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Aquellas niñas cigarreras

Un grupo de jubiladas de Tabacalera rememora los momentos vividos en la fábrica

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Hace ya más de dos décadas que el zapateo de las niñas cigarreras paró. El traslado en 1988 a una fábrica de la Zona Franca más moderna, más amplia y con la promesa de más oportunidades acabó con la alegría de la calle Plocia que, tras la marcha de la plantilla, se sumió en un absoluto silencio. «Esta calle era una alegría», cuenta María José Sánchez, antigua trabajadora de Tabacalera que lleva cuatro años jubilada. El cierre de Altadis previsto para el próximo mes de diciembre le obliga a echar la vista atrás y rememorar los grandes momentos vividos dentro de Tabacalera, cuando eran las ‘famosas’ niñas cigarreras, aquellas que se atrevían a fumar en la calle y que consiguieron ser un referente en la lucha sindical gaditana. Ahora, junto con varias de sus compañeras rememoran los grandes momentos que vivieron dentro de la fábrica de los ladrillos rojos y la chimenea que nunca se apagaba. Lo primero que viene a la memoria son los años fuertes de la fábrica allá por mediados de los 70. Durante tres años, estuvieron entrando remesas de trabajadoras cada 15 días, hasta que en 1977 se paró. «Entrabas con los 18 años con la intención de ganar un poco de dinero que llevar a casa», cuenta Rosario Bustamante. «Durante un año trabajabas como aprendiza y durante ese tiempo no podías cambiar tu estado. Debías ser soltera y sin hijos». En su caso obvió que era madre de un hijo, «tampoco me lo preguntaron directamente», ríe ahora sin perder de vista lo duro que fue ir a trabajar en esa época. «Era muy habitual ver a las madres liar a sus hijos en pequeñas mantas cuando los llevaban a casa de la abuela o de quien los cuidasen mientras ellas estaban en la fábrica», relata Carmen Martín.

Cuando se les pregunta por la lucha sindical, todas sonríen orgullosas sabedoras del referente que marcaron. «A mí ser cigarrera me enseñó a tener voz y ya no me calla nadie», cuenta Ina Caro. Recuerda «que un día un jefe se acercó y me dijo: niña, barre eso. Yo le miré de arriba a abajo y le respondí: en primer lugar no soy niña, en todo caso si no se acuerda usted de mi nombre soy señorita y barrer eso no es mi trabajo porque soy operaria. Si me lo hubiese pedido con educación lo habría barrido a la primera pero debíamos exigir un respeto». Ahora, cuando escucha las historias de sus hijos, no entiende «como hemos podido retroceder tanto, con lo mucho que nos costó conseguir nuestros derechos». Ina rememora cuando, gracias a esa actitud, consiguieron el tiempo de descanso en el turno del sábado. «Nos obligaban a estar todo el tiempo en la máquina, sin tiempo ni siquiera para comer», relata.

Pero ante unas órdenes exigentes, las cigarreras tiraban de picaresca. «Decíamos que íbamos al cuarto de baño y allí aprovechábamos para comer en pequeños grupos. Cada una traía algo de casa, que si una tortilla, que si un filete y con las cajas donde guardábamos los puros montábamos la mesa». Finalmente, tras varias concentraciones y acciones consiguieron su reclamado descanso para el almuerzo. No fue lo único. «También conseguimos salir a la calle en el turno del desayuno como hacían los hombres», añade Carmen Chanivet, «un tiempo que además aprovechábamos para ir al Piojito, pedir cita en el médico o hacer lo que tuviésemos que hacer». Para Rosario Bustamante importante fue que se equipararan los derechos de la jornada laboral completa a los de la jornada reducida. «Al tener menor turno nos decían que no podíamos ni siquiera salir a desayunar cuando lo justo era hacerlo, aunque con un tiempo más reducido, acorde a nuestra jornada».

La gran huelga

Cuando se habla de los logros de las cigarreras hay uno que destaca por encima de todos: la huelga que mantuvieron durante 23 días seguidos en 1988. «Habían impuesto dos sanciones y despedido a cuatro compañeras por defender nuestros derechos laborales», señala María Sánchez, y «exigimos su reincorporación». Para ello no dudaron en hacer encierros en el patio de la fábrica o tumbarse en la carretera de la Cuesta de las Calesas para cortar el tráfico. «Fueron momentos muy duros pero la unidad fue lo que nos salvó a todas». Rosario Avilés, que por aquel entonces pertenecía al comité de empresa, elude los elogios y dice que «en el comité éramos muchos y solo hicimos lo que teníamos que hacer». Tampoco se olvidaron de apoyar al resto de compañeros. «Ya fuera por los astilleros o por los de Delphi, ahí estaban las niñas cigarreras para apoyar la actividad industrial y el empleo en Cádiz», añade María Sánchez.

Pero la vida de las cigarreras no solo se recuerda por la lucha sindical. Su vida laboral está llena de pequeñas anécdotas que hacen que, a pesar de estar jubiladas, sigan estando unidas. «¿Te acuerdas de cuándo nos asomábamos a la ventana para ver llegar los barcos al muelle?», pregunta Carmen Tey, «qué guapos venían los marineros, sobre todo los de Elcano». Rosario Bustamante no se olvida de los días que compaginaba su cargo de operaria con el de vendedora de prensa. «Tenía que estar todo el tiempo al lado de la máquina pendiente de la capa y mientras tanto me ponía a vender el periódico», señala. De algo de lo que tampoco se olvidan es del cante de Carmen Tey. «Eran las cinco de la mañana y ya entraba ‘la Tey’ cantando por la puerta de Tabacalera», dice María Sánchez, «no había quien la callara pero lo cierto es que nos alegraba a todas». «¿Y qué me dices de las albóndigas de La Flor de Galicia?» interrumpe de pronto Paqui Pantoja. «Si es que éramos la alegría de los bares. Imagínate, había tres turnos de desayuno con lo cual el trasiego de las niñas era continuo, los bares estaban siempre llenos», continúa, «ya fuese a las dos de la tarde o a las diez de la noche cuando acababan los turnos». Y los novios, aquellos novios que aguardaban inquietos y nerviosos a que las ‘niñas’ acabasen el turno. «La calle Plocia a las dos de la tarde estaba llena de ellos», apunta María Sánchez.

Si algo marcó un antes y un después fue el traslado de la fábrica a finales de 1988. «Aquí ya sabíamos que el traslado tenía trampa», cuentan, «habían construido aquello para que se pudiese desmontar de forma fácil y así ha sido. Estaba hecho para durar un tiempo y ese tiempo ya se ha cumplido», afirman tajantes.

Tras las grandes plantas, las nuevas oportunidades que prometieron se escondía un pequeño guisante. «Aquí en la calle Plocia éramos todas una piña», explica Paqui Pantoja, «estábamos todas a una porque nos sentíamos una sola familia» pero cuando nos llevaron a Zona Franca, nos separaron».

Divide y vencerás, reza el dicho. «Nos clasificaron y nos separaron y aquello fue el inicio de lo que hoy ha llegado». El cierre de otro símbolo más de la industria gaditana.