LA RAYUELA

La levantá

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Con la luna de mayo llegan a las costas de Cádiz las grandes bandadas de atunes que pegados a la costa buscan el Estrecho de Gibraltar cumpliendo un rito genético que les arrastra cada primavera desde las frías aguas del Ártico hacia el fondo del Mediterráneo para desovar. Los hombres que pueblan sus orillas se las ingeniaron desde la antigüedad para pescarlos a pesar de su tamaño (los más grandes alcanzan los 700 kilos y tres metros). Inventaron las almadrabas, un ingenioso sistema de redes donde los atunes quedan atrapados. Este maná llegado del mar se convirtió en una fuente de riqueza y empleo, creó una cultura marinera y confirió rasgos de identidad al paisaje costero con los edificios de las almadrabas, las chancas y poblados (Sancti Petri, tristemente desaparecido), las torres de vigilancia, las barcas para la levantá y las enormes anclas alineadas junto a las redes.

Rosellini rodó en 1959 Strómboli, la vida de este pequeño pueblo siciliano que vivía de la pesca del atún. Sus imágenes en blanco y negro recogen la lucha épica y desesperada para arrancarle este tesoro al mar. Hoy la almadraba ha perdido parte de su dureza, no sólo por la mejora de las condiciones de trabajo, sino por las innovaciones técnicas que han aminorado el sufrimiento de los animales. Su dureza es la de la lucha por la vida, menor y desde luego menos sórdida que la que, como carnívoros, provocamos a millones de animales.

Pero no ha perdido un ápice de su atractivo; sigue siendo una obra coral ejecutada sobre la superficie del mar, un enfrentamiento entre dos especies empleando la fuerza y el ingenio. El escenario es una arquitectura efímera marcada por boyas de colores flotando a unas pocas millas de Zahara o Barbate en la ensenada que va de Trafalgar a Punta Caraminal. Cuando el sol asoma detrás de la Sierra de la Plata ya han contado los buzos los atunes retenidos en el buche, el bordonal o el copo.

Con más de sesenta hombres tirando al unísono de las redes en medio de un silencio de olas rompiendo contra la madera de las barcas, cuando sólo se escucha la voz y se ve el gesto del capitán ordenando abrir o cerrar las puertas que la almadraba le pone al mar, es difícil eludir la emoción. No los ves pero los sientes debajo de la barca girando asustados buscando una salida imposible. Las manos de los marineros se aferran a las redes para ir cerrando el copo. Se han perdido los cantos de trabajo pero se oyen los gritos y las risas de las barcas cada vez más próximas. Hay un momento en que sólo el batir de las olas en el cerco permite imaginar lo que va a pasar. El olor a sal y a yodo precede al primer zigzag, apenas visto, de una aleta dorsal entresaliendo de la superficie. Entonces llega el estruendo, el mar se vuelve espuma y los atunes hacen desesperadas cabriolas en el aire. Los marineros más jóvenes saltan dentro y comienzan una lucha con los enormes túnidos para pasarles un cabo por la aleta caudal para ser izados a cubierta.

La almadraba es patrimonio cultural a conservar y proteger. Más allá de las 500 familias que viven directamente de ella, es una fuente de riqueza con un enorme atractivo turístico y gastronómico.