CÁDIZ

Las torres miradores, testigos del siglo de oro de Cádiz, se mantienen en uso gracias a sus actuales moradores

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O culta entre los edificios del Cádiz más señorial se escode una bella señorita de más de 269 años. Sus pies parten desde el mismo suelo y se elevan a lo largo de nueve plantas hasta tocar el cielo gaditano. Revestida de estucos de colores y de azulejos vidriados es una de las más hermosas que coronan los edificios de la ciudad. Sin embargo, a pie de calle, la torre mirador del número 13 de la calle José del Toro se hace invisible para los gaditanos. No hay ángulo posible para poder admirarla. Tan sólo hay un lugar desde donde la Bella Escondida reluce con toda la elegancia que le permiten sus casi tres siglos de existencia: la azotea del convento de la calle Montañés.

Cuenta la leyenda que el primer propietario del palacio construyó la torre en honor a su hija, que ingresó en el Monasterio de Nuestra Señora de la Piedad. Como la orden era de clausura, la joven tan sólo podía contemplar la calle desde la azotea. Por eso, su padre construyó la torre más elevada y bella de la zona, para que «su hija pudiese recordar a su familia». La historia legendaria es recordada con esmero por uno de sus actuales propietarios, Manuel Morales. Él, junto a Jose Carlos Marañón, Nicolás Luca de Tena y Martín Sánchez, ostenta la propiedad del palacio y de la torre desde el año 2004. Sin embargo, Morales reconoce no usarla muy a menudo debido a que «hay que subir muchas escaleras».

Manuel lamenta que la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento no le hayan permitido construir un ascensor y rehabilitar la torre para poder enseñarla a todos los gaditanos. «Con la venia de la Junta nosotros hemos impulsado su inclusión en el catálogo de Bienes de Interés Cultural y su reforma. Sin embargo, la Junta no nos ha permitido rehabilitarla», denuncia Manuel. Por esa razón, el propietario tan sólo ha reforzado su interior para evitar que se desplome. «Es una pena que por los conflictos políticos de siempre se pierda un monumento tan bello como éste».

Al frescor de los vientos

Los miradores de la Casa de las Cuatro Torres han tenido más suerte que la Bella Escondida. En 1995, una restauración de la Junta les devolvió el esplendor perdido con los años. En la torre más cercana a la Alameda vive Servando Carballar, un actor jubilado de 73 años que pasa sus veranos en una torre vigía. Ostenta su propiedad desde el año 1964, cuando se la compró a su amigo Venancio González y la hizo una vivienda. «La torre estaba muy sucia. Estaba llena de restos de pájaros y gatos porque antes en el primer piso había una pensión en la que se alojaban los estudiantes de Medicina». A pesar de tener el cuarto de baño y la cocina fuera de la torre, Servando no cambia su torre por nada.

«Es un lugar muy fresco porque está orientada a los cuatro puntos cardinales por lo que según sople el viento abro una ventana diferente», explica Servando. Una de las cosas que más le gustan al actor y antiguo propietario del madrileño Teatro Mirador es contemplar desde su torre los amaneceres y atardeceres de Cádiz: «Antes de que se hiciera eso de las puestas de sol en el Santa Catalina yo ya me subía con mis amigos a la terraza de la torre a contemplar como caía el sol».

Cristina Álvarez tampoco se puede quejar de las vistas de su casa. Desde el dormitorio ubicado en la tercera planta de su torre mirador en la plaza de Topete se contemplan unas envidiables vistas del mar y la Catedral. «A mi no me hacen falta cuadros de vistas de Cádiz, con descorrer las cortinas ya tengo el mejor cuadro que se pueda desear». Cristina vive de alquiler en la torre desde hace cuatro años y afirma que no dudaría en comprarla a pesar de las incomodidades. «Cuando vives en lugar como este cambia tu forma de vida. Pasas de vivir en horizontal para hacerlo en vertical», explica Cristina. A pesar de tener que subir cuatro pisos sin ascensor y de tener cada estancia de la casa en una planta, la joven no cambiaría su original vivienda por nada: «Una vez que subo y me encuentro con las vistas se me olvidan todas los defectos».

Las historias de Servando, Cristina o Manuel son las de esos pocos afortunados gaditanos que tienen el privilegio de contemplar los amaneceres más bonitos de Cádiz.