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La Pepa va a las elecciones

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El Partido Popular arrasará en las próximas elecciones de Andalucía, auguran las encuestas. Y tan sólo habrá que ver si su número de diputados rozará los 55 o los 60. Con esas cartas sobre la mesa, tan sólo cabe plantearse si el PSOE podrá o no acortar distancias en apenas una semana de campaña, lo que resulta harto improbable en estos tiempos. En la capital gaditana, desde luego, no parece probable que eso ocurra cuando la conmemoración del segundo centenario de La Pepa va a tener un claro color azul conservador, máxime cuando el protocolo resulta sumamente exiguo con la presencia de representantes autonómicos en los fastos de estas jornadas.

Paradojas de la historia: el primer centenario de la constitución de Cádiz, en 1912, resultó manifiestamente boicoteado por las derechas católicas. El segundo, en cambio, va a ser prácticamente monopolizado por las mismas. Y no sabemos si felicitarnos porque los neoliberales de hoy crean ser los liberales de hace dos siglos o si preocuparnos porque lo que debiera ser una operación de estado no llegue a serlo, por las frecuentes desavenencias entre los dos grandes partidos políticos de este país y las instituciones que gobiernan o que han gobernado.

Ni siquiera su tira y afloja ha servido para que estén a tiempo las grandes infraestructuras que figuraban inicialmente en la hoja de ruta de esta celebración y de cuyo retraso apenas va a librarse el nuevo parador de turismo que incorporará un nuevo rascacielos al antojadizo skyline de la capital, en un imposible diálogo con la Torre Tavira y con el pirulí de Telefónica al que ahora se organizan excursiones guiadas. Adiós a otros proyectos hoteleros, malhaya el tren de alta velocidad que viene llegando con tanta lentitud como los antiguos mercancías de la Renfe y hasta luego, Lucas, sobre ese segundo puente cuyas encías sobre el mar recuerdan a una instalación de vanguardia de las que, con más acierto que patinazos, ha intentado aglutinar en estos días el consorcio desde la Casa Pinillos a la Plaza de San Antonio.

La Pepa debiera ser esa encarnación del espíritu de un tiempo y de los sueños de varias generaciones, ese mito cuya belleza levantará mismo la bailaora gaditana Sara Baras sobre el escenario del Gran Teatro Falla. Desde un primer momento, la duplicidad de oficinas, departamentos, cabezas visibles y programaciones, lastró a esta conmemoración con el duelo a primera sangre del PP y del PSOE, cuyos objetivos fueron siempre los mismos, los de incrementar la brillantez de esta efeméride, pero cuyos resultados reales se han visto perjudicados por remar, en el fondo, en dos direcciones distintas.

En cualquier caso, Cádiz ya es una fiesta, entre disfraces y tedeums, músicos y teatreros, discursos pomposos y algarabía grande, aunque más allá de la fiesta siga latiendo la inquietud de los proveedores locales del Ayuntamiento que hasta que no perciban lo que se les debe no van a relajarse, o entre los trabajadores de Navantia que vuelven a reclamar carga de trabajo como llevan haciendo desde hace un siglo, cuando los astilleros por cierto terminaron cerrando durante varios años, justo cuando se conmemoraba los primeros cien años de La Pepa. Esperemos que no sea un fatal augurio de que la historia siempre termina por repetirse.

Es justo y necesario que Cádiz mire al pasado, porque pertenece a esa trimilenaria bruma de los tiempos. Pero no estaría mal que le echara un ojito al mañana porque puede ensimismarse en demasía con el pretérito perfecto. En cualquier caso, habremos de felicitarnos por el hecho de que conservadores y progresistas se sientan plenamente identificados con la palabra democracia, con todos los matices legítimos que unos y otros incorporen a sus respectivas ideologías. No ha sido fácil que eso ocurra. Se ha tratado de una obra de envergadura, que no se ha resuelto apresuradamente como el repellado y encalijo del monumento a las Cortes de la plaza de España, que se empezó para el primer centenario y que no se terminó hasta 1929; o el del Oratorio de San Felipe Neri aunque no haya llegado misteriosamente hasta la fachada del colegio anejo. Ese esfuerzo por la convivencia se plasmó con la transición democrática pero debiera mantenerse en el porvenir. No vaya a ser que en estos días estemos conmemorando la libertad de todos y, en los venideros, acabe siendo cercenada por el implacable rodillo de las mayorías absolutas que presumiblemente otorguen al Partido Popular el mayor grado de poder que ha vivido este país desde que tan sólo existía el partido único...

La disputa de un escaño

El último escaño a repartir en la provincia de Cádiz va a ser, probablemente, el más disputado de todas las circunscripciones electorales de Andalucía y puede corresponder indistintamente a Izquierda Unida, que colocaría a su segunda candidata, la algecireña Inmaculada Nieto, a la secretaria general del Partido Andalucísta, Pilar González o al Partido Popular, que a la luz de las encuestas difundidas hasta ahora alcanzaría con ello su octavo representante en el hospital de las Cinco Llagas. Todo ello dependerá de los extraños vericuetos del sistema D´hont, de la concentración del voto de los conservadores y de las posibilidades de que el PSOE pueda forzar la máquina y sea capaz de llevar a sus votantes a las urnas, a pesar de los ERE y del goteo de sus comparecencias judiciales que afectan muy especialmente a esta provincia: sin ir más lejos, el jerezano Antonio Fernández, que fuera consejero de empleo, lleva varios meses como imputado sin que conozca a ciencia cierta de qué se le imputa. Así, es bastante probable y lógico que su abogado termine alegando indefensión.