el cansancio. Aunque los limitaba y daba prioridad a los desplazamientos cortos, de fin de semana, se daba perfectamente cuenta de que, desde Juan Pablo II y en un mundo globalizado, son un vehículo esencial de transmisión del mensaje católico. Quizá sentía que ahí no estaba a la altura. De hecho no se hablaba todavía de ningún viaje este año, algo realmente raro a estas alturas, pero se antojaba un reto mayúsculo que fuera al único fijado hace tiempo, las Jornadas Mundiales de la Juventud en Brasil, el próximo mes de julio.

Sin el «vigor» necesario

Lombardi descartó ayer que la renuncia se deba a problemas de salud declarados: «No hay ninguna enfermedad en curso». Ayer eran insistentes en Italia los rumores de que está enfermo. En cualquier caso que el Papa no estaba bien, simplemente por su edad, 86 años el próximo mes de abril, era evidente. Estrechando su mano en su biblioteca en noviembre este corresponsal, como otros colegas, podía constatar su fragilidad. Camina con dificultad, por problemas en una pierna, no ve bien por un ojo, habla con un hilo de voz y el rostro aparece cada vez más demacrado. Su mirada era lúcida, pero es el cuerpo el que no responde. Como admitía ayer él mismo, le faltaba el «vigor» necesario para su ardua tarea.

A su manera, en una forma que completará la huella de Benedicto XVI para la posteridad, ha sido un gesto de libertad intelectual y humildad de un pontífice peculiar. Al despedirse ayer pedía «perdón por todos mis defectos», aunque se puede pensar que los balances que empezarán a hacerse ahora serán benévolos. Ha hecho lo que ha podido con su mejor intención, fuerzas justitas -fue elegido ya con 78 años- y escaso talento mediático. Son casi ocho años de un pontificado, inevitablemente de transición, que el propio Ratzinger arrancó días antes de ser elegido con un lamento por la «suciedad de la Iglesia». A él le ha tocado hacer limpieza en muchos frentes, y ante todo tipo de dificultades, tanto externas como internas, se entiende aún mejor que eche de menos el «vigor».

Benedicto XVI dejó pronto atrás su imagen mediática siniestra, de 'Panzerkardinal' que ahora parece a años luz, para volcarse en el diálogo con los no creyentes y en la doctrina didáctica con los católicos. Ha sido un Papa que además de encíclicas, tres, ha escrito libros en que pedía que se le contradijera si no se estaba de acuerdo. Pensó en un rescate de la pureza original del cristianismo, como receta a unos tiempos inciertos, y de ahí que desempolvara la misa en latín y el gregoriano. También intentó cerrar el último cisma por la derecha, con los lefebvrianos, aunque ha salido mal y siguen en ello; rehabilitó a los jesuitas y metió en vereda movimientos ultraconservadores como los neocatecumenales y los Legionarios de Cristo, echando a su fundador corrupto y criminal sexual, Marcial Maciel. Ha tenido también excepcionales momentos de autocrítica, negando, por ejemplo, que la culpa del escándalo de la pederastia fuera de los medios de información, que hasta entonces era la tesis oficial. En los viajes destacan sobre todo su visita a Auschwitz, por ser alemán, a Israel y los territorios ocupados, y especialmente a Cuba el año pasado.

Pesan mucho en la visión general de estos años los problemas. En su canto final de nostalgia por las fuerzas que se le escapan se puede intuir en el Papa la marca de los graves conflictos que le ha tocado afrontar, así como el modo en que se han presentado, centrifugados por la actual velocidad del mundo de la información. También es consciente de los que no ha podido resolver, como una reforma de la Curia y la fractura con las sociedades laicas.

En cualquier caso no era del todo inesperado que Benedicto XVI lo dejara, había hablado de ello varias veces. De forma transparente en el libro-entrevista de Peter Seewald 'Luz del Mundo', de 2010: «Si el Papa llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con el encargo de su oficio, tiene el derecho y, en ciertas circunstancias, también el deber de renunciar». Añadía que «se puede renunciar en un momento sereno, o cuando ya no se puede más», pero no en una situación de «peligro». Desde luego no le han faltado en estos años: el discurso de Ratisbona que ofendió al Islam en 2006; en 2009, la polémica por la readmisión de los curas cismáticos ultraconservadores seguidores de Lefebvre cuando uno de ellos, Richard Williamson, mostraba posiciones antisemitas; el escándalo de la pederastia en el clero heredado de Juan Pablo II o, el último, las filtraciones de documentos reservados de 'Vatileaks', con el arresto, también histórico, de su mismísimo mayordomo.

La 'sede vacante'

Se puede pensar que Ratzinger ha aguantado hasta que pasara el chaparrón del último escándalo, 'Vatileaks', para abandonar. No obstante surge la duda de que algún factor desconocido hasta el momento haya acelerado los tiempos. Por ejemplo, acaba de abrir una cuenta en Twitter, que se supone que ahora cerrará, y había reforzado en el cargo a su secretario personal, Georg Gaenswein, que de repente tendrá que hacer las maletas.

Roma y el Vaticano, de este modo, irrumpen en la atención mediática mundial e Italia se instala en uno de sus familiares periodos de asombrosa convulsión y caos, en medio de unas elecciones generales cruciales los próximos 24 y 25. Tres días antes de que dimita el Papa. Luego se abrirá el periodo de 'sede vacante', esta vez muy particular porque es inédito y en la propia Santa Sede admitían ayer que aún deben aclararse con la agenda. Los tiempos deberían abreviarse porque, naturalmente, no habrá funeral del pontífice difunto y se abrirán las llamadas congregaciones generales, muy importantes para empezar a buscar el próximo papa. Son las reuniones de todos los cardenales, tanto los que participan en el cónclave como los mayores de 80 años, sin derecho a voto, para rezar, reflexionar y debatir. En principio, debería haber nuevo papa en unos 15 ó 20 días a partir de que la renuncia se oficialice. Como calculó Lombardi, «para antes de Semana Santa», que es a finales de marzo.

En cierto modo, Benedicto XVI con su acto revolucionario da un impulso a la Iglesia hacia nuevos horizontes y ya está apuntando a su sucesor. Por decirlo de forma breve: si el Papa dimite, algo impensable hasta ayer, todo lo demás es posible. Un pontífice negro, hispano, joven o que emprenda grandes cambios. La renuncia de Benedicto XVI coloca a los cardenales, que a partir de ahora no dormirán nada bien, en el punto de partida donde les dejó la muerte de Juan Pablo II en 2005: ¿por dónde tirar, hacia dónde encaminar la Iglesia en el siglo XXI? Ante el vértigo colosal de sustituir a Wojtyla eligieron a Ratzinger como figura de continuidad, que se ha limitado a seguir y corregir el legado del papa polaco, pero todo el mundo sabía que lo difícil sería escoger al siguiente. Al de ahora. Han tenido casi ocho años para pensarlo, pero reina una total incertidumbre. De nuevo se siente el vértigo de la historia.

TEXTO ÍNTEGRO DE LA RENUNCIA

Queridísimos hermanos, os he convocado a este consistorio no solo por las tres canonizaciones, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia. Después de haber examinado repetidamente mi conciencia delante de Dios, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercitar de modo adecuado el ministerio petrino. Soy bien consciente de que este ministerio, por su esencia espiritual, debe ser realizado no solo con las obras y las palabras, sino también sufriendo y rezando. Todavía, en el mundo de hoy, sujeto a rápidos cambios y agitado por cuestiones de gran importancia para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del alma. Vigor que en los últimos meses me ha disminuido en modo tal de deber reconocer mi incapacidad de administrar bien el ministerio a mí confiado. Por esto, bien sabedor de la gravedad de este acto, con plena libertad, declaro renunciar al ministerio de Obispo de Roma, sucesor de San Pedro, confiado a mí por mano de los cardenales, el 19 de abril del 2005. De modo que, desde el 28 de febrero del 2013, a las 20 horas, la sede de Roma y la sede de San Pedro quedará vacante y deberá convocarse, por aquellos a quienes compete, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.