opinión

Recorte a la cooperación

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Del conjunto de los recortes ya decididos pero todavía no explicados completamente por el nuevo Gobierno resulta llamativo el que afecta al Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, de algo más de mil millones de euros (sólo Fomento sufre una exacción mayor). Si se piensa que este Departamento administraba uno de los presupuestos más bajos de todos los del gabinete y que no cabe la reducción de nuestro esfuerzo diplomático, es claro que la mayor parte de esta ingente cantidad de recursos será detraído de la ayuda al desarrollo, de la cooperación internacional.

De momento, la secretaría de Estado de Cooperación se ha acumulado a la de Iberoamérica, tras rectificar una primera iniciativa que la situaba en la de Exteriores.

De momento, conviene recordar que la cooperación, aparte de venir impuesta por un imperativo moral democrático inalienable al que ningún país desarrollado puede renunciar, no es una actividad que haya encasillar exclusivamente en el terreno de la pura filantropía. Como bien saben franceses y británicos, por ejemplo, la cooperación es una carta de visita de los grandes países en la escena internacional, refleja la envergadura intrínseca de cada estado y -no hay que tener empacho en reconocerlo- abre numerosas puertas, tanto en nuestro ámbito natural iberoamericano cuanto en África y en Asia. A modo de ejemplo, conviene recordar que la cooperación nos ha permitido controlar satisfactoriamente los flujos migratorios provenientes del Sur mediante acuerdos con los países del Mogreb y del África Subsahariana. Igualmente, ha sido la cooperación la adelantada de nuestras relaciones con Iberoamérica: las Oficinas Técnicas de Cooperación y los Centros Culturales de la AECID han sido la base de unos lazos muy sólidos que no habría que debilitar. Antes al contrario: deberían fortalecerse, después del desapego de los últimos años, que quedó de manifiesto en la última cumbre iberoamericana. Si no se hace así, el vacío español será llenado por Venezuela, algo que no deberíamos tolerar.

La diplomacia moderna, que tiene una vertiente cada vez más económica -el nuevo Gobierno ha efectuado declaraciones apropiadas en este sentido-, ha de defender a capa y espada los intereses nacionales mediante una acción comercial explícita y a través de la cooperación, que son sus grandes herramientas. Debilitar la cooperación por una crisis coyuntural es renunciar a una parte decisiva de nuestra influencia y nuestro peso internacionales.