Editorial

Nueva diplomacia

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L a reunión ayer en la Casa Blanca entre Barack Obama y José Luis Rodríguez Zapatero ha puesto fin a la anomalía que suponía para las relaciones entre dos países aliados y socios la ausencia en al residencia oficial del presidente español durante casi seis años. La invitación constituye una muestra de la predisposición de Obama tanto a revocar los comportamientos con más aristas de George W. Bush, como a propiciar una nueva etapa en la política exterior de EE UU, mucho menos dominada por la ideología aunque también con una visión más diluida del papel de Europa. El presidente norteamericano sigue viendo a nuestro país, como es tradicional en Washington, a través de lentes militares; de ahí que repasara con Rodríguez Zapatero la situación de las bases, cuyo convenio debe renovarse próximamente, la compra de armamento militar y la aportación creciente de España a misiones de paz en todo el mundo, con mención especial para el conflicto en Afganistán. El compromiso expresado por el jefe del Gobierno español en el refuerzo de los efectivos desplegados en suelo afgano adquiere mayor relevancia en un momento en el que la propia Administración Obama se muestra dubitativa sobre el camino a seguir en el país ante el recrudecimiento de las hostilidades. Las palabras Rodríguez Zapatero deberían interpretarse como un gesto de plena asunción de las dificultades que afronta el operativo internacional, antes que como un alineamiento acrítico ante las eventuales decisiones que adopte a partir de ahora Obama. Junto a ello, la coincidencia en torno al futuro de Oriente Próximo, donde Rodríguez Zapatero se dispone a cubrir su primera gira por la región, no obvia la limitada iniciativa que puede protagonizar España en este terreno fuera de la acción común de la ONU; límite que también afecta a las políticas contra el cambio climático. Más fructífera puede resultar la experimentada diplomacia española sobre Latinoamérica y su capacidad para actuar como interlocutor de cualquier Gobierno latinoamericano, Cuba incluido. La voluntad de difuminar las eventuales diferencias sobre el modo de colaborar con EE UU en el cierre de Guantánamo y el hecho de que ambos interlocutores subrayaran la relevancia de las inversiones entre ambos Estados refuerza las posibilidades de ensanchar unos vínculos que, en el caso de nuestra acción exterior, debería redundar en el establecimiento de una agenda permanente que no estuviera condicionada por los cambios de gobierno o las distintas sensibilidades partidarias