LA PARTÍA DE EL TEMPRANILLO. Veinte bandoleros participan en el secuestro, en el que recrean las andanzas de ilustres malhechores, como José María Hinojosa, El Tragabuches, El Cristro o El Cojo, algunos de los criminales más temidos del siglo XIX. / LA VOZ
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Arriba las manos

Los bandoleros se echan al monte para 'secuestrar' turistas

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Dale, Pasoslargos, que no se te ponga brava». La chica, atada al tronco de un olivo con una trenza de esparto, dice que le está sonando el móvil. «En esta época no hay teléfonos, así que no puedes cogerlo». El Pellejero, un bandido viejo, tosco, el decano de la ‘partía’, no duda en abrir la navaja para darle consistencia a la amenaza. Pero el ‘Waka-Waka’ de Shakira retumba en las quebradas de la Sierra, el politono insiste, tan africano y tan machacón, y está empezando a restarle magia al asunto. Pasoslargos tuerce el gesto, escupe al terruño una hebra de tabaco y se guarda el pistolón en un pliegue del fajín. «¿Dónde lo tienes?», le pregunta a la víctima, poniendo cara de malo malísimo. «En el bolsillo». El rufián, que huele a romero y a desodorante Axe, se aproxima cuidando la pose, midiendo los tiempos, para darle tensión a la escena. Rodea a la ‘indefensa damisela’ por la cintura y, cuando menos se lo espera, le saca el móvil de un tirón. Descuelga: «¿Quién es?». «Ajá». Asiente. Una vez. Otra. «Pues tu novia no puede ponerse porque acaba de secuestrarla José María Hinojosa Corbacho, alias El Tempranillo». Hay que jugar. Ser rudo, y también amable. Meterse en el papel. «Si te quedas corto, no se crea ambiente. Si te excedes, las señoritas se mosquean». Pasoslargos, fuera de cuadro, es un treintañero que se peina la raya con gomina, viste sahariana de marca y calza unos botines impecables. En una década de ejercer de bandolero a tiempo parcial conoce los resortes de la obra, los matices del personaje y, sobre todo, la frontera, a veces subjetiva, que separa la diversión del abuso. Ante un cortado de máquina, una mañana de lunes, Lorenzo Javier Perea, Pasoslargos cuando trabaja, no parece tan bravucón. Además está contento. Su ‘partía’ tendrá faena este invierno. Una de las multinacionales de viajes exóticos más importantes de Europa, Mydays, con sede en Munich y más de un millón de visitas mensuales a su portal, acaba de cerrar con ellos un negocio redondo: turistas alemanas, inglesas, holandesas, francesas e italianas pagarán para que El Tempranillo, El Pellejero, El Polichero y otros tunantes de mala estampa las secuestren, las atemoricen y las ‘vejen’ días antes de sus bodas, siempre con un punto de rancia galantería. El beneficio está en la paradoja: en el placer de costearse el miedo; en darse el lujo de sufrir un poco.

Más de mil ‘víctimas’

Bandoleros Tours se llama la empresa que fundó hace once años Juan Luis Moreno Bernal y que ahora planta una pica en un nuevo nicho de mercado. La idea original les valió el Premio a la Propuesta Turística más Innovadora en Fitur, y ha sido reseñada por el suplemento de ocio de ‘The New York Times’ en atención a «su singularidad y a su audacia». Consistía, básicamente, en simular el asalto a un grupo de incautos transeúntes, que recorrían los cerros gaditanos sin sospechar que acabarían tropezando por los montes, encadenados a una recua de presos, camino de alguna inhóspita guarida. «Nos contrataba, por ejemplo, un ejecutivo que quería hacerle un regalo a sus compañeros de trabajo, pero no les advertía a los demás en qué consistía la excursión». Así que ellos iban tan tranquilos, bucólicos y felices, bajando hacia la dehesa, comentando las bondades del paisaje serrano, y en un recodo del camino Perea y compañía les daban el susto. «Funcionó», afirma Moreno Bernal, después de haber secuestrado, sin ficha policial que lo acredite, a más de 1.000 personas. «Triunfamos con las despedidas de soltera», recalca. Y eso, precisamente, es lo que les han pedido desde Mydays: que den cobertura «a la creciente demanda de jóvenes extranjeras que quieren visitar la Sierra de Cádiz con un paquete completo de viaje» para disfrutar de esta última y ‘peligrosa’ aventura antes de entregarse al bucle de la rutina conyugal. Después de mancillar a las inocentes casaderas españolas, los bandoleros están a punto de globalizar su asalto a la virtud de las doncellas.

No es difícil entender qué es lo que causa furor entre las mujeres de toda clase, edad y condición que se prestan al simulacro. Basta con volver a la escena inicial, al momento en que Pasoslargos cuelga el móvil de la chica que sigue atada a un árbol, la misma que ahora no sabe si reír, llorar, patalear o simplemente insultar al forajido.

A ella nadie se lo advirtió. Hace un mes sus amigas le vinieron con el rollo de que tal día, a tal hora, debía presentarse en el aeropuerto, dispuesta a enfrentarse a los riesgos de vivir «una nueva experiencia». Echó a la maleta ropa cómoda, por si acaso, bronceador y un saco de dormir. Parte de la comitiva conocía el secreto, pero la mayoría de las 18 chicas, estudiantes y profesionales, adolescentes y amas de casa, igual de bullangueras y escandalosas, no. «La discreción es un ingrediente fundamental para que la fórmula surta efecto: mientras menos gente esté en el ajo, más divertido resulta», cuenta Lorenzo Javier Perea.

La ‘víctima’ se ve de pronto en las estribaciones de la Sierra de Cádiz, un escenario verde, idílico, pero que no parece muy propio para el desmadre discotequero. Le suena raro. Protesta. Se calla, por fin, cuando llega a un cortijo de estilo colonial, donde le espera una calesa antigua, forrada de cuero y terciopelo. El cochero la invita a subirse y arrea el tiro de dos alazanes color canela. Enfilan un camino que se pierde definitivamente entre las colinas.

Y allí, entre los matorrales, aparece El Tempranillo, a cargo de su banda de malhechores y prófugos, gritando que aquellas son tierras libres y exigiendo el salvoconducto del Rey. Aunque la escolta de la moza ofrece algo de resistencia (la justa para practicar algo de esgrima arrabalera), las chicas no tardan en estar sujetas a la cadena de las cautivas, o cargadas a lomos de los caballos, en dirección a quién sabe dónde. Y se ríen sólo de mirarse las unas a las otras, ridículas pero contentas. El escondite de la ‘partía’ presenta los avíos al uso: la fogata, los vigías, las sirvientas y los herreros, que se afanan en la fragua mientras tararean romances de asaltos y mancebías. A partir de ahí, todo resulta más festivo. «Los bandoleros ya no son tan fieros, sino que cantan, bailan, y ofrecen vino a las chicas, que juegan a intentar escaparse, como una parte más del protocolo...». La moral hidalga y religiosa de los secuestradores les obliga «a alimentar bien a las presas, para que la familia pague un buen rescate y Dios perdone el agravio». El menú incluye chacinas de la tierra, salmorejo y carnes rojas. Y más vino. Y, después, ya en el cortijo, barra libre, para ir limando asperezas. «Cuando pasa el chute de adrenalina –explica una de las sufridoras–, el cuerpo sólo te pide marcha». El taconeo y las guitarras acompañan a la perfección.

El ‘efecto Mérimée’

El rapto, brusco y suave a la vez, tiene un especial atractivo para francesas, alemanas y anglosajonas. La literatura romántica del XIX dibujó una España extraña y misteriosa, cruzada por coches de colleras, donde las cigarreras de pelo negro robaban los corazones a los soldados mientras los majos hacían lo propio con sus carteras. Stendhal, Gautier, Dumas y, sobre todo, Mérimée forjaron un mito que sigue teniendo mucho tirón de los Pirineos para arriba. «El producto va dirigido a esas mujeres que imaginan a los bandoleros, más que como gavillas de forajidos, como Robin Hoods pero en versión hispana», argumenta Moreno Bernal, que estaba seguro de que las despedidas de solteras arrasarían fuera, después de las reacciones de las ‘secuestradas’ de aquí. «El flamenco, los carruajes, los jinetes, y la travesura de ‘tú haces como que te escapas y luego yo voy y te cojo’ cuadra bien con lo que las turistas buscan cuando viajan, en pandilla, a Andalucía: algo distinto que poder recordar y contar al regreso». La chica del móvil, liberada ya por sus captores, habla por fin con su novio. Le cuenta que la han asaltado y atado a un árbol; que la han paseado, al borde del arrastre, por el lecho de un río; que ha tropezado en un charco; que le han ofrecido agua, a gollete, de un botijo; que ha subido una cuesta a lomos de un caballo; que está cansada, sucia, hecha polvo. Y que, sin embargo, mañana mismo repetiría…