Tribuna

El expolio bibliográfico de Mendizábal

MIEMBRO DE CÁDIZ ILUSTRADA Actualizado: Guardar
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No compartimos la visión que de las bibliotecas conventuales nos dan las recientes modas literarias, que las trasforman en lugares secretos, inaccesibles y en ocasiones hasta tenebrosos; la verdad histórica es que las bibliotecas conventuales eran unos espacios de meditación y estudio que guardaban en sus estanterías numerosas obras religiosas, pero también libros sobre materias profanas como los tratados sobre la política, las artes y las ciencias de la época. Las distintas órdenes monásticas tuvieron siempre un gran interés en la formación de sus bibliotecas, imprescindible en todos los conventos, destinando fondos para renovarlas y disponiendo normas rigurosas para su uso y conservación.

Esta cultura bibliográfica conventual quedó truncada con las sucesivas leyes desamortizadoras que esquilmaron el patrimonio de las órdenes religiosas incluidas sus magníficas bibliotecas. ¿Cuál fue la situación en la provincia de Cádiz? Es probable que antes de la llegada de los agentes desamortizadores, algunos conventos procedieran a ocultar, ceder o enajenar algunas obras, pero se trataría de casos aislados, el caso es que los encargados de inventariar y retirar los fondos se encontraron en muchos casos con unos estantes esquilmados, como reflejaron en las actas que levantaron.

En algunos conventos sencillamente la biblioteca no existía, como ocurre en el Hospital de San Juan de Dios de Medina Sidonia «no existiendo libro alguno en este convento, por consiguiente carece de biblioteca».

En otros estaban reducidas a una mínima presencia como en el convento de Santo Domingo de Alcalá de los Gazules donde sólo había «Dos estantes de pino viejo con varios libros de pergamino, habiendo algunos de pasta, todo en muy mal estado, otro también de pino con libros viejos de pergamino y pasta», o en el San Gerónimo de Bornos donde encuentran «estanterías vacías, y sólo doce libros de coro grandes».

Cuando encuentran bibliotecas más completas, no demuestran mucho interés por catalogar los libros encontrados. En Arcos de la Frontera describen así la biblioteca del convento de Franciscanos observantes: «Es una grande habitación cubierta todas sus paredes de estanterías que tienen en una parte y en otra ocho entrepaños, casi todos llenos de libros, al parecer antiguos, muy pocos o ninguno modernos, encuadernados en pergamino y muy pocos en pasta, hay de todos tamaños y en grande número», y posponen para más adelante la redacción de su catálogo porque «las premuras del tiempo no permiten reconocer y apuntar las portadas de todos ellos y de los volúmenes que cada obra contenga».

También se advierte el desinterés de los funcionarios por el valor de las obras, como las existentes en el convento de los Franciscanos descalzos de Arcos de la Frontera. «Un estante con cuatro columnas y cinco entrepaños y otro estante con cinco entrepaños, llenos de libros en folio encuadernados a la antigua, casi todos de ningún valor». También resaltan el escaso valor de las obras en el convento de Mínimos de Conil de la Frontera: «En tres tablas hay como 60 libros, todos encuadernados en pergamino maltratados e incompletos».

Excepcionalmente algunos conventos conservan la mayor parte de la biblioteca como en el Carmen de San Fernando, aunque muy mermada como informa al Alcalde el Superior de la comunidad «de resultas de las vicisitudes de la Guerra de la Independencia y en el incendio que sufrió después de ella se hallan completamente desordenados los libros, habiendo quedado casi todas las obras incompletas».

El promedio de libros que contenían estas bibliotecas, oscilaba alrededor de los 200 como en la Merced de Cádiz, o los conventos jerezanos de la Santísima Trinidad y Santo Domingo. Menor número contenían en San Telmo de Chiclana o en los Capuchinos de El Puerto de Santa María. Cerca de 1.000 libros contenían las bibliotecas jerezanas de los Capuchinos y del Colegio de la Victoria, siendo la mayor localizada la antes citada del Carmen de San Fernando, con 2.551 libros, que si se completa con los tomos desaparecidos durante los sucesos que protagonizó La Isla durante el asedio francés, pudiera alcanzar fácilmente los 3.000 o 4.000 ejemplares, cifra que sería el promedio de los fondos conventuales de la provincia, a la vista de los catálogos que se conservan anteriores a la Desamortización.

La causa del desmantelamiento de estas bibliotecas puede deberse fundamentalmente a dos causas, a la previa ocultación o venta por la comunidad de los libros ante el destino incierto que les esperaba o simplemente al expolio sufrido por los conventos que, tras la exclaustración y una vez que salieron sus moradores, se quedaron durante días sin la mínima protección, abiertas o rotas sus puertas y expuestas al saqueo todas sus pertenencias, como expone Fray Gerónimo, Guardián de los Capuchinos de Cádiz a la comisión que le pregunta por los libros que estaban en las estanterías vacías «las puertas fueron abiertas por las personas que se introdujeron en el convento el día de la salida de los religiosos y que no han vuelto después a aparecer».

¿Qué ocurrió después con los libros de estas bibliotecas? Ya vimos el poco valor que les daban los funcionarios encargados de los inventarios, pues los libros, al contrario de lo que pasaba con las propiedades inmuebles, apenas si tenían salida en el mercado. Suponemos que correrían una suerte parecida a las obras de artes, cuadros e imágenes, que se mandarían a Cádiz para ser almacenados de cualquier manera, a la espera de mejor destino.

Con la creación de las Bibliotecas Provinciales los libros que todavía se conservaban pasaron a engrosar sus fondos, como ocurrió en la de Cádiz, donde es posible rastrear su origen y evocar los días en que fueron más leídos que ahora como instrumentos de estudio y de trabajo. El resto andará por los anaqueles de bibliófilos privados o de universidades extranjeras. Otra riqueza cultural provincial desaparecida.