EDUCACIÓN

Niños y ancianos se dan la mano en una experiencia educativa que no conoce edades

El Centro Doña Popi y la residencia de mayores Adema ponen en marcha la iniciativa 'Estos maravillosos años' para compartir experiencias y borrar prejuicios

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El Centro de Educación Infantil Doña Popi abre sus puertas y van desfilando camino del patio Carmen, Ángela, Rosario, Marcelino. Muchos vienen en carritos, que se quedan aparcados en la puerta, para no robar espacio al gran salón de colores en el que acumulan los juguetes, las bicicletas, las mesas y sillas. Entran nerviosos, es su primera vez. Le brillan los ojos cuando ven ya dentro a los veteranos de la guardería: los niños de Verito, que tienen dos años y en septiembre van al cole de los mayores. Se sientan tímidos al principio, pero enseguida les dan la bienvenida Ana, Marcos, Carmen, Víctor, Lucía, Cristina, Noa, Mario, Hugo, Manuela, Manuel, Pelayo...

Es un día para aprender y para compartir.

Unos se sientan en torno a la mesa de los cuentos. Otros enseguida se ponen manos a la obra para vestir a las muñecas. Isabel enseguida echa mano a la plastilina y se pone a modelar la comida del día. Noa le ayuda a elaborar el menú.

Puede parecer lo más normal del mundo, pero hay un dato que hace de este día algo diferente. Isabel, la reina de la plastilina, tiene 87 años; Marcelino, el alumno aventajado del juego de las palmitas, 83; Ángela, que juega a ser modista por un día, tiene 76.

Los abuelos, les llaman. Pero no lo son. Al menos no de los pequeños con los que desde hace tres semanas comparten experiencias, horas de juego, charlan, disfrutan. Su encuentro se ha producido por casualidades de la vida, la misma que empieza y continúa, porque nunca acaba, con cada juego, con cada salto a la comba que agarran para que dos pequeñas aprendan que incluso tropezando se puede pasar bien, con cada risa, con cada cuento.

La directora del centro Doña Popi, Sonia Cabello, conocía la experiencia de un centro de Educación Infantil de Seattle (Estados Unidos) que había trasladado su rutina a un geriátrico. Algunas madres del centro trabajan en el sector y entre unas y otras pensaron que se podría intentar hacer algo parecido. Hubo reticencias por parte de algunos padres, pero se han ido salvando casi desde el minuto uno. El intercambio semanal entre los pequeños y los mayores se hace con los residentes de la viviendas tuteladas de Adema y el resultado está superando cualquier expectativa.

Con la puesta en marcha de esta iniciativa, llamada ' Estos maravillosos años' y que se prolongará durante todo el curso, lo que se persigue es una «experiencia vivencial», explica Cabello. De momento, lo que se han superado son los prejuicios. Nada de eso de que «los abuelos ya no sirven para nada». Seguramente la pequeña Lucía se escandalizaría si le dicen algo así mientras «la abuelita Rosario» le ayuda a ponerle un vestido a su muñeca. Porque con este tipo de acciones tan sencillas los mayores demuestran a los demás, pero sobre todo a sí mismos, que siguen teniendo valía, que tienen cosas que aportar, que pueden contribuir a la educación de los más pequeños.

Al mismo tiempo, como explica la psicóloga de Adema, Patricia Pedrero, que acompaña por primera vez a los mayores en su visita a la guardería -en las sesiones anteriores fueron los niños los que se desplazaron-, los ancianos «se sorprenden cuando les vuelven los recuerdos de su propia infancia». Ahí trabajan la mente, el recuerdo. Pero también trabajan la psicomotricidad cuando hacen trabajos con plastilina, cuando colorean las mismas fichas que los niños o cuando juegan con las marionetas. Y lo más importante, trabajan el alma, porque como explica la psicóloga, «esta experiencia les ayuda a sentirse útiles, les ayuda en su autoestima». Desde hace tres semanas todos estos mayores gaditanos están mucho más alegres, tienen ilusión. Cada miércoles es un día especial, porque se van a encontrar «con sus pequeños».

Unos y otros van haciendo «equipo», se eligen con solo mirarse. Ana siente debilidad por Crisanta y Crisanta siente debilidad por Ana, desde el primer día. Cuando están juntas no hay diferencias entre ellas, sino compañerismo, cariño.

«Yo me siento como ellos. Disfruto viéndolos disfrutar», dice Rosario a sus 75 años. «Tenemos que aprender de ellos a disfrutar de la vida», apunta a su lado Ángela.

Unos enseñan a los otros valores, juegos y canciones nuevas y viejas. También cuentos. En el que Fina les contó en su visita a Doña Popi los protagonistas eran una niña y una serpiente que se hicieron muy amigas. Y es que en la vida los compañeros de viaje a veces pueden parecer insólitos, pero de la mano se camina más feliz. La niña acariciaba a la serpiente en su casa del árbol, cuenta Fina. Ana mientras, acaricia la mano arrugada de Crisanta.

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