DOCTOR IURIS

Sadomaso de género

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Cuando yo era pequeño y vivía en el quinto del bloque de la calle Arenal de San Fernando hice amistad con Bruno, un niño alto de pelo oscuro que recién acababa de mudarse al primero del mismo bloque de la misma calle. Ambos compartíamos el amor por el cine y los soldaditos de Playmobil. Muchas veces mi hermana May y yo bajábamos a su casa y, junto a las hermanas de Bruno, disfrutábamos los dibujitos animados en su gran televisor, traído de Ceuta por sus padres, Armando y Carmen. Allí veíamos la serie japonesa ‘Candy Candy’ –de la que por cierto, olvidé ver el último capítulo y a día de hoy aún no sé cómo acabó– y ‘El Equipo A’. El otro día me acordé de ese salón, de ese primero donde tantos momentos pasé.

Era una calurosa, cadenciosa, tarde de verano. Después del telediario de las tres, mientras se despachaba con cierta rapidez el segmento dedicado a la meteorología prevista para los próximos días, ya saben, isobaras, precipitaciones y demás cuestiones en las que uno nunca llega a ser un experto, bajé con May al piso de Armando y Carmen y nos sentamos en el sofá, frente al televisor ceutí, para ver el capítulo de la serie que tocara. Reconozco que he perdido esa gloriosa costumbre tras la hora del almuerzo, aunque mientras en esa época aparecía Jessica Fletcher, ahora uno como mucho se encuentra con Jessica Bueno. La serie, de la que no recuerdo el título, era una fantasía espacial de un aventurero que sufría diversas tribulaciones a lo largo de sus viajes intergalácticos. El protagonista era una mezcla de McGyver y Han Solo.

Ese día, el viajero espacial, huyendo de los ‘malos’, había aterrizado en un planeta en el que sus habitantes eran mayoritariamente mujeres. Todas eran de gran belleza y, pese a no llevar taconazos, resultaban atractivas en la pantalla. El pobre desafortunado había venido a caer en un auténtico matriarcado, un lugar donde los varones eran esclavos dedicados a las labores más gravosas –arar la tierra, construir edificaciones, limpiar las casas– y, por descontado, a dar placer sexual a las guerrilleras amazonas, hasta que se cansaban de ellos y los mataban. El viajero espacial fue acogido por una de las mujeres que lo trataba con cierta paridad e igualdad de género y génera. Se había enamoriscado de él y lo consideraba no un esclavo, sino un igual. Sus hermanas estaban disconformes y recuerdo que al final hubo rayos láser, beso de despedida y una huida ajustada.

Desconozco por qué ese capítulo se me quedó grabado en la memoria pero sí puedo decirles qué provocó el mecanismo asociativo de mi mente. Fue la recién nombrada coordinadora del Instituto Andaluz de la Mujer de Huelva, Rosario Ballester, quien manifestó el pasado viernes que era indicio de la existencia de violencia de género el uso por parte de la mujer de «taconazos» o la lectura del libro erótico ‘50 sombras de Grey’. Estoy convencido de que esta veterana política, experta en el sadomaso de género, debió participar como figurante/amazona en ese viejo capítulo televisivo que recuerdo de mi infancia y mi inconsciente la ha debido reconocer. No se me ocurre otra explicación para esta asociación de ideas, la verdad. Discúlpenme.