José María González muestra el balcón de mando desde el balcón del Ayuntamiento
José María González muestra el balcón de mando desde el balcón del Ayuntamiento - Antonio Vázquez
política

Lo de Kichi no era un sueño

Las expectativas de sus partidarios se topan de frente con el bloqueo de la oposición y el titubeo inicial del nuevo Gobierno

Antonio M. de la Vega
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Lo de Kichi no era un sueño. De eso se dio cuenta José María González Santos el día 15 de junio, cuando la nube de algodón mediático en la que andaba subido desde que se conocieron los resultados de las elecciones municipales del mes de mayo se abrió para dejarlo caer. Fue un despertar abrupto, en medio de un despacho más grande que su casa y, lo peor, sin ordenador. Para muchos de su generación, al menos para los que no curten sus manos en el campo o poniendo ladrillos, es inconcebible trabajar sin él. Como alcalde 2.0 que es, lo necesitaba para transmitir sus mensajes al pueblo gaditano (incluso al griego) en 140 caracteres, lo que sin duda resulta más barato y más efectivo que hacerlo a través de las pantallas LED.

No era un sueño, no. Ni un camino de rosas. En este amanecer suyo en la política no le han dado ni los cien días de cortesía. A los 26 días ya le han dado el primer revolcón. Seguramente no el alcalde, pero muchos de los que le rodean, de los que campan a su anchas estos días por los pasillos de la zona noble del Consistorio gaditano, pensaban que el bastón de mando era una varita mágica. De momento no ha podido resolver más que un par de cuestiones puntuales. No pudo evitar el desahucio de la familia de Benjumeda, aunque presuma de que ya tienen un piso. La solución al final vino de la mano de un hombre solidario, que se ofreció a ayudar a Antonio, Ana y sus hijos. Los concejales mediaron, cierto, pero ya antes se hacía (algunos ediles en etapas anteriores incluso llegaron a avalar con su patrimonio el alquiler a familias que lo necesitaban). Sí pudo evitar que más de 160 menores se quedaran sin la garantía de una alimentación equilibrada durante el verano. Para eso encontró el apoyo de la Junta de Andalucía, que ya venía ocupándose de este asunto, de manera coordinada con el Ayuntamiento, desde hace años.

Pero más allá de acciones de justicia que hoy día son imprescindibles, de mensajes para muchos populistas, de izadas de bandera necesarias para la mayoría, el alcalde de Cádiz no ha podido hacer apenas nada.

Y es que lo de Kichi no era un sueño. El Partido Popular creía que era una pesadilla, pero tampoco. Ellos se despertaron antes. El mismo día en que Fran González anunciaba que iba a poner en la papeleta de la investidura el nombre de José María González Santos. Y la realidad con la que se han encontrado ha sido dura. Concejales que se han quedado sin despacho, sin trabajo, sin coche oficial y sin sueldo.

Parece que quieren ayudar al alcalde a poner los pies en el suelo y, en ausencia de Teófila, han puesto a su espadachín, Ignacio Romaní, a pinchar al regidor. Anda en estos días dándole lecciones de reglamento interno, recomendándole cursos de política acelerados, enseñándole que 8 más 2 son 10; pero que 10 más 5 más 2 son 17; y 17 son más que 10.

No era un sueño lo de Kichi, no. El PSOE pensó, en ese estado de letargo en el que se encuentra desde hace veinte años, que ayudando a echar a Teófila Martínez quizá podría pasar cuatro años más tapado con el edredón de la «oposición responsable», esa pobre oposición que no puede hacer nada porque no le dejan. Pero no. A tenor de de la agresividad con la que están dándole la bienvenida al alcalde, desconcertando a propios y extraños después de auparlo al poder, se ve que andan un tanto desorientados. Ahora sí pueden hacer cosas, justamente apoyando a los que no apoyaron el 13 de junio o a los de enfrente, pero difícilmente con sus propias medidas. Y hagan lo que hagan tendrán complicado explicárselo a los suyos.

Parecía un sueño lo de Kichi, pero no lo era. Ganemos celebró su entrada en el Ayuntamiento con dos concejales como un gran triunfo, porque ya sabían que iban a ser decisivos. Pero no solo eso. Creían que el sueño era real, que el cambio que promovían era posible y, es más, que ellos podían participar del sueño de Kichi. Pero Podemos les ha dejado la peor cama, un colchón tan duro que también a ellos les ha hecho despertar. En la negociación para formar un gobierno de coalición, para dotarlo de una fortaleza mayor, las formas (esas tan criticadas en los últimos días) del alcalde y los suyos estuvieron a punto de dar al traste con los planes. Martín Vila y Eva Tubío se han tragado más de un sapo. Por mucho que digan no son 10. Son 8 más 2. De momento, se les ha excluido de la decisión más importante que han tenido que tomar, que no es otra que la propuesta de organización del Ayuntamiento. Y no solo eso. En una decisión inédita, al primer teniente de alcalde ni siquiera se le ha reservado un despacho en San Juan de Dios, así que se ha ido con sus bártulos a la Delegación de Urbanismo, a la Casa de los Lila.

No era un sueño lo de Kichi. Se van dando cuenta en los despachos del Consistorio y pronto llegará la ola de realidad a la calle. Los papeles se van acumulando y no hay quien los firme. No es que no se quiera, es que el bloqueo de la oposición en el Pleno de ayer sigue sin hacer posible que se clarifiquen las competencias, que se puedan tomar decisiones de calado. La ciudad sigue. Claro que sí. Empezó a andar hace 3.000 años y no se va a parar ahora, pero el Ayuntamiento, como institución, se ha frenado. Mucho impulso va a tener que coger para no perder la estela de los empresarios que querían invertir en el sector turístico de la ciudad, de las instituciones que deben conceder las subvenciones que permitirán cambiar el mapa gaditano.

Lo de Kichi no era un sueño. Probablemente a día de hoy le cueste hasta dormir. Algunos han rebajado el nivel de la crítica política a las consideraciones personales. Se ve mal que concilie, se ve mal que él y su pareja cobren por ser oposición cuando no quiere que la oposición municipal lo haga. No le ha dado tiempo a hacer, tampoco a aprender. Pero la ciudad no puede esperar, él mismo lo dice. Quizá lo mejor en estos casos es venir aprendido de casa.

De momento, todo está por ver, si es que le dejan, lo de Kichi no es lo que tantos soñaron bajo las estrellas en las acampadas del Palillero. Tampoco es lo que soñaba el grupo más numeroso de gaditanos que votó al PP en las últimas municipales. La realidad de Cádiz es dura, se la muestran al alcalde todos los días las personas que les esperan a las puertas del Ayuntamiento para pedirle una salida de eso que ahora se llama exclusión social, y los sueños, sueños son.

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