ganas de vivir

«La sed me perseguía más que mi propia sombra»

Con solo 20 años le detectaron insuficiencia renal en fase terminal. Dos transplantes de riñón y casi cinco años en la sala de hemodiálisis son su ficha de presentación. Hoy, a sus 47 años, presume de vida y de nuevo libro. El escritor navarro Juan Gracia presenta su ultima novela: ‘Piel roja’

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Dicen que los felinos tienen siete vidas. Juan Gracia (Pamplona, 1965), con total seguridad, tiene muchas más. Nos recibe en su casa de blanco, color festivo, de celebración. No es para menos. Demasiadas zancadillas superadas a lo largo de sus 47 años. Como para no estar contento. Su contagiosa sonrisa lo delata. No se trata de una mueca cualquiera. Es, sin duda, el espejo de la felicidad con mayúsculas. Esa que se alcanza cuando has visto la muerte muy de cerca y más veces de las que te hubiese gustado, y, sin embargo, la has noqueado por KO. El escritor navarro lleva casi tres décadas hostigado por una insuficiencia renal que ha maniatado su vida desde la orilla de su juventud.

Juan ha sufrido dos trasplantes de riñón y dos periodos en la sala de hemodiálisis, de siete meses y de cuatro años, respectivamente. Pero, es que además, ha sobrevivido a un atentado de ETA y esquivó el 11-S gracias a los caprichos del destino. Y ahí está, dando guerra, cerca de cumplir medio siglo de vida y presentando ‘Piel roja’, su última entrega de lo que él mismo denominó ‘trilogía de la enfermedad’: ‘La línea Plimsoll’ (2008), ‘Diario del hombre pálido’ (2010), y ‘Piel roja’ (2012).

«El origen de mi insuficiencia renal no está claro. Es cierto que yo pasé una nefritis de pequeño que parece que no se curó del todo bien. Pero yo la achaco más a unas pastillas de yodo que nos recetaron en mi etapa en México, de los 17 a los 19 años, para combatir la amibiasis y que a mí me sentaron fatal, con vómitos constantes y fiebre alta. De hecho, hace no mucho tiempo he descubierto que soy alérgico al contraste yodado. Y quizás, de aquel episodio viene mi enfermedad».

Juan no llegó a disfrutar de la juventud en toda su plenitud. Varios de aquellos años le fueron robados por sus riñones. «El verano del 84, dejé México julio y agosto para pasar las vacaciones en España, pero fue un verano horroroso. Estaba siempre fatigado, pero cuando te digo fatigado me refiero hasta la extenuación, algo exagerado para la edad que tenía. Convivía las 24 horas con una sensación de abatimiento físico y emocional atroz. Solo quería estar en la cama tumbado todo el día mirando al techo. Así que empecé a visitar consultas y doctores. Entonces, me percaté que algo importante tenía. Nadie me decía nada y yo, a cada visita nueva, era recibido por un médico de mayor jerarquía. Hasta que un día, en el Clínico de Barcelona, un nefrólogo muy bueno de la época, que ahora no recuerdo su nombre, me dio la trágica noticia: insuficiencia renal en fase terminal. Es decir, o entraba en diálisis o no lo contaba. Hoy es algo normal, pero en el añ o 1984 la insuficiencia renal era una enfermedad rara y desconocida».

Nueva vida

En ese instante, la vida del escritor navarro dio un giro radical. De regresar a México a continuar con su vida, a verse en la sala de hemodiálisis a la espera de un riñón que salvara una vida imberbe. Juan vivía pegado a una máquina. Eran tres sesiones a la semana: lunes, miércoles y viernes, cuatro horas cada día. Así, hasta el 1 de marzo de 1986, fecha de su primer trasplante: «Fue todo genial. Era un riñón muy bueno, de un chico joven, de mi edad, que acaba de fallecer. Afortunadamente, no dio ningún problema. Eso sí, ya me avisaron que, posiblemente, tendría fecha de caducidad, pasados unos veinte años, mas o menos».

Pero, después de la pesadilla vivida, ese ‘detalle’ no era relevante para nuestro protagonista. Juan había ‘vuelto a nacer’ y tenía muchas cuentas pendientes: «La insuficiencia renal es una enfermedad muy traicionera y silenciosa. Y muchos ni siquiera llegan a diálisis. Suelen fallecer antes por problemas cardiovasculares. Me sentía un afortunado y no podía desaprovecharlo. Recuperé los años perdidos con los amigos. Terminé la carrera de periodismo en la Universidad de Navarra, hice la tesis doctoral, y logré una plaza en la Universidad de Biblioteconomía y Documentación de la Universidad Complutense de Madrid donde impartía clases de Literatura Española, entre otras materias. Y, además, comencé a escribir y publicar novelas y relatos. Lo que siempre había soñado».

Pero sin duda, el momento álgido llegó en China en el año 2000. Juan y su ex mujer decidieron adoptar una niña y en las Navidades de ese año se cumplió su sueño: «Fueron 21 meses de trámites pero mereció la pena. Es cierto que cuando fuimos a por ella pasamos unos días de angustia. La sensibilidad estaba a flor de piel y siempre teníamos ese pequeño temor que no saliera bien todo. En China son de acero. No olvidemos que son un estado totalitario. Y percibes que a la vida humana no le dan tanto valor como nosotros. Pero, afortunadamente, todo salió genial. Alejandra es mi princesa, lo mejor que me ha pasado en la vida».

Regreso al pasado

Pero pasaron los meses y los años, sobre todo, para el riñón de Juan. Y en 2007, su ‘salvavidas’ comenzó a resquebrajarse. Tocaba regresar al pasado. Al pasado mas cruel y doloroso: «El riñón se estaba deteriorando y la enfermedad había vuelto a avanzar. De nuevo, entré a diálisis y al año de estar allí tuvieron que extirparme el riñón trasplantado. Ya no servía. Todo lo contrario. Me dolía y me molestaba bastante».

La insuficiencia renal es, como dice Juan, «la enfermedad que nunca se cura». Te cohíbe a la hora de ingerir líquidos ya que no puedes expulsarlos. De hecho, Juan sólo orinaba 100 ml al día. Y de ínfima calidad. Lo normal en cualquier ser humano sano suelen ser alrededor de 1.000 ml: «Cada litro de agua que bebes es un kilo más de peso, porque como te digo, no puedes expulsarlos de tu cuerpo. Vamos, que la sed te persigue más que tu sombra. Pero lo peor es la dependencia de la máquina. Se produce una relación de amor-odio con ella.Al principio te sientes mejor, más ligero. Su función es extraer los líquidos de más que te hacen subir de peso, depurar la sangre y eliminar el exceso de potasio, que calcifica las arterias a largo plazo y, en niveles muy elevados, puede provocar un infarto. Pero sabes que tiene que estar atado a ella un día si y otro no. No puedes hacer nada. Tu vida esta esclavizada a esa máquina. Y eso es muy duro».

Segundo transplante

Y así fue. Juan estuvo hasta marzo de 2011 en la sala de hemodiálisis. Viendo, desgraciadamente, compañeros de ‘fatigas’ morir y, sobre todo, resignado a la llegada de un nuevo riñón que, en unas ocasiones, por la falta de compatibilidad y, por otras, por la lista de espera, se hizo de rogar bastante más que en el primer trasplante.

Hasta que en abril de 2011, cuatro años después de entrar a la sala, recibió la buena nueva. Pero, en esta ocasión, no fue todo tan sencillo: «En este segundo trasplante el riñón era vago, no drenaba todo lo bien que debía hacerlo. Se resistía más de lo previsto. A mi cuerpo le costó asimilarlo. Pero lo que de verdad importa es que ahora estoy aquí y puedo contarlo».

Un superviviente

Juan Gracia tenía, otra vez, unas zapatillas nuevas para seguir corriendo en su particular carrera de fondo en busca de la medalla de oro a la supervivencia. Porque nuestro protagonista no solo ha esquivado a la muerte en los quirófanos: «Los ochenta fueron los años del plomo. ETA mataba como a unas 100 personas cada año y, encima, hacía funciones de sindicato presionando y chantajeando a las empresas. Mi familia tenía en Tafalla (Navarra) un negocio de calzado fundado por mi bisabuelo y nos pusieron una bomba de 30 kilos de goma II en una finca familiar que teníamos en el pueblo y, por si no era suficiente, al día siguiente publicaron en el diario Egin una amenaza de muerte a todos los miembros de mi familia. Por suerte, en la finca no había nadie ese día y no hubo muertos ni heridos. Pero esa fue una de las razones por las que emigramos a México en 1982».

Pero no solo la insuficiencia renal, ni ETA; tampoco Bin Laden pudo con Juan: «Tenía comprado los billetes para viajar a Nueva York con mi familia el 9 de septiembre de 2011. Pero yo soy muy despistado y no me di cuenta que tenía un examen en la Universidad programado para esa fecha. Así que tuve que cambiar el viaje para cinco días mas tarde, para el 14. Si no hubiese tenido aquel examen hubiera viajado el 9 de septiembre a NYC y las Torres Gemelas era uno de los destinos prioritarios de mi viaje».

No es para presumir, ni mucho menos, pero la tarjeta de visita de Juan Gracia tiene tiros por todos los lados. Afortunadamente, ninguno ha dado en la diana. Por eso, este escritor navarro se siente un privilegiado. Como escribe en ‘Piel roja’, el último libro de la trilogía de la enfermedad, cumple a la perfección aquella mágica expresión de Charles Chaplin: «El tiempo es el mejor autor, siempre encuentra el final perfecto».