MAR ADENTRO

El Cádiz del cordero

Hay un Cádiz que ayer olía a cordero y reservaba una limosna oficial para los desfavorecidos. Hay un Cádiz que ayer se llamaba Fátima, Driss o Mohamed, que oraba en un garaje convertido en un humilde mezquita en Algeciras o compartía viandas en un suburbio de Jerez.

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Cientos de gaditanos, desde la comunidad sufí de Arcos a los magrebíes que residen en la capital, desde los españoles que se convirtieron al Islam a los musulmanes que se convirtieron en españoles a medida que fueron reconstruyendo la diversidad de este país, celebraban el Aid El Kebir, la fiesta del sacrificio, la gran fiesta que suele celebrarse, a ojo de buen cubero y sin auxilio técnico de la NASA, setenta días después del final del ramadán, aunque se anticipe o se retrase un día en función del lugar donde se contemple al sol y a la luna.

Desde el fin de semana, miles de marroquíes también volvieron a casa a través de las carreteras gaditanas y de los puertos de Tarifa y de Algeciras: no sólo la crisis ha menguado su número este año, sino la proximidad de la navidad europea que provocará que muchos más aprovechen el periodo de vacaciones para retornar al país de su memoria y de su familia.

Nos está costando trabajo pero, poco a poco y de la mano de las libertades, empezamos a comprender que España ya no es una sino diversa, la única manera de ser grande y de ser libre. Más complicado, sin duda, será alcanzar un Estado verdaderamente laico, más allá de lo que diga la letra de la Constitución cuyo trigésimo aniversario acabamos de celebrar. Pero, de momento, nos queda al menos la sonrisa de Abdul, el camarero, de Kenza, la chica que acompaña a papá que está perdiendo el norte, de Ibrahim, el estudiante de Medicina que sueña con que Palestina tenga derecho a existir; del matrimonio que regenta la carnicería halal; de Hassan, el traductor de los juzgados, de Nadia, la mujer cuyos velos de colores traen hasta el paseo marítimo el polvo de la hamada y la nostalgia de El Aiun o de Hakim, que desde su refugio en Sanlúcar sigue siendo uno de los pocos artistas que aún creen en la copla en el país que inventó la copla.

En un mismo mes, habrá gaditanos de nacencia o de querencia que vivan la navidad, otros el hannuka de los judíos y muchos la fiesta musulmana del cordero. Y habrá otros que no celebremos nada, o que celebremos todas esas ocasiones para el regocijo que las distintas religiones y los almanaques extienden a nuestro paso para comprender que todos creemos en el fondo en el mismo dios: esto es, en el ser humano y su formidable capacidad para que la vida y la alegría se abran paso por entre ese largo reguero de fanatismo y dolor con que algunos convirtieron las creencias en supercherías. Siempre hay un motivo para celebrar que ciertas ideas no sean del monopolio exclusivo de quienes las utilizan como formidable coartada para el poder absoluto, para el terror o para cualquier otro crimen.