Tribuna

El ágora griega y el 15M

PROFESOR DE FILOSOFÍA DE LA UCA Actualizado: Guardar
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Referirse a la democracia directa griega, algo común en el 15M, resulta intelectualmente más atrevido de lo que parece. Las asambleas atenienses despiertan muchas reservas en la teoría política, tanto en la derecha como en la izquierda. Por un lado, se considera que la democracia directa, allí donde se ha realizado, requería una simbiosis total del ciudadano con la ciudad, con el consiguiente abandono de los asuntos privados. Dicha tesis obvia que nunca existieron ciudadanos en general, sino individuos separados por condiciones sociales distintas. Las instituciones griegas, con sus dispositivos institucionales, ampliaron las posibilidades de participación democrática de los más pobres.

Por otro lado, no faltan quienes consideran las asambleas atenienses completamente corruptas por el esclavismo. Existen tres razones para no considerar esta crítica. Primera, regímenes con esclavos hay muchos, con democracia hay muy pocos; por tanto, no hay conexión esencial entre esclavismo y democracia en Atenas. Segunda: la democracia griega expresaba conflictos sociales que, más allá de la esclavitud (una institución desgraciadamente constante en el mundo antiguo), suponían divisiones de clases. Tercera: parece que, en ciertos aspectos, al menos a ojos de algún enemigo, la democracia sí cambiaba en algo la suerte de los esclavos, pese a que, evidentemente, no eliminase su ignominia. El Viejo Oligarca se lastimaba por lo poco sumisos que eran los esclavos atenienses. Aristóteles, tan inteligente como conservador, se quejaba de que la democracia tendía a la ginecocracia (poder de las mujeres), es decir, a debilitar el poder del varón en el espacio doméstico.

Los griegos sabían que no era suficiente juntar a la gente en asambleas; es necesario que puedan hablar con franqueza. Entre nuestros contemporáneos, Michel Foucault (El gobierno de sí y de los otros, Buenos Aires, FCE) ha analizado en cuatro puntos cómo se podía hablar libremente (con 'parresía'). Primero, había que tener libertad para hacerlo (una constitución democrática). Segundo, hacerlo teniendo prestigio (lo que permite que los demás te escuchen). Tercero, saber de qué habla uno (decir la verdad, conocer aquello de lo que se habla). Cuarto, no podía ser de otro modo, tener coraje, pues hablar supone exponerse ante los demás. Evidentemente, también hace falta coraje para escuchar y permanecer en silencio; como dice el refrán, los buenos consejos no se dan, se toman, y para eso hay que escucharlos.

Las asambleas griegas no hubieran sido posibles sin medidas de igualación de clase. Resumo: las reformas de Solón, explica Aristóteles, acaban con la guerra civil entre ricos y pobres, aboliendo la esclavitud por deudas, dividen la ciudad en cuatro clases (las tres primeras pueden ocupar cargos, la inferior no paga impuestos) y generaliza el poder de apelar a los tribunales; la reforma de Clístenes, por su parte, establece distritos administrativos que permiten la mezcla de los ciudadanos y por tanto complican la dominación familiar. La constitución de la ciudad en 30 demos, perseguía, entre otros objetivos, que la gente se refiriera a sí misma por su demos y no por el nombre de su padre. Efialtes propone el pago a los cargos públicos lo que permite que los pobres puedan ocuparlos. En fin, poco a poco, desde Solón hasta Pericles, se amplia la práctica del sorteo -con la restricción de los cargos más importantes, que se elegían- que permite a cualquier ateniense gobernar y ser gobernado.

Otras dos instituciones, permiten la palabra libre: la inspección de quienes van a ocupar y han ocupado un cargo y, parece que desde Clístenes, la curiosa institución del ostracismo que expulsa de Atenas a aquellos que, por destacar demasiado, pueden convertirse en tiranos.

El movimiento del 15M tiene, en una reflexión sobre las ágoras griegas, mucho que ganar, porque le ayudará a pensar en lo peor de sí mismo y a potenciar lo mejor. No es suficiente que alguien pueda hablar, se necesita pensar las razones por las que unos tienen más prestigio que otros. Aspasia de Mileto, compañera de Pericles y madre de uno de sus hijos, símbolo donde los haya de la emancipación femenina en la Atenas democrática, insistía (Platón, Menéxeno, 238d-239a) en que allí no se miraba el nacimiento ni la cuna, «y nadie es excluido por la endeblez física, por ser pobre o de padres desconocidos, ni tampoco recibe honra por los atributos contrarios, como en otras ciudades. Solo existe una norma: el que ha parecido sensato u honesto detenta la autoridad y los cargos». Pese al tiempo transcurrido, la sensatez y la honestidad siguen siendo buenos consejeros de las asambleas. Por otro lado, debe pensarse cómo se mide la verdad de quien habla, pues la demagogia puede acampar cuando se carece de cultura política. En fin, hablar exige valor y una asamblea democrática no puede permitir que el coraje se identifique con la chulería machista o con la seguridad narcisista.

Y cuidado con la crítica general a la política, que puede emparentar al movimiento con los enemigos oligárquicos de la democracia, que ya en Grecia señalaban que los sueldos eran la clave de la corrupción, por tanto, solo podían dedicarse a la política los ricos. El movimiento del 15M puede, es su virtud, ampliar las formas de participación política si reactiva e inventa nuevos diseños institucionales, si insiste en las condiciones materiales y sociales de la participación o, por el contrario, puede degradarse inadvertidamente en un crítica elitista de la política, con argumentos herrumbrosos que combatieron la democracia desde sus comienzos. Algo que no podemos permitirnos.