EL LABERINTO

2009 y Bolonia (1)

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A las puertas del nuevo año, todos hacemos un repaso sobre como ha ido el 2008 y nos planteamos buenos propósitos para los próximos 365 días. En cierto modo parece que con las campanadas y las uvas se nos ofrece la oportunidad, engañosa, de hacer borrón y cuenta nueva. Pero en ningún aspecto esto es así y, salvo cuestiones imponderables, las raíces de lo que tenga lugar en el 2009 hay que buscarlas en los meses y años precedentes. Hubo un tiempo, allá por los años 70, en el que un ministro de educación, Julio Rodríguez, implantó el «calendario juliano», en el que el curso comenzaba el 1 de enero, pero la aventura solo duró un año y hoy día todos los estudiantes saben que sus resultados académicos dependerán, en gran medida, del trabajo que hayan realizado desde el comienzo de curso por aquellos ya lejanos días de octubre.

En junio del 2009 se cumplirá el décimo aniversario de la Declaración de Bolonia. En ella los ministros plantearon la creación de un Espacio Europeo de Educación que habría de hacerse realidad en el 2010. El tiempo ha pasado y en este nuevo año que estrenamos comenzarán a implantarse algunas titulaciones de acuerdo a esas nuevas pautas. Y sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido desde la Declaración, muchas dudas asaltan a los estudiantes y a los padres de aquellos jóvenes que se deben incorporar a la universidad en fechas no lejanas, jóvenes que cuando los representantes de los Estados firmaron el proceso de convergencia apenas tenían 8 años. En los últimos meses del 2008, hemos sido testigos de encierros y protestas estudiantiles contra Bolonia. Pero ¿qué ha pasado durante los nueve años precedentes? En los inicios del proceso, desde el mundo universitario e incluso desde la Comisión Europea se instó a los Estados para que facilitaran información a los estudiantes sobre los trabajos que debían culminar en la creación de esa área europea de educación. Es obvio que no ha sido así. Ha faltado información y explicación de lo que significa Bolonia y, lógicamente, se ha ido creando un clima de incertidumbre e incluso de interpretaciones erróneas que en nada benefician a los objetivos de Bolonia: facilitar la inserción laboral en toda la Unión y lograr una educación superior de calidad que vuelva a hacer de Europa un polo de atracción como lo fue antes de que otros lugares del mundo ocuparan su lugar en este ámbito.

La Declaración de Bolonia apenas ocupa página y media y en ella se aboga por una serie de medidas que en último término significan transparencia para el reconocimiento académico y profesional en toda Europa, como ya existía con anterioridad para titulaciones como Medicina o Veterinaria. Es evidente que difícilmente ese objetivo pueda ser contestado. Y sin embargo lo es. Si nuestros gobernantes quieren cumplir con los objetivos de esa gran área educativa, urge que expliquen con detalle su significado y sobre todo urge que despejen las dudas sobre todos aquellos aspectos, que nada tienen que ver con Bolonia, y que son los que están detrás de las incertidumbres y manifestaciones en contra del proceso de convergencia europea.