ANÁLISIS

Caos somalí

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E l Estado somalí se desintegró como consecuencia de la guerra civil que se desarrolló durante los años 80. La puntilla final llegó cuando el régimen dictatorial de Siad Barre desapareció en 1991 ante el empuje del Congreso Unido Somalí. Una amplia intervención internacional no fue capaz de impedir entonces el hambre y la violencia interna. Aprovechando el caos más absoluto, las provincias del norte del país, Somalilandia y Puntlandia, se declararon independientes. Junto a ello, y tan pronto como la misión internacional dejó el territorio, diversos clanes se lanzaron en el sur del territorio a combatir contra el Congreso Unido Somalí. El intento de estabilizar el país mediante la creación de un Gobierno Federal de Transición ha sido un fracaso, tanto por los enfrentamientos intestinos dentro de este Gobierno, como por el surgimiento con fuerza de la Unión de Tribunales Islámicos, compuesto por extremistas musulmanes. Etiopía intervino en 2006 en apoyo del Gobierno Federal de Transición, dado su enfrentamiento con la Unión de Tribunales Islámicos. Pero, a pesar de todos los esfuerzos por impedirlo, todo apunta a que los extremistas musulmanes van ganando cada vez más fuerza. Eritrea, en su particular pugna a su vez con Etiopía, también se ha convertido en un actor más en la zona.

Sin duda alguna, Somalia es el perfecto ejemplo de Estado fallido -el más fracasado del mundo, según el último ranking publicado por Foreign Policy-, donde el Gobierno es incapaz de ejercer el control sobre el conjunto del territorio o de la población. Carece de fuerzas armadas propiamente dichas, y son los señores de la guerra o líderes tribales locales los que ejercen la autoridad a su antojo en buena parte del país. Aunque lo cierto es que la inmensa mayoría de los somalíes comparte lengua, historia, cultura y religión -islámica-, éstos se encuentran muy fraccionados en clanes y subclanes, atendiendo primordialmente a lazos familiares. Motivo por el que son numerosos los enfrentamientos étnicos y tribales.

La conflictividad en el país ha causado ya 360.000 muertos, más de medio millón de refugiados y por encima del millón de desplazados, además de hambruna generalizada, la extensión del extremismo religioso y la preocupación internacional por la inseguridad marítima. Y las perspectivas de solución, incluso a medio plazo, son de lo más desalentadoras.

*Teniente coronel, profesor del Ceseden