NADANDO CON CHOCOS

Cádiz en las astas

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Cuando Henry King rodó Fiesta y filmó las escenas de toros en una plaza mexicana, el cabreo de Hemingway fue de agárrate que viene cabestro. Hollywood tiene, entre grandes facultades, el gran defecto de ser un pésimo retratista de tradiciones. Cabe el ejemplo de Misión imposible, cuando ambientaron la Semana Santa sevillana en una falla flamencota en la que al final lograban quemar a la Macarena.

James Mangold se ha propuesto llevar a su superproducción la sopa brutal de pezuñas y corazones de los encierros de Pamplona, los de la velocidad y el temple, la jota con puntos de sutura, sin duda la barbaridad más bella que pueda cometer un humano de a pie. Los resultados pueden ser desastrosos, sobre todo si ante las astas aparecen Cameron Díaz y Tom Cruise haciendo el vaina en plan aquí te pillo aquí te mato, comiéndose el boquino.

Hay tradiciones que es mejor no tocar y con el encierro no se juega, pues en el casting habría que encontrar dos docenas de riberos como dos armarios, un australiano estudioso de Rylke, un abogado retirado de Wisconsin que sea doble de Hemingway, un adolescente que aún no se afeite, media docena de chulos de gimnasio, una japonesa en chancletas y una masa anónima de hombres que sólo tengan en común el deseo asfixiante de jugarse la vida por el simple hecho de ser suya, de sentirse vivos junto ante la muerte y la bestia. Sin esos ingredientes, sin el universo absurdo de San Fermín, todo tendrá el sentido de un cuarteto en Wall Street.

Hay una esperanza. Un par de corredores de Cádiz se la jugarán por sentir en las calles de su ciudad el soplo en la espalda que sueñan por las calles de mil pueblos que nunca serán el suyo. Este será su encierro, no el de la audiencia.