opinión

Una huelga tuiteada

Al altruismo del moderno narrador anónimo se le ha añadido el voyeurismo del fisgón

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Esos buenos ciudadanos que en el día de la huelga tuiteaban frenéticamente denunciando coacciones de los piquetes, destrozos en el mobiliario urbano, lunas rotas y cerraduras taponadas con silicona, ¿tienen vocación de periodistas? Podrían serlo, pero no informan de la noticia principal, la de millones de personas movilizadas protestando en concentraciones multitudinarias, ni hacen fotos de las pancartas y las banderolas ni de los ríos de parias de la tierra avanzando por las avenidas. Lo suyo es el percance, la incidencia, el desperfecto. Bueno, también hay un reporterismo de primera calidad que se fija en los detalles y camina por la orilla para acabar dando un fiel testimonio de la realidad. No hay que menospreciar el empeño de tanto anónimo interesado en tenernos al corriente de lo que acontece en su barrio. Todos los grandes momentos de la humanidad han pasado a la historia merced a relatos diversos que se complementan los unos a los otros, desde las grandes cifras hasta la anécdota menor y viceversa. Ahora bien, días como el de ayer no necesitan cronistas añadidos a los profesionales.

Como en todo festejo anunciado ya había periodistas por doquier, de modo que a nuestros espontáneos no parece que les guiara la voluntad pleonástica de contar aquello que otros con más medios y oficio iban a contar mejor. Al altruismo del moderno narrador anónimo se le ha añadido el voyeurismo del fisgón. La electrónica nos ha provisto de tantos medios para registrar la realidad y propagarla a los cuatro vientos que cualquier individuo con un móvil y una conexión inalámbrica a mano puede salir a la calle en busca de la instantánea aparatosa y luego verter un titular llamativo en las redes sociales. Ayer la huelga fue relatada en tiempo real por una infinidad de fotógrafos amateurs. Es posible que algunos actuaran siguiendo las instrucciones de Esperanza Aguirre, quien la víspera hizo un llamamiento para colgar en Internet fotos y vídeos de actos de violencia como en una versión moderna de los bandos para cazarrecompensas, pero la mayor parte obedecía a un movimiento reflejo. Las cámaras ya se han interpuesto de tal manera entre nosotros y el mundo que no podemos andar sin ellas. Para saber que estamos vivos necesitamos haber pulsado antes el botón. Ya en los primeros tiempos del vídeo doméstico y la foto digital la gente fue despegándose de los episodios vitales de los que era actor principal para situarse como testigo. Si en los bautizos uno se ponía en primera fila no era para vivir el acontecimiento de cerca, sino para sacar el primer plano de la criatura. A aquella mirada deformada que aplazaba la emoción del instante le ha sucedido esta otra de quienes solo aprecian la realidad en su dimensión anómala. Ahora apuntamos al objetivo como si no contentos con ejercer de paparazzis aspiráramos a ser corresponsales de guerra.