EL MAESTRO LIENDRE

YA NO COMPRO MÁS EL 'NEW YORK TIMES'

El célebre artículo del periódico yanki sobre Cádiz contiene cifras y percepciones tan innegables como dolorosas pero usa una gran trampa: utilizar el Carnaval para hacer contraste

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Perdón. Es otro artículo sobre lo del 'New York Times'. Pero estaba escrito antes de que salieran los otros 4.000. Palabrita. Más pesados son los aguafiestas, los que sólo ven a través del dinero y los números. Da igual que sea un cuñado en una cena o un periódico norteamericano en Carnaval. Otra vez el sambenito, con tanto de verdad, con tanto de ofensa. Cádiz vista a través de la cultura luterana, septentrional y primermundista que nos hace el estudio con su particular concepto de riqueza-pobreza, de felicidad-desgracia. Como si esas palabras significaran lo mismo en todos los sitios. El célebre reportaje viene a incidir en un dañino cliché, con firme base real, reproducido infinitamente por un número ya desmedido de medios de comunicación -sobre todo en TV nacional- y alimentado por muchos necios y graciosos locales.

Sin cegueras. Los datos que incluye el texto de marras son incuestionables. Su factura técnica, periodística, probablemente sea correcta -cortita de fuentes-, las deducciones parecen lógicas pero la oportunidad, el entorno, eso de «con lo que tienen encima los gaditanos y se divierten como si nada» es una burda trampa. La primera parte de la frase es indiscutible. La segunda, una porquería.

Colocar nuestras miserias (inaplazables, innegables, sonrojantes) frente al espejo distorsionador del Carnaval para presentar el reflejo como la realidad da mucho asco.

Para zanjarlo de una vez. Y somos muchos: El Carnaval nos gusta, unas partes más que otras. Es nuestra fiesta, mi verbena. Al menos, tiene la ventaja de que nunca se maltrata a ningún animal para que se diviertan los mozos. Es la juerga de nuestro pueblo, son mis recuerdos, nuestras claves, mi dialecto y no estoy dispuesto a explicarlo más a los que llegan, ni cuando viajo, ni en el trabajo, ni en El Manteca ni en la barra de El Faro. Varios miles llevamos más de 20 años justificándola frente al prejuicio de que estamos 30 días todos cantando. Basta. El que quiera entenderla, que se compre un libro. El que la considere un asco, que llame a la siguente puerta. Ya está bien de complejos, esto es lo que hay.

Pero, guste o no, es una mezquindad manipular esos ratos (diez horas al año repartidas en tres días, para gran cantidad de lugareños) y usarlos para presentarnos como un pueblo indolente, vago y acomodaticio. Ese es el tiempo que muchos perdemos (?) en divertirnos con ese juego pasional o satírico de las coplas. Si somos un desastre como colectivo sociolaboral (tenemos pendiente una lavativa de autocrítica del tamaño de un petrolero) es molesto que se use nuestra fiesta anual para recordarlo. Hasta la aldea más pequeña tiene una. Es facilón, deformante, falso.

Juego sucio

Viene a ser como si un periódico español va a una ciudad de EE UU para hacer un reportaje que refleje la crueldad de un sistema sanitario que exige dinero o seguros privados para atender al que tiene una enfermedad o herida. Si no tiene esos papeles, ahí se queda. Tirado en la puerta. El asunto de ese reportaje imaginario sería reflejar una carencia social grave, una problemática colectiva (tan manida y con base tan real como la gaditana o andaluza) que deja a miles de habitantes sin la mínima asistencia cuando más la precisan. Pues bien, aprovechamos un gran jolgorio en esa localidad norteamericana (alguna tradición, gran evento deportivo o una tarde cualquiera en la que la gente bebe, canta y baila) para plantar el siguiente titular: «La ciudad sin dolor: Villa McFly celebra su gran fiesta mientras miles de habitantes carecen de asistencia médica».

¿Qué tiene que ver el Carnaval con el paro? ¿Qué relación tendría esa ficticia fiesta yanki con las carencias de su sistema sanitario? ¿Si la población renunciara a ese paréntesis de diversión en Cádiz o en Villa McFly cambiaría un ápice la problemática social reseñada, la desgracia que se vive todo el año?

La dolorosa realidad

Hay que ser imbécil -da igual el lugar de nacimiento- para negar que nuestros problemas colectivos son escandalosos. Para ignorar una tasa de fracaso escolar, parte del origen de todo, que tiene proporciones casi criminales desde hace décadas. Para discutir un inexplicable atraso a la hora de afrontar el absentismo, la carencia de emprendedores, la alergia a la competitividad y la productividad, la excesiva familiaridad con el desempleo y con el horror, aún vigente, de la infravivienda.

Es sangrante la necesidad de revisar el carácter anestésico de los subsidios, las pensiones por la cara y las prejubilaciones. Empieza a ser una evidencia que hemos prostituido ese sabio mensaje de «necesito poco para vivir bien».

Ignorarlo, quedarnos con cara de dama ofendida, sólo supone prolongar, agravar. Llegó la hora de entender que esa omnipresente y pésima imagen que tenemos, de Jerez a Nueva York, es un problema en sí misma. Sólo que exista, incluso cuando la creamos falsa. Ya nos emponzoña entre nosotros. Joselito, dijo: «No te piques: ¿tú contratarías gaditanos si abrieras una empresa?». Me espantó lo que tardé en asentir.

Pero nada aporta ridiculizar el Carnaval. Desvía el tiro. Más útil y valiente sería revisar el resto del año, donde viven nuestros bochornos, y combatirlos con ejemplo individual las restantes 51 semanas.

A los que se preocupan por los estudios de sus hijos, a los que sufren sin empleo, a los que cumplen en el que tienen, a los que se atreven con un negocio, a los que no se conforman con la paguita, a los que se ganan la vida sin trampas, sean de donde sean: Very happy Carnaval Chico. Ojalá la lluvia se pida una baja.

Al señor del quiosco: No me guarde más el 'NY Times'. No pienso volver a leerlo. La de lectores indignados que ha perdido en Cádiz.