Tribuna

Cádiz: Un patrimonio cultural en crisis

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Las épocas de crisis siempre supusieron para el patrimonio cultural, especialmente para el inmueble de las ciudades, una oportunidad de supervivencia, pero a la vez de claros riesgos. Pasados ya los tiempos históricos, donde los desarrollos de los sesenta acarrearon en este país, el mayor ataque al patrimonio heredado, hoy los cascos históricos protegidos y las excelsas arquitecturas en pie, apenas recuerdan aquellos momentos mártires. Las secuencias en los alternantes ritmos económicos, nos la hace recordar. Nuevas crisis acechan de nuevo los avances.

Las protecciones que los humanos ofrecen a las piedras, son también sucesivas, y sus valores siguen siendo la discusión de los tiempos. Cambiante no solo son las modas proteccionistas, sino también las flexibilidades de intervención, con presiones de todo tipo, que se deben soportar en las comisiones de patrimonio, y que no podrán, aunque debieran, ser nunca independientes de sus jefaturas. Pero el camino consiste en sumar auténticos valores, y no en restar referencias.

Cádiz no fue diferente a las demás ciudades protegidas. La salvaguardia que supuso la declaración del Conjunto Histórico gaditano en octubre de 1978, hace ya casi treinta y cuatro años, -una edad de juventud madura-, nos permite hoy una imagen que se acrecienta en su propio destino. Fue generar una fuerza que pertenecía a todos por igual, aunque la posterior difusa cascada de competencias y el aluvión de leyes enturbiaran los procesos sobre los objetos del patrimonio. Los deja a veces congelados, como si ellos, los procesos procesados, fueran los auténticos sujetos patrimoniales. La arquitectura para serlo necesita sentirse viva.

En esta actualidad, donde el mundo se debate entre rebajados modelos de supervivencia y agobiantes déficits económicos, todo quedará seguramente, de nuevo, en una falta de enorme dignidad moral e intelectual. El patrimonio, cosa común por su propia naturaleza, es contrariamente acosado de nuevo, porque para el no va quedando respeto. Hay otras prioridades a las que acudir. El orden lo pone quien mas puede, triste sino de la historia, y lo común es que pague siempre el mismo, sea hombre o sea piedra.

Los valores singulares de nuestra Cádiz se van superponiendo y decantando día a día. Quizás también, si cabe, en continuas crisis para una ciudad que languidece en inversiones, pero que no debe olvidar que posee los mejores recursos para sobrevivir, que ciudad cercana y lejana pueda ofrecer a sus caminantes y habitantes.

No debemos dejar pasar esta nueva oportunidad, ni siquiera en esta era de obligada necesidad. Su mejor futuro esta en esas piedras. Los hombres y mujeres nos vamos, ella permanecen. Algunos persistentes, breves y simbólicos ejemplos nos lo delatan. No debemos dejar pasar un exigente remate de su mejor Catedral; o la falta de consciencia de plaza fuerte, bien en su entrada por la Cortadura de San Fernando, bien tres kilómetros después, en la mejor imagen de sus Puertas de Tierra; ni podemos convertir los barrios en lascivos laboratorios de investigación seudo arquitectónica, cambiando herencia por oportunidad; ni evidenciar el agravio comparativo de las obras oficiales con las particulares, sea Cómico o Pabellón del casco; ni la especulación que pudiera frenar la protección de edificios sea la Escuela de Náutica o la de tierra; ni los impresentablemente olvidados bloques en su zócalo marino, presagio evidente de su persistente abandono; o los evanescentes colores por doquier del viva La Pepa, de pasajero y limitado valor, etc., etc. No debemos dejar pasar lo que siendo autentico esté en continuo y auténtico peligro de desaparecer. Hay algo claro en la historia del patrimonio: lo autentico, si se pierde, nunca vuelve. Lo demás será segura y sola parodia.

Cádiz merece más cariño por lo que ha sabido mantener, que por lo que pugna ser histórico sin serlo. Hay valores reales y evidentes en ella, que no cuesta tanto proteger y restaurar. Únicamente lo que se debe a su mínimo y obligado mantenimiento, no creando nuevas necesidades sin consciencia. Es el claro fruto de la falta de honradez. La prioridad debe estar en dedicar solo esa pequeña atención, la imprescindiblemente suya, y no tener que excusar su peor presencia en esta enésima nueva época de crisis. Que lejos el sentido común y lo exquisitamente sentido. Que de engaños tan pasivamente aguantados por mor del poder. Que ganas de hacernos ver lo que no es, y además obligarnos a ello.

Sigamos invirtiendo en el mejor futuro de Cádiz, en tramos cortos, pero tozudamente seguidos. Cuesta, frente a otras inconsistencias subjetivamente sostenidas, menos que pensarlo, si se sabe hacer con esa perspectiva del mañana.

La peor crisis estará en la imaginación de los que creen que no es posible conseguir superarla. Tanto para las mejores piedras patrimoniales como para una sociedad de verdaderas personas, no de duros y falaces bancos acosantes, los aguantes tienen también sus límites. El colapso debe preverse antes que perdamos para siempre su mejor legado, el de aquellas y el de estas, evidentemente. Salud.