Tribuna

Democracia encarnada

PROFESOR TITULAR DE FILOSOFÍA Actualizado: Guardar
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Ortega (un congreso acaba de celebrar la magnífica edición de sus Obras completas) llamaba extremista a aquel que teniendo una buena razón, la convertía en la única con la que percibir y juzgar el mundo. Un extremista se diferenciaba de un radical, adjetivo que reservaba Ortega para los que se plantean problemas fundamentales. Esos problemas permiten arrojar luz sobre la complejidad del mundo y, en ese sentido, no hay extremismo que sobreviva a un análisis verdaderamente radical. Porque el extremista, por sistema, ignora cuanto no le cuadra o tiende a tergiversarlo para que no destrone su querida y solitaria razón, a la que consagra un amor, diría Ortega, digno de Onán. Todo extremista comparte una razón monárquica, que exige subordinar las otras razones. Cuando estas persisten en su ser, porque la realidad a la que se refieren no quiere esconderse como un vasallo temeroso, el extremista se convierte en tirano y se dedica a maltratar, con furia y contumacia de exorcista, a quienes hablan de lo que no le gusta oír y a quienes le muestran lo que no quiere ver.

Quienes combatimos el extremismo neoliberal (que arrasa, como decía Bourdieu, las trabajosas conquistas de una civilización), debemos enfrentarnos, a menudo, entre nosotros, al riesgo del extremismo. En ocasiones, el extremismo se relaciona con el sufrimiento. El daño que los extremistas neoliberales causan es tan grande, que no extraña que la gente se ofusque sobre cuáles son los problemas prioritarios, radicales, y qué hacer para resolverlos. Ese extremismo suele durar poco: una de las virtudes del debate público es comprobar qué nos une a los demás y cuánto depende de nuestras heridas biográficas. Quien se queda en éstas no puede participar en un espacio común. La fijación monocorde en una idea o un problema acapara el tiempo común y requiere espacios donde el convencido sea el invariable centro del proscenio.

El miércoles 16 de noviembre, justo antes de asistir al congreso de Ortega al que me referí al principio, asistí a un debate sobre sindicalismo, en una asamblea del 15M. La persona que introdujo el problema defendía una posición con tanta convicción como sindéresis. En el turno de intervenciones, personas con mucha experiencia en sindicatos mayoritarios y minoritarios, insistían en que la línea entre los buenos y los malos sindicatos no eran simples, algo que todo el mundo sabía. Quien sabe, sabe que la verdad se recoge en los matices. Personas con menos experiencia sindical, insistían en aportar la rica experiencia del 15M a las organizaciones obreras pero también admitían su perplejidad y su falta de información. Al final, tras más de dos horas y media de debate, debimos concluir algo. Era el momento en que la discusión llegaba a su punto álgido y la asamblea se reconcentró, sin darse cuenta, como un equipo de rugby. Nos pisábamos en las intervenciones justo cuando alguien sintetizó nuestro acuerdo en lo fundamental: recoge y aprender de lo bueno de cuanto existe, e intentar potenciarlo. Siempre es mejor -Ortega, una vez más- ser algo que solazarse en ser antialgo.

Creo que ese debate hubiera sido distinto de realizarse exclusivamente en internet. En primer lugar, porque la palabra escrita empobrece la deliberación política. Falta, cuando no existe relación previa, la información que proporciona la trayectoria de quien habla: una persona con la que uno se distancia en A se muestra concorde en B y eso nos sirve para no encajarlo en categorías fijas. En segundo lugar, porque la escritura en solitario no es genuina sino que se encuentra formateada por modelos procedentes del campo político y científico y que tendemos a imitar. Respecto del segundo, Ortega decía que un científico suele ser un monstruo que sabe mucho de una cuestión e ignorante en el resto. La discusión científica tiende a ser extremista porque solo acentuando lo novedoso se abre este paso en el bosque de los prejuicios y las rutinas. Respecto a lo primero, la tradición política, a izquierda y a derecha, privilegia a los polemistas que trituran y les admira porque los encuentra muy auténticos y viriles. Lo único malo es que los que trituran en el papel, tienden también a hacerlo en la realidad, lo cual resulta aún más viril, aunque un pelín fastidioso para las personas y para la perspectiva que representan. Una perspectiva nunca lleva razón sola, pero tiene algo que decirnos, insistía Ortega comentado a Einstein, sobre el lugar del mundo que permite tenerla. No tenemos una perspectiva soberana, solo componer las perspectivas ayuda a entender algo del mundo. En tercer lugar, porque la palabra escrita se nos presenta desligada de su contexto pragmático donde las ideas siempre cobran significado encarnadas en cuerpo y en un tono. Quien no reconstruye el contexto de una palabra escrita, insistía Ortega, la convierte en un fetiche textual y la adora o la rechaza según sus peculiares fantasmas, pero no según el sentido que tiene cuando se formuló: 'La idea es una acción que el hombre realiza en vista de una determinada circunstancia y con una precisa finalidad'. Sin reconstruir ambas sólo las comprendemos en apariencia

El uso de internet puede, sin duda, renovar la democracia pero siempre que se controlen tres tendencias: la de creer que las ideas representan a las personas cuando es la conducta de las personas la que, a menudo, ilumina sus ideas. La tesis de que se puede respetar a las personas pero no a las ideas, presupone que las ideas flotan en el cielo, o en una inteligencia angelical que no se encuentra ensombrecido por las humores y los sentidos del individuo. Al contrario, las ideas, las verdaderas (no confundir con las proclamadas) circulan en el comportamiento de quien las sostiene; a no ser que las defiende por pedantería o sea un farsante. Lo mismo puede significar algo muy distinto según cómo actúe quien lo dice. La segunda tendencia consiste en ignorar que la deliberación existe en política porque no existe alternativa a la razón común, salvo en la cabeza violentada del extremista. Las raíces de las cosas no admiten perspectivas monótonas: radicalismo y extremismo, se repugnan. La tercera tendencia surge cuando se olvida que una idea no significa nada sin la información ofrecida por el cuerpo que la expresa. Por mucho que ayuden las tecnologías, nada sustituye la riqueza y la inteligencia de hablarnos con nuestra presencia. La locura dogmática, inquisitorial y conspiratoria, tan habituales en la red, pueden enseñarnos mucho al respecto. Religarse en un espacio y en un tiempo compartido ha sido, es y será el fundamento de la razón política.