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Todo es jazz

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Contra el ruido, dicen. Los vigilantes de la moral sonora andan cerrando bares donde se oficia, sin subvención oficial ni patrocinio ni prebostes de turno sacando pecho y quizá por ello, la rara ceremonia de la música.

No es ruido ese milagro, sino una rara telepatía que conecta las emociones con el doremí. Supongamos que en cualquier recoveco del mapa de la penumbrea suena el saxofón mundial de Pedro Cortejosa, cuyo último disco 'Trivium' está recién salido del horno y hoy miércoles lo presentará en el Boluevar del Jazz (Radio Andalucía Información, 23 horas). Supongamos que el músico gaditano junta la trompeta y el fiscorno de Julián Sánchez, el trombón de Clays Nymark, la guitarra de Carlos Pino, los teclados de Javier Galiana, el contrabajo de José López y la batería de Dani Domínguez en cualquier garito lleno de humo y de ojos que se miran o que se evitan, o que susurran o reclaman. Imaginemos que es noche abierta y nunca cerrada, que una pareja se desama entre vampiros y monstruos que se agazapan dentro de cada uno esperando a que abramos la puerta. Supongamos que cerramos los ojos y somos espías huyendo por Gibraltar, perseguidos por dos botellas de whisky empujadas por el levante, o que sencillamente somos nuestro propio espacio, dentro y fuera, el que aparentamos, el que presentimos. O digamos que corren días raros y las personas están en peligro de extinción y sólo nos salva la coincidencia de ese impecable sonido que sale por la campana de latón y lo llena todo, ya sean tabernas, o calles, o el auditorio de Filosofía y Letras de la Universidad de Cádiz donde grabaron ese disco, cuando moría el mes de noviembre del año pasado.

Contra el ruido, dicen. Como si fuera ruido ese vuelo por libros y leyendas, ese viaje al final de nosotros mismos, ese rumor de mar en cada nota, esa mirada taciturna mientras el saxofonista limpia la boquilla y barre con la vista ese horizonte de rostros de todos los tiempos: a ciertas horas, la ciudad es un resumen de muchas vidas, de gente llegada de cualquier confín, como restos de naufragios o como velas al viento, doblando el cabo de Buena Esperanza o atravesando heroicamente tormentas perfectas.

La gente que no escucha dice que es ruido. ¿Lo es acaso el extraño temblor de las cordilleras cuando ajustan su placa tectónica a las hechuras del mundo? ¿El gemido del deseo en la madrugada, el llanto de los que recién nacen, el alarido de furia de los desposeídos? Todo eso es todo ese jazz: un código secreto para quienes saben que no es bueno que el miedo guarde la viña ni de que más vale pájaro en mano que ciento volando.

Los municipales de los bienpensantes vendrán con sus candados a multarnos la alegría o cerrarnos el refugio donde pedimos asilo los náufragos de la música tolerada: cornetas y tambores, fuegos artificiales, pitos de carnaval. Pero tenemos guardada un arma secreta: la danza con que abre el nuevo disco de Pedro Cortejosa, todo un antídoto contra la muerte. Aunque sea en vida.