La cuadrilla del Francisco Ponce trabaja en Les Barthes, Francia.Amargas despedidas
«Lo más duro es dejar a la familia, subir al autobús y ver como los chiquillos lloran. Sentir que te vas y dejas a tus padres que son cada vez más mayores», confiesa Francisco Ponce, un alcalareño que conoce todos los entresijos de la recogida de la fruta.
Habla sosegado, desde la experiencia de quien ha crecido y madurado faenando en el campo francés: «Llevo allí 38 años, prácticamente una vida, pero cada año me cuesta más trabajo». Ponce es el encargado de una cuadrilla de 48 personas que partirá el día 21 de este mes a la campaña de la manzana en la localidad de Les Barthes, una comuna francesa, situada en el departamento de Midi-Pyrénées. Allí trabajarán en Les Granges, una finca de 125 hectáreas.
Son prácticamente los mismos jornaleros que la campaña anterior. «Podríamos ir más –antaño llegaron a ser hasta 65 temporeros–, porque hay jóvenes que se van a tener que quedar fuera, pero es imposible porque el alojamiento que tiene una capacidad limitada», comenta Ponce que rememora cuando se trabajaba sin horarios y dormían hasta cinco personas en una misma habitación. «Ahora, afortunadamente, todo está más controlado. Las habitaciones son para dos personas como máximo, se trabaja ocho horas diarias de lunes a viernes y el sábado alguna menos... alrededor de seis», afirma.
Una de las ventajas que más comentan los trabajadores que emigran a la zona de Midi-Pyrénées es la rectitud con la que se suelen conducir los patronos. Según indican, todo está legalizado y se paga a razón de 9,67 euros la hora (hasta las 35 horas semanales). Después, dependiendo de los tramos, se abonará un porcentaje mayor, por ejemplo, hasta las 43 horas se paga un 25% más la hora. Es decir, que la habitual es sacar sobre unos 1800 euros al mes. La mayoría de los temporeros van encadenando trabajos y muchos vienen de cosechar melocotón en Perpignan y ahora enganchan con la manzana. También hay muchos vecinos que han estado en Los Alpes con el albaricoque e incluso alguno que irá a Córcega.
«Hay gente que lleva muchos años conmigo, son profesionales, saben a qué vienen y cómo se trabaja. Sin embargo, hay también quien viene por primera vez y se choca con la realidad», advierte Ponce. Suele ocurrir con los más jóvenes que llegan con la ilusión de vivir una experiencia nueva, una aventura en Francia y «se desmoronan cuando bajan del autobús y ven cortijo por primera vez». Los pabellones galos están perfectamente acondicionados pero la apariencia exterior es tosca porque no se asemejan a las haciendas encaladas de Cádiz. «Se dan cuenta de que esto no son unas vacaciones y hay quien no aguanta».
La recolección de la manzana es especialmente dura porque se prolonga durante tres meses frente a los 20-25 días que suele durar la vendimia. Además hay que cargar con un bolsón de 20 kilos de manzanas y arrastrar una escalera. Se trabaja con temperaturas que superan los 30 grados en agosto y bajan hasta los -4 grados en noviembre. Las manos, siempre expuestas, sufren mucho con el frío y la lluvia.
Los tiempos han cambiado y las condiciones económicas han mejorado pero, mientras aún resuena la música de la feria de Alcalá, muchos vecinos recogen sus enseres y preparan las maletas. El fenómeno de la emigración agrícola y temporal se mantiene enraizado en la provincia y los gaditanos tienen que seguir emigrando a Francia en busca de un jornal.