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La red pone a la sociedad al límite de la adicción

El uso constante y generalizado de las tecnologías de la información preocupa a psiquiatras y psicólogos

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Cada vez es más frecuente que, ante una reunión la tecnología sean más protagonistas que la propia conversación. Teléfonos móviles, tabletas o incluso ordenadores portátiles son consultados por sus dueños sin importar que alguien quede con la palabra en la boca. ¿Se han vuelto los españoles maleducados en masa o estamos ante un problema de adicción a las tecnologías de la información (TIC)?

La respuesta de los expertos no es contundente, ya que nos encontramos ante un fenómeno reciente, aunque en aumento. La Federación de Usuarios y Consumidores Independientes (FUCI) calculó que los españoles se gastaron una media de 206 euros en regalos en las últimas navidades. Aún con la crisis, el gasto podría ser parecido para la campaña que se acerca. Y si los regalos estrella de las navidades de 2010 fueron aún videojuegos, consolas y cámaras de fotos (tecnología más tradicional y que, sin duda, influye menos en la relación con los demás), teléfonos móviles inteligentes y tabletas serán los protagonistas de las ventas de este año.

En esta tesitura, la posible adicción a las TIC preocupa a psiquiatras, psicólogos y sociólogos. Un estudio realizado a finales de 2008 por el Instituto de Adicciones de Madrid sobre el uso problemático de las TIC reconocía que hay que ser cauto «a la hora de hablar de adicciones o del uso de las nuevas tecnologías como patología». Los autores subrayaban que «no existen estudios clínicos que avalen estas teorías y los casos aparecidos son demasiado bajos como para poder extraer conclusiones definitivas».

Sin embargo, aún tratándose de casos aún puntuales, la estadística da la razón a los que hablan de un comportamiento problemático en este sentido. También lo avala que instituciones con amplia experiencia en el tratamiento de adicciones «tradicionales» como Proyecto Hombre cuenten ahora con un apartado dedicado a las Tecnologías de la Información y la comunicación (TIC). El responsable de formación de esta entidad en Burgos, Fernando Pérez del Río, prefiere hablar de mal uso antes que de adicción como tal. «Esto no quiere decir que no haya casos; los hay, y muy bien fundamentados. Pero la mayoría de los pacientes son mixtos, comparten adicciones tradicionales», explica.

Los pocos estudios que existen al respecto dan cifras dispares de comportamientos adictivos en torno a la tecnología. El ya mencionado trabajo del Instituto de Adicciones de Madrid, concluyó que un 13,5% de jóvenes madrileños manifiesta un uso problemático en una o más tecnologías lúdicas o de la comunicación. Esa situación alcanza a casi el 4% en los videojuegos, al 4,5% en la navegación por Internet, al 6,5% en el correo electrónico y al 8,5% en el móvil.

Precisamente es en los jóvenes donde se han centrado la mayoría de los estudios sobre adiciones a las TIC. Un trabajo del Instituto Nacional de Tecnologías de la Comunicación (INTECO) puso de manifiesto que a casi cuatro de cada diez padres les preocupa que sus hijos desarrollen dependencia o abusen de ellas.

El estudio que llevó a cabo el Instituto de la Juventud (Injuve) en 2009, afirma que el 96% de jóvenes de entre 12 y 24 años se conecta habitualmente a Internet, y más del 90% utiliza diariamente el móvil para llamadas y/o mensajes de texto. En el grupo de 12-18 años, el 67% son internautas habituales y el 63,8% utiliza a diario la videoconsola.

Otros informes que valoran la evolución de este problema a largo plazo son más alarmistas, como un informe de la consultora Capgemini que recientemente vaticinó que, en 2020, «todo el mundo será adicto a la información». Según la ONG Protégeles, para saber si una persona tiene un problema de adicción a las tecnologías solo hay que observar si se cumplen los mismos parámetros que definen cualquier otra adicción.

El primero se refiere al nivel de tolerancia; es decir, tiene que ser necesario aumentar el tiempo de utilización de un aparato para sentir el mismo bienestar que antes se obtenía en menos horas. El segundo evalúa la abstinencia: para poder hablar de un adicto, la persona tiene que experimentar una sensación desagradable cuando no puede usar tecnología. Por último, se habla de dependencia cuando se producen simultáneamente las dos situaciones anteriores: la persona tiene que aumentar progresivamente el tiempo de uso de la tecnología y, además, se siente mal si no lo consigue.

Si se sufre, hay adicción

Para Pérez del Río, no hay que caer en la tentación de pensar que todo es un problema, «algo muy habitual en la sociedad actual». Para este experto, para saber si se ha pasado el límite, hay que observar algo tan sencillo como si el paciente sufre y pierde el control. «Tiene que haber pérdida de control, que el usuario sea incapaz de parar a pesar del daño que le está haciendo», añade Enrique Echeburua, catedrático de Psicología de la Universidad del País Vasco. Estos dos especialistas apuntan a otro enfoque original de este problema, con una incidencia directa en la salud: el fomento de conductas sedentarias, que pueden llevar a la obesidad.

Francisco Labrador, catedrático de Psicología en la Universidad Complutense de Madrid y presidente del Comité Científico de la Fundación Gaudium, una entidad de ámbito nacional dedicada específicamente a la investigación y prevención de adicciones a las nuevas tecnologías, afirma que, en otras adicciones más conocidas, «cualquier ingesta es problemática». Algo que claramente no sucede con las TIC. Se trata de una de las llamadas «nuevas adicciones», inauguradas en la década de los 80 con la inclusión de la ludopatía como enfemedad psicológica.

La Fundación Gaudium añade otras ‘pistas’ sobre la presencia de este problema: la ocultación (se niega el problema a pesar de evidencias como el fracaso escolar o el aislamiento social), el abandono de otras actividades (se encadenan los problemas familiares, escolares y relacionales, hasta afectar a la higiene personal, el sueño o la alimentación) y los cambios de comportamiento (la adicción va provocando cambios físicos, emocionales, de hábitos y rutinas cotidianas, etcétera).

Sin embargo, la dificultad de evaluar estos parámetros y que la mayoría de los estudios se basen en cuestionarios basados en la propia percepción del usuario, hace que no haya un consenso en la definición de adicción a las TIC. En la red, existen varios test para el autodiagnóstico de esta circunstancia, que no podrá llamarse propiamente patología hasta que salga la nueva edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-V). Este documento, la ‘biblia’ del diagnóstico de enfermedades mentales, es actualizado cada diez años por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría para incluir nuevos trastornos. Algunos expertos apuestan a que en su próxima edición, que se prevé para finales de 2012, se haga una mención específica a la adicción a las TIC. «Entonces tendremos un criterio de referencia que será muy interesante», apunta Labrador. «El término adicción es controvertido», reconoce también Echeburua.

En lo que sí va habiendo cada vez más acuerdo es en cómo tratar este tipo de dependencia. Es importante señalar que los niños ahora acceden a la tecnología muy pronto, a una edad en que «los padres tienen que estar educando a sus hijos, tienen que estar encima de ellos».

Para Labrador, no es tan importante el hecho de que un niño navegue o no por la red, pero el padre tiene que navegar con él. Pérez del Río señala medidas básicas que ayudan a la prevención del comportamiento anómalo, como pactar las horas en las que se pueden utilizar, que el ordenador esté en habitaciones comunes y hacer al adolescente responsable del móvil.

«Internet no es problemático, pero a veces se convierte en una válvula de escape de otros problemas», afirma Pérez del Río, cuyo primer caso de atención a un paciente con adicción a las TIC no trató a alguien enganchado a los vídeojuegos sino a las líneas de teléfono que prometían leer el futuro o una relación de amor.