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Paisaje para después de la derrota

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Seguro que el fracaso tiene explicaciones. Quizá es que no le pusimos suficiente empeño, que nos dormimos en los laureles del pasado y que no solo fue terrible la crisis que nos tumbó a todos sobre la lona de la historia sino la forma de gestionarla.

Lo cierto es que nos enfrentábamos a enemigos poderosos. Aunque quizá es que nos faltó imaginación y nos sobró rutina, o que el miedo escénico, de nuevo, nos colocó contra las cuerdas. Tal vez tuvimos que tirar de la cantera más a menudo, en vez de contentarnos a fichar a grandes figuras que nos garantizaran resultados casi milagrosos pero que no nos aportaran nuevas utopías, esas ideas que cambian el mundo de la noche a la mañana sin miedo a que nadie nos sorprenda fuera de juego.

En estos terribles momentos en los que buena parte de los nuestros se enfrentan al ser o al no ser del viejo Hamlet, hay que tener claro de dónde venimos, rescatar nuestro veterano corazón de suburbio, nuestra humilde equipación de obreros del día a día, de gente que siempre tuvo más imaginación que fortuna pero que logró convertir en leyenda incluso las derrotas que impidieron que acariciáramos los sueños como los puños de hoy sostienen delicadamente a las rosas del porvenir, como las plumas escriben sobre el yunque.

A nuestro lado tuvimos a Carlos Díaz y al Che Guevara, incluso conseguimos que Javier Ruibal se sumara a nuestra causa, pero no ha podido ser: hemos sido arrollados por la apisonadora de quienes siempre prefirieron conservar, sin arriesgar un ápice, sin dar a conocer siquiera como iba a ser su juego. Pero ahora resulta que nuestros partidarios les prefieren y volvemos a casa con las orejas gachas, habiendo dejado media vida en ese terreno donde no sólo sudamos la camiseta sino que encima la hemos perdido.

Miro de soslayo a mis compañeros y adivino su desazón, su pregunta latiendo entre los labios: ¿qué es lo que hemos hecho mal, en qué nos equivocamos? Añoro sin duda otros tiempos en los que no sólo el pueblo era capaz de arriesgarlo todo por un sueño sino cuando nuestros dirigentes también participaban de este mismo entusiasmo, de ese salto sin red, de esa maravillosa afición a encontrarle salida a los callejones sin salida.

Desconozco qué es lo que vamos a hacer a partir de ahora. Quizá sería cuestión de escuchar a los nuestros, a esa gente que nunca hasta ahora nos había negado el voto aunque fuera en blanco. Habrá que quemar romero para que se vaya lo malo y venga lo bueno, para aventar el desván de los malos espíritus y volver a empezar desde cero. Pero no hay que perder la esperanza ni pensar tan solo en resucitar a Pablo Iglesias o a Irigoyen para que nos arreglen las cosas. Seguro que el segundo centenario del Cádiz no lo pasamos en Segunda B.

Lo juro por Andy & Lucas.