EL MAESTRO LIENDRE

UN RESPETO POR LA MORTADELA

El debate sobre el complejo hotelero en la playa de El Palmar resucita un discurso falso y perverso (o ladrillo o pobreza) en plena orgía del fracaso de ese modelo

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Viene a ser un insulto a la inteligencia del afortunado que la tenga. De todos los disfraces que se pone el interés, ninguno tan molesto como el de salvador. «Venimos a invertir un chorro de billetes para sacaros de la pobreza. No reinvertiremos nada, contrataremos poco, despediremos mucho, destrozaremos si es preciso y nos lo llevaremos caliente pero eso es secundario. Lo principal es que venimos a crear empleo para el pueblo». Este discurso ficticio y maniqueo ha reaparecido esta semana en Vejer resumido en una triste idea: no hemos aprendido nada de nuestro difunto espejismo como nuevos ricos. Incluso con la cara partida, nos vuelven con el mismo mensaje y sentimos las mismas dudas: ¿naturaleza o progreso? ¿playa virgen u hoteles en El Palmar?

Pero el debate está planteado con perversidad para hacernos pensar que, si nos oponemos a esas construcciones nos estamos autocondenando a la miseria comunitaria. O les entregas la playa para que te salven de la pobreza o te quedas en tu orilla virgen sin pan que darle a tus hijos. Una caricatura, ofensiva por estúpida, que nos dibujan otra vez.

En nombre del empleo

El argumento es tan infantil que se despeña solo. Pero el que tenga dudas puede buscar estadísticas y comprobar cuánto empleo, cuánta riqueza (estable, al margen de la efímera construcción) ha dejado en herencia la mayor etapa de creación de hoteles, adosados y 'chaletes' diversos que haya conocido esta provincia. Nunca se levantaron más que entre 1995 y 2005. En cuanto desaparecieron la hormigonera y el palustre, nos quedamos como estábamos. Una mano a Poniente y otra a Levante.

Hemos entregado a ese chantaje, con cierto retraso, a menor ritmo, mucha costa. En algunos casos, como en los mayores hoteles de Sancti Petri, se hizo sin impacto visual desde la orilla. En otros, desaparecieron paraísos, como la Torre del Puerco. Aunque cada cual hace balance de ganancias y pérdidas según su memoria sentimental. Pero es indudable que todas esas concesiones (algunas justificadas, necesarias o convenientes) no han hecho ricos a los vecinos de ningún pueblo ni han reflotado las cuentas públicas de esta provincia. No han servido para crear empleo estable ni nos han sacado de los primeros lugares de las peores listas del desarrollo socioeconómico en España. Los hoteles os harán libres, parecen decirnos antes de meter cada acantilado, pinar u orilla en el campo de extermino. Hemos visto que era falso. Seguimos presos en la cola del paro.

Al fondo, las formas

El mensaje, que ya es discutible para muchos, resulta insultante si se pierden las formas. El alcalde de Vejer, Antonio Verdú (PSOE), justifica su apoyo al complejo hotelero en la -aún semilibre playa de El Palmar- con la supuesta necesidad de superar «el turismo de bocadillo de mortadela». Resulta chocante la recurrente tendencia de muchos gaditanos a burlarse del poder adquisitivo del visitante como si los de esta tierra se alojaran en el Ritz cada vez que salen por ahí.

Hay que ser simple para despreciar al visitante joven, con pocas perras o gustos sencillos que, si se enamora de un lugar, puede repetir durante 40 años. Es bienvenido mientras llega el consumidor de beluga, anhelado por el regidor reconvertido en 'gourmand'. Qué curioso, en un pueblo célebre por parir los mejores bocatas de lomo en manteca del orbe.

Esta falta de respeto, esta muestra de simplismo maniqueo (turista pobre-turista rico, hoteles-ruina, capitalistas-perroflautas) es aún más irritante por proceder del militante de un partido al que (en los mundos de Yuppie) se le suponían valores distintos. Si lo único que ofrece es dejar hacer grandes hoteles en la playa, después del resultado que ha dado ese modelo, es que no se le ocurre nada.

Ecologista lo serás tú

Es facilón meter en un saco a todos los que se oponen a que se construya en las dos o tres zonas litorales semisalvajes que nos quedan (Bolonia, El Palmar... Poco más). Tachar de idealistas radicales o vagabundos que duermen en las calas a todos los que tienen reservas o rechazan el proyecto es ridículo. Es necesario reivindicar que, entre los que no ven claro el complejo hotelero, hay muchos que, simplemente, aspiran a que la provincia conserve parte de la diferencia que la hizo atractiva.

Esa fuente (ojalá complementaria) de ingresos y riqueza sólo sobrevivirá si esta tierra es capaz de ofrecer algunas orillas limpias de masificaciones clonadas. Si se convierte en más de lo mismo, no tendrá nada que ofrecer. Para preservar esta diferencia cualitativa y hacerla rentable es preciso proteger las playas que nos quedan y ordenar -con imaginación, sin groserías charcuteras- la necesaria convivencia entre alojamiento y atractivo natural. Si somos incapaces de conservar pulido el imán que atrae, que fideliza, visitas y estancias, ni los consumidores de la denostada mortadela querrán venir por aquí.