El miura pensaba
Actualizado: GuardarHacía más de veinte años que el encierro de los miuras no resultaba tan encizañado y problemático. Y tan sangriento. El toro que sembró el pánico se llamabaErmitaño y, cosas de Pamplona en fiestas, el nombre no se le iba de la boca a nadie a la hora de comer.
Un galán de llamativas popa y panza. Lo dieron los veterinarios por cárdeno calzón. Por tanto, bragado tan corrido que en los dos lomos predominaba la pinta blanca sobre la negra entrepelada. Burraco y berrendo. Un cuadro. Y, luego, pésimas intenciones. Casi deja fuera de combate a Jesús Millán en el tercer lance de recibo. Se agarró al piso, o se vino andando o al trote, o sin frenos. Se avisó tras un primer puyazo que cobró protestando, se frenó cuando le convino y, cuando no, pegó zarpazos insolentes. Cortó en banderillas, escarbó.
Este miura pensaba. Cuando veía al torero descubierto, se le iba al bulto en oleada y cerrándole el paso y la salida. Lo mismo que los pastores y corredores habían hecho con él en el encierro. No la hagas, no la temas. Con habilidad, soltando el engaño y tapándole la cara, Millán le metió media estocada de las que ni duelen. Dolería más el trastazo que se llevó el torero en el embroque al choque. Una estocada desprendida puso fin a la batalla. Se tuvo la sensación de que el toro acusó en conducta los resabios del encierro. No fue la agresividad feroz del miura intratable, que los hay. Otra cosa.
De los seis miuras restantes, uno salió de buena ley: el quinto, que embistió con codicia y franqueza, repitió y quiso en los medios por las dos manos. Se torció el remate de faena con la espada. Rafaelillo estuvo competente, fácil, dispuesto y seguro.
Este miura pensaba. Cuando veía al torero descubierto, se le iba al bulto en oleada y cerrándole el paso y la salida. Lo mismo que los pastores y corredores habían hecho con él en el encierro. No la hagas, no la temas. Con habilidad, soltando el engaño y tapándole la cara, Millán le metió media estocada de las que ni duelen. Dolería más el trastazo que se llevó el torero en el embroque al choque. Una estocada desprendida puso fin a la batalla. Se tuvo la sensación de que el toro acusó en conducta los resabios del encierro. No fue la agresividad feroz del miura intratable, que los hay. Otra cosa.
De los seis miuras restantes, uno salió de buena ley: el quinto, que embistió con codicia y franqueza, repitió y quiso en los medios por las dos manos. Se torció el remate de faena con la espada. Rafaelillo estuvo competente, fácil, dispuesto y seguro.
El segundo de corrida, que se empleó pero rebrincadito unas veces y punteando otras, fue toro bien manejado por Rafaelillo, que le ha cogido a los miuras el aire y el cómo. Y la fortuna de salir ileso de una cogida por la espalda, sólo que cayó de cara la moneda. Sobrado de recursos, hábil para gobernar cuando se puso a torear de rodillas con capa y muleta, Rafaelillo superó tan campante la siempre dura prueba de los miuras de San Fermín.