NADANDO CON CHOCOS

Volver a los cuarteles

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El hecho de que los kamikazes llevaran casco no es la única incógnita fascinante del arte de la guerra. Hay más. Hay gente que se pregunta con cierto sentido para qué quiere España a sus ejércitos. Obviamente, no es para ver morir a los soldados propios, que por alguna razón siempre duelen más que los ajenos. Ni para llenarse los ojos de viudas de caras desencajadas y de fotos de carné en las que aparecen adolescentes que uno se imagina ya dormidos en una caja de metal.

En las misiones se muere, porque la muerte es a las guerras lo que las inundaciones a la lluvia. No hay más. Si la pelea es justa o injusta, si merece la pena o no, es cosa de los sabios, pero nadie puede negar desde Trafalgar que los tiros se reciben con honor y que los soldados reciben tiros.

Ni ésta ni otras mil columnas van a resolver si tienen algún sentido la OTAN, Afganistán, la cabra de la Legión o la madre que parió a Bin Laden, pero España está en este juego desde hace muchos años. Retirarse cuando cae uno del bando propio es de cobardes desde que el mundo es mundo. Nadie, salvo las madres y las novias, le puede encontrar un sentido racional a salir corriendo, a un ejército en los cuarteles, dándole aceite a los cañones y haciendo maniobras, sacando brillo a los botones y atronando con sus botas el asfalto de los desfiles.

Eso no les hace gracia ni a los mismos soldados, ésos a los que se les queda la cara de chusco en la pantalla de los informativos tras el buen rollo de las declaraciones de una clase política que les ha dejado siempre con el culo al aire. No los quieren en el frente, ni siquiera en los barcos defendiendo el suelo español de los atuneros vascos de los piratas de Somalia. No sea que peguen un tiro.