El Centro de Recursos Ambientales de Chiclana acogió ayer una jornada para adultos y niños sobre el trabajo diario en una salina. / A. VÁZQUEZ
Ciudadanos

Un trabajo de sal a sal

Una vieja salina ofrece la posibilidad a todos los ciudadanos de descubrir el día a día de una marisma

CHICLANA Actualizado: Guardar
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Conforman gran parte del paisaje de la Bahía y sin embargo la mayoría de los gaditanos desconoce su funcionamiento, sus entrañas y la importancia que tuvieron no hace tanto. En la década de los 50 se trataba de un negocio rentable que fue cayendo en la provincia a medida que la competencia de las grandes empresas crecía, especialmente las provenientes de Alicante. Ahora han cambiado su actividad con la mirada puesta en la acuicultura y con la firme esperanza de que el turismo las resucite. Las marismas, las salinas piramidales que ilustran tantas imágenes antiguas renacen poco a poco. Los usos cambian; la esencia, no.

El Centro de Recursos Ambientales de Chiclana realizó ayer por primera vez una actividad participativa en la salina Santa María de Jesús para dar a conocer la importancia que las salinas tuvieron y lo duro de un oficio que parece abocado a la extinción. Así lo afirma José Rodríguez, propietario junto a sus hermanos de la salina del Águila, de Puerto Real, «la única que sigue extrayendo la sal de forma manual». Rodríguez señala que cada vez «es más complicado encontrar a personas que están dispuestas a meterse en los tajos para sacar la sal porque es un trabajo duro que de sol a sol, desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la tarde y con la única protección de un sombrero». El sombrero salinero, por supuesto.

De regreso

Claro que cuando la crisis aprieta el cinturón no da otro remedio que remangarse el bajo de los pantalones y llenarse los pies de sal. Es lo que le ha ocurrido precisamente a Antonio Cortejosa, un fontanero afectado por la caída del ladrillo y «con dos niños y una hipoteca; tuve la oportunidad y decidí trabajar en la salina del Águila». Pero su historia es particular, ya que tanto su abuelo como su padre conocen la profesión, de manera que «intentaron que yo no siguiera la tradición por la dureza. Finalmente no lo han conseguido, ya ves. Y duro sí que es, al menos en el caso del Águila porque el trabajo de extracción no está mecanizado».

El desempeño de salinero lo conoce bien José Rendón, que empezó como «hormiguilla, es decir con la edad de mi nieto». Un pequeño de 12 años que aprende de su abuelo a coger la zoleta. Rendón pasó por todos los oficios de la salina «desde el vaciador al propio salinero». Recuerda que las jornadas eran duras, que salían llagas en los pies, pero a pesar de incomodidades ayer se encontró con la nostalgia de un trabajo que desempeñó durante «toda la vida».

En la actividad organizada por el Centro de Recursos Ambientales Salinas de Chiclana volvió a revivir las viejas sensaciones con la pala y demostró que no ha perdido habilidad ni ganas de entrar a un tajo a romper y sacar la sal. Acompañado de sus hijos y sus nietos, en poco tiempo sacó una montaña blanca. También había personas que por primera vez se mentían en una salina y experimentaban la sensación de que las capas de sal se metan en los pies. «La verdad es que escuece un poco pero es algo especial porque parece como hielo; el trabajo es minucioso ya que debes romper las capas sin llegar al fango para no ensuciar la sal», explicaba Juan José López, que acudió con su hijo, Alberto, al que los tajos también le recordaban a «la nieve, aunque cuando te metes está caliente».

El sol cae y hace mas intenso el rojizo peculiar que rodea a la tajería, un color causado por un microalga halófila que experimenta una explosión reproductiva en ambientes de salubridad alta y donde habitan las artemias, pequeños crustáceos que atraen a los flamencos. Y es que una salina es un pequeño ecosistema. Y mucho más.