A cargo del domador ruso Kuklina, que, junto con Álex, los enseñan desde pequeños a bailar con aros. / OSCAR CHAMORRO
Sociedad

La vida entre bambalinas

El Gran Circo Mundial esconde una apasionante amalgama de identidades, culturas e historias sobrecogedoras, mas allá del espectáculo

| CÁDIZ Actualizado: Guardar
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Daniel Chen tiene unos ojos profundos que revelan la tranquilidad del agua, sublimes. Sorprende, pues su mirada no encaja con su profesión al límite. Daniel es maestro de ceremonias y encargado de conducir el espectáculo Su Majestad el Circo, última producción del Gran Circo Mundial que ha llegado a Cádiz y estará instalado en los antiguos terrenos C.A.S.A. hasta el próximo martes 28 de julio.

Chen tiene el porte de un dandy, con el pelo negrísimo peinado hacia atrás. Su imagen de caballero de casino novecentista se rompe con un pequeño aro de brillantes que cuelga de su oreja izquierda. Un toque discreto.

Nacido en Portugal, aprendió castellano antes que la lengua lusa. Con madre italiana y padre oriental, -«por eso tengo este color amarillento», añade con sorna- Chen nació entre bambalinas. Sus padres eran artistas de circo y sus abuelos componentes de una de las primeras troupes de orientales acróbatas que llegaron a Europa. Daniel explica, con palabras parcas, sosegadas y exactas, su vida dedicada al espectáculo.

Su familia era propietaria de un circo en Portugal y cuando lo cerraron, Chen decidió viajar, sobre todo viajar, enrolándose en distintos espectáculos. Asegura que en el Circo «uno sabe hacer de todo». Él mismo ha protagonizado números de volteo a caballo, de magia, de patines... Desde que se lesionó -padece una hernia lumbar- se dedica a la locución, como un deportista olímpico que tras el terrible percance tiene que dejar de competir.

Lleva casi dos años en el Circo Mundial y dice no echar de menos salir de discotecas. «Ya no tengo edad para eso», asegura, impasible. Un ejemplo más para corroborar su talante de hierro. Afirma que «la vida de circo es muy dura». «Nunca estás fijo en ninguna parte y no tienes un ritmo de vida constante», añade aunque tampoco está seguro de poder adaptarse a un horario de oficinista.

Said se sienta a su lado y escucha. Es un hombre robusto de mirada tierna y cierto aire cabizbajo. Proviene de Australia, aunque nació en Marruecos. Hace un número de malabares, junto a sus hijos adolescentes, y ejercicios de equilibrio. Su mujer, a quién conoció en Malasia, es trapecista. Cuando era niño y estaba en la escuela en Marruecos, visitó su ciudad el Circo de Ángel Cristo y fue entonces cuando decidió dedicarse a los malabares. «Estamos todo el tiempo en el circo, pero mi mujer tiene una casa en Australia y yo tengo otra en Marruecos. Cuando tenemos días libres nos vamos todos a un sitio o a otro.Viajamos mucho» confiesa Saíd, con su voz tibia.

Mientras tanto, en la pista, Lee dirige a las amazonas que montan dos caballos de Alta Escuela, que caminan paralelos, majestuosos. Ataviada con botas de montar y una gorra que oscurece sus ojos verdes, la francesa da órdenes para que todo salga perfecto a la hora de la actuación. Lee se encarga de preparar a los animales, desde que decidió integrarse en el Circo, hace ya año y medio. Su padre entrenaba caballos de carreras en Francia y su hermano es jokey. Lee comenzó su carrera en competiciones de salto, para decantarse por el rejoneo. Debutó en las plazas con 16 años y al cumplir los 18 cogió a su caballo y decidió probar suerte en España. Al llegar, estuvo en la finca del rejoneador Manuel Vidrié durante 8 meses. Asegura que es un trabajo «muy duro». «Nunca lo haces para tí, sino siempre para otra persona», añade. Luego estuvo trabajando con Paco Cartagena, domando y montando caballos, hasta que un amigo, antiguo integrante del Circo Mundial, le propuso unirse a ellos. Lee asistió como público a una función y decidió quedarse.