COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL

Sorolla y el quiosco

Tengo por costumbre no hablar de lo que no he visto con mis propios ojos y por eso no les voy a hablar de la exposición de Sorolla y sus Contemporáneos que en estos días se puede visitar en el Castillo de Santa Catalina. Y no les voy a hablar, no porque no la haya visitado, sino porque no la he podido ver con esa iluminación tan agresiva que obliga a ver los cuadros de medio lado. Misión imposible verlos de frente. Tampoco les hablaré de la exposición de grabados de Goya -bueno, de una colección de grabados de Goya impresa en 1937- que también está en el Castillo, aunque algunos de los rótulos darían para mucho comentario.

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Porque lo mejor del Castillo en estos días, sin lugar a dudas, está fuera. Pendiente, dicen, de unos «enchufillos de última hora» un engendro de hierro oxidado que parece evocar los desastres de Sarajevo se levanta impidiendo cualquier vista de la playa o del mismo Castillo, como si no hubieran tenido muy claro donde colocarlo y lo hubieran dejado allí mismo. Ea, un quiosco-restaurante.

La gente que pasa deja su comentario en voz alta como si el engendro de hierro oxidado fuera el muro de las lamentaciones. Mamarracho, porquería, peligroso -por lo insalubre del óxido, será- pocavergüenza, inservible . Las mejores «no tocarlo, niño, que se vai a cortá». «Esto se ha puesto asín con las lluvias». Escucharlos fue lo mejor de la mañana, porque ésa es la verdadera luz de Cádiz, la que anónima, va dejando una piedrecita en el camino. No pude ver la exposición de Sorolla, tampoco pude ver el faro de San Sebastián, pero volví con el convencimiento de que si ahora sonreímos ni le cuento cuando nos riamos. Y es que el que ríe el último, ríe mejor.