TOROS

Diego Ventura y López Simón abren una Puerta Grande que se le cerró a Padilla

Buena tarde de toros para inaugurar la temporada en el coso portuense, a la que solo le faltó un poco más de público

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Con el decimonónico coso de la Plaza Real, hermosa y polícromamente remodelado, se inauguraba una nueva temporada en el Puerto de Santa María. Y lo hacía con la solemnidad que el acontecimiento requería, con corrida mixta en la que no faltó el toreo a caballo ni el toreo a pie. Ni siquiera faltó a la cita la televisión ni el conocido e incómodo viento de levante. Lo único que se echó en falta fue la presencia de un poco más de público, que apenas llegó a cubrir la mitad del aforo.

Distraído y desentendido del équido retador apareció en el ruedo el primer ejemplar de Hermanos Sampedro. Circunstancia que obligó a Diego Ventura a realizar toda una exhibición de temple y de cómo encelar con suave majestuosidad a un oponente de sosa embestida y carente de casta y de acometividad.

Labor que contó con momentos de verdadera exposición en unas banderillas al quiebro de ajustadísima reunión. Acertó al primer intento con el rejón de muerte, que le sirvió de salvoconducto para obtener el primer apéndice de la tarde.

Tampoco fue un dechado de bravura el cuarto de la suelta, astado que no inició el capítulo de sus embestidas hasta sentir el rejón de castigo. A partir de entonces sí regalaría acometidas templadas, prontas y humilladas, lo que sirvió a Ventura para lucirse con un exquisito toreo ecuestre, en el que la cola de sus caballos parecieran acariciadoras capas que templan y dirigen la cercana persecución de la res. Tres banderillas cortas al violín constituyeron preámbulo a un certero rejón de muerte y a un nuevo trofeo para su esportón.

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Con dos largas cambiadas y un ramillete de templadas verónicas recibió Juan José Padilla al primero de Salvador Domecq, al que recetó también unas bellas chicuelinas al paso para dejarlo en jurisdicción del picador. Noble y bravo animal que se enceló bajo el peto del caballo y que no dejó de regalar suaves embestidas a todo capote que se le mostraba. Dos ceñidos pares al cuarteo y un tercero en la suerte del violín, al segundo intento, conformaron un vistoso tercio de banderillas a cargo del jerezano. Inició éste el trasteo con emotivos y valientes pases de hinojos, que enseguida dieron paso a una serie de derechazos. Pronto se observó, en dos coladas sucesivas, que el toro, encastado y repetidor, no iba a perdonar defectos de colocación a su matador.

Aunque expusiera Padilla para ligar los muletazos, el burel acortó con demasiada premura sus acometidas, con lo que la intensidad de la faena no pudo ir a más. Un pinchazo y una estocada pusieron fin a su labor. Embestida corta, dubitativa e incierta mostraría el quinto de la tarde cuando Padilla se abrió en su saludo capotero. Apretó el toro en el caballo y el jerezano, advertido ya de una acometida más atemperada, quitó por faroles, abrochados con revolera y serpentina. Tras un lucido tercio de banderillas, volvió a comenzar la faena de muleta con las rodillas en tierra y a encadenar redondos en tandas sucesivas. Pero su enemigo evidenció de manera inmediata una lastimosa merma en su tracción, súbita invalidez que obligaría al Ciclón de Jerez a empuñar de forma rauda la espada, con la que rubricaría su actividad con una gran ejecución del volapié.

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López Simón, joven torero que ha irrumpido con inusitada fuerza en la cima del escalafón, mostró ya asombroso relajo y temple en los lances con que saludó al primero de su lote. Aprovecharía después las boyantes condiciones de su enemigo, noble y humillador, para plasmar una faena basada en la quietud y en la ligazón permanente de los muletazos. Se enroscaba el toro a su cintura y multiplicaba pases inverosímiles en su derredor. Toreo hierático, vertical, valiente, desbordado de recio estoicismo pero algo carente de estética y profundidad. Abrochó su actuación con una estocada defectuosa en la suerte de recibir y un descabello. Con verónicas a pies juntos recibió al encastado animal que cerraba plaza, para el que ordenó, como en él ya es costumbre, que le infringieran escaso castigo en varas. Pases de muleta por alto, de majestuosa quietud, dieron paso a un toreo en redondo que contó con la emoción añadida de un toro que mantenía aún la viveza en su embestida. A pesar de que éste pronto se afligió e incluso buscara la querencia de tablas, el madrileño pudo plasmar lo más granado de su repertorio: toreo de sobresalto y cercanías, circulares, circulares invertidos, desplantes…hasta exprimir la última acometida de la res. Obra que culminaría con una gran estocada.

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