ATENCIÓN PRIMARIA

Cara y cruz del trastorno más famoso

Ser bipolar ni es positivo ni propio de genios. Muchos artistas han dado a conocer un desorden mental que, en verdad, es difícil de detectar y duro de tratar

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Leche de burra, baños de cabeza, jarabe de cochelaria y becabunga, gelatina de asta de ciervo con víboras tiernas; caldos con galápago, ranas, ternera y víboras; flor de violeta, lavativas, dieta, agua de tila y cerezas, jarabe de borraja y escorfonera, polvos de madre perla, fumaria, pimpinela y agrimonia. Esta mezcla de pócimas, platos en teoría suculentos y masajes no son el recetario de ninguna tienda estrambótica de cualquier ciudad. Son los remedios que debía tomar Fernando VI (Madrid, 1713-1759), el primer Borbón que ocupó el trono español, para curar su mal: un trastorno bipolar. El monarca tenía todos los síntomas. Sus fluctuaciones en el estado de ánimo eran asombrosas, con episodios maníacos e hipermaníacos, depresivos y mixtos. Se calcula que pudo abdicar en una veintena de ocasiones y que en otras tantas se echó marcha atrás.

Más grave fueron los métodos para aquellos que no podían pagarse un médico eficiente. El tratamiento para la manía grave en la era pre-farmacológica era sencilla: atarlos a una silla y ponerles una caja de madera en la cabeza.

Los enfermos acababan muriendo, agobiados y sin ser curados del mal. En 1949, apareció por primera vez publicado en un medio, ‘The Medical Journal of Australia’, que el litio funcionaba con este trastorno. Después vinieron las técnicas de electroshock, que hasta hace muy poco estaban de moda. Luego llegaron los fármacos que han conseguido dar una tremenda estabilidad a estas personas que padecen un trastorno bipolar. Pero este síndrome no debe tratarse solo con pastillas. Necesita ampliar su campo de actuación: el diagnóstico precoz y la atención psicoeducacional.

Diagnóstico complejo

Las dificultades para descubrir la enfermedad son evidentes debido a la compartición de síntomas con la depresión o males similares. Tres de cada diez pacientes están erróneamente diagnosticados y casi la mitad de las personas que sufren de bipolaridad no lo saben. Después de ser localizada, debe tener un tratamiento que incluya todos los aspectos de la vida además de los medicamentos. Y en ese campo, desde hace casi dos décadas, trabaja el servicio de Psiquiatría del Hospital Clinic de Barcelona bajo la dirección del doctor Eduard Vieta.

La combinación del tratamiento farmacológico y el trabajo psicológico y educacional es fundamental. «La conciencia de la enfermedad es dolorosa, pero negarla es peor», arguye Francesc Colom, de la Unidad de Trastornos Bipolares del Clinic y uno de los más estrechos colaboradores de Vieta.

En sus grupos de charla, los pacientes comentan todos los aspectos. «Hablamos del estigma tanto negativo como positivo, porque a veces se dice que mola demasiado ser bipolar y se le da la cobertura de que es una enfermedad de los genios, muy ‘fashion’. Y no es así», recalca el experto durante el seminario ‘El desgobierno de la mente’.

La psicoeducación tiene tres vertientes muy claras. Por una parte, quiere corregir los errores más comunes de los enfermos, como tomar la medicación. Cuatro de cada diez toman mal los fármacos. Los motivos, muy diversos. «La vergüenza, la esclavitud, la dependencia, el miedo… Dicen que no es sano, pero todo tiene que ver con la falta de información», apunta Colom. Curiosamente, son muy pocos los que temen a los efectos secundarios. Ergo, una buena información del trastorno acabaría con muchos complejos. Estos datos también ayudan a que el paciente se conozca mejor y pueda prever las recaídas, segundo pilar de la psicoeducación.

Pero hay que tener en cuenta que cada caso es particular y que puede tener síntomas diferentes a otro bipolar. Colom pone el ejemplo de una de sus pacientes. Sabe perfectamente cuándo va a recaer si se juntan algunos de estos factores que escribió en una hoja que le dio al doctor: dormir más de 11 horas, comprar una tableta de chocolate, no contestar al teléfono, ir a misa, ver la televisión cinco horas, mentir, no cocinar, pasear sola y escuchar determinados grupos musicales. «Esto no quiere decir que a otro enfermo le pasen estas cosas, ni que sean malas. Simplemente es que esta mujer, cuando tiene ganas de hacerlas, sabe que va a sufrir una recaída», comenta el doctor.

Esa asunción es fundamental en la psicoeducación. «El paciente pasa de ser culpable a responsable. No tiene la culpa de tener trastorno bipolar. Tiene que ser responsable. Es la mejor manera de que el paciente entienda que tiene que hacer algo con su vida», indica Colom. Y aquí aparece el tercer pilar de esta técnica, que poco a poco se va extendiendo por los hospitales españoles: la regularidad de hábitos.

Colom asegura que aquellas personas que reciben psicoeducación tardan menos en tener nuevos episodios que los que no. Para lograrlo es fundamental, según recalca, aceptar la enfermedad. «Usted no es bipolar porque no diría que es un canceroso. Es un matiz, pero un matiz importante. Solo sabiendo dónde estoy puedo decidir a dónde ir y cómo llegar. Cerrar los ojos no hace que desaparezca», dice con rotundidad.

Para conseguir superarla hay que llevar una vida ordenada pero no aburrida: dormir entre 6 y 8 horas, comidas regulares, vida social, ejercicio físico, trabajo y estudios. Y hay que estar atento a los cambios de humor, de gustos, indumentaria, las rutinas o las discusiones.

También hay que escuchar a los demás, pero «eligiendo bien»; huir del estrés; evitar todo tipo de tóxicos, como el cannabis; actuar a tiempo; «querer y ser querido» y ser optimista. «Antes de 1950 no había ningún tratamiento. Hoy existen 20 fármacos. Hace 15 años no se investigaba y ahora es una enfermedad muy conocida. Y en España, hoy en día tenemos algunos de los mejores equipos del mundo», concluye. el doctor Colom.