Dos mujeres, ataviadas con todo tipo de prendas y objetos del Cádiz, jalean el paso del equipo el pasado lunes, en la celebración del ascenso en San Juan de Dios. / M. GÓMEZ
CÁDIZ

Amarillo jartible

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El imprescindible Enric González publicó hace tres años un artículo en el que trataba de diseccionar el apoyo social a los equipos de fútbol de sus éxitos deportivos. Entonces corresponsal en Roma, tiró de números para recordar que la Juventus, la vecchia signora, el símbolo de la eficacia del fútbol industrial en el mundo, acumulaba ligas y copas de Europa en sus vitrinas pese a contar cada domingo con sólo unos 15.000 espectadores en las gradas del muy lujoso Delle Alpi, el templo piamontés en el que se oficia, una semana tras otra, un olímpico desprecio por el fútbol. Cuenta la leyenda que el estadio no se ha llenado nunca. Ni las noches en las que se jugaba un título, o la supervivencia en la Champions. Los turineses pasan de su equipo (al menos, de ése). Aquel texto contenía una frase sorprendente si era leída entre Cortadura y La Caleta: «Esa cifra de espectadores que sigue a la Juventus en su estadio es menor que el número de abonados que tiene el Cádiz Club de Fútbol», recogía el artículo cuando los amarillos aún militaban en Segunda División A.

De las dos piezas de la comparación, es mejor quedarse con la segunda. La Juve viste de blanco y negro. No hay color. Nada que ver con el cegador amarillo y el profundo azul, los colores del sol y mar, omnipresentes en Cádiz incluso cuando no se ve la playa.

La estabilidad del número de aficionados presentes en la grada (con altibajos menores a los de cualquier equipo) actualiza ahora preguntas constantes, que se hacen tanto los que ven la ciudad desde localidades más o menos cercanas, como los residentes inmunes al virus del balón.

¿Cómo es posible que un equipo que nunca ha ganado ningún título, que incluso renuncia a ganarlo ya en el himno informal que corea toda su afición, que no frecuenta la elite ni reporta satisfacciones, sea capaz de concitar tanta atención?

¿Cómo puede conservar tal poder de convocatoria y movilización social durante tanto tiempo? La respuesta es compleja y sufre la amenaza sostenida del tópico. Para los más folklóricos, conviene aclarar cuanto antes que miles de gaditanos no se sienten más graciosos que el resto de ciudadanos del planeta, ni más ingeniosos, ni más futboleros. Incluso, resulta muy discutible que quieran a su equipo más que cualquier otra afición ama al suyo. En principio, les gusta el fútbol, quieren que su equipo gane y, si puede ser, que juegue bien. Como en el resto de la galaxia.

Del topicazo a lo matemático

El desprecio y la soberbia con los que, incluso otros andaluces, miran a los aficionados cadistas (lo de la simpatía que provocan es parcialmente falso y la otra cara de tópicos más despectivos) también se encuentran solapados en la capital gaditana, entre los no balompédicos, hastiados de tanto cariño vano.

La cadista, arrastra la leyenda de hinchada popular, masoquista, exagerada e histriónico. Lo malo, es que de esa percha cuelgan muchos clubes del mundo y todos sus seguidores. El fútbol es la sublimación de lo exagerado, la búsqueda voluntaria de un sufrimiento inventado. Los que quieran ver al cadista como un ser distinto (inferior o superior), allá ellos. Forma parte del imaginario (o su carencia) de cada cual, de los colocadores de etiquetas y los incansables buscadores de la peculiaridad gaditana. Es imposible analizar esos prejuicios si no es desde el onanismo mental.

Para establecer algún rasgo distintivo en la afición cadista y su comportamiento, habrá que aferrarse a lo único indiscutible: los números. Ningún otro conjunto de Segunda División B (lo que sería la tercera categoría en cualquier otro país de Europa) es capaz de mantener la fidelidad de 15.000 espectadores. Esa cifra es difícil de encontrar (en España, Italia, Inglaterra, Francia o Alemania, las cinco grandes ligas continentales) siquiera en la segunda categoría. Menos aún en una ciudad de 130.000 habitantes.

Aunque la estadística es falsa (deja al margen el gran respaldo de la Bahía y la provincia) arroja un dato anecdótico: uno de cada diez residentes en la ciudad está abonado a los colores. Por esa retorcida regla de tres, el Real Madrid y el Barcelona tendrían casi 400.000 espectadores fijos cada dos domingos si fueran capaces de hacer un estadio que los acogiera. Los testimonios de once personas, de nulo o escaso apego por el fútbol, que viven en Cádiz, en la Bahía o en otras capitales de Andalucía tratan de analizar el fenómeno. Siempre coinciden en tres causas diferenciadoras, en tres motivos que provocarían que el conjunto cadista tenga más apoyo social porcentual y más estable que la mayoría de clubes españoles: la imagen que transmite el equipo; el carácter hereditario que los gaditanos dan a su afición y la falta de alternativas deportivas o culturales en la ciudad.

Domingo González, abogado puertorrealeño que ha pasado muchos años fuera de la Bahía, cree que la clave está «en el denostado lema del alcohol, alcohol. . el resultado nos da igual. Esa es la clave: la diversión sin complejos. El Cádiz es un equipo políticamente incorrecto, desenfadado, aunque pierda. Es el espíritu golfo de Mágico, las barbacoas del Trofeo Carranza, que son más importantes casi que el partido. es la exageración de lo lúdico que tiene el fútbol. En otros sitios, lo importante es lo que pasa en el campo. Aquí, veo que no tanto. Igual por eso es más capaz de enganchar a la gente y no soltarla, porque los resultados buenos van y vienen, pero lo de disfrutar con tus amigos o con tu familia es una actitud personal».

El primer amago de análisis insiste en un rasgo diferencial. Si otros equipos se asocian a la población modesta y obrera (Atleti o Betis); a algunos a ideales nacionalistas (Athletic y Barça) o a las clases más poderosas de grandes ciudades (Sevilla y Real Madrid), el Cádiz parece el equipo de la risa, de la diversión porque sí.

Andrés Marín, un escritor y periodista que ha vivido los últimos años entre Sevilla, Málaga y Huelva, mucho más taurino que futbolero, cree que el apoyo social del Cádiz «sólo se explica desde la sinrazón de disfrutar. Debe de darle a la gente más diversión que otras cosas. No creo que los gaditanos tengan menos opciones de ocio que los habitantes de otras ciudades de similar tamaño. Lo que pasa es que prefieren al Cádiz en masa y eso no tiene explicación, no se puede analizar desde la razón. Es una preferencia».

María del Mar Vega es una joven filóloga gaditana que ha vivido años en un país tan futbolero como Inglaterra. Aunque admite despreciar profundamente el juego, encuentra razones filosóficas a la inusual comunión entre equipo y ciudad: «Me da la sensación de que el equipo refleja exactamente la filosofía de vida del gaditano, algo frívola y juvenil, que consiste en dejarlo todo para el final. Eso garantiza emociones fuertes, positivas o negativas, que al final enganchan. El equipo no se gestiona bien, como la ciudad, como el desempeño profesional de cada cual. Si alguien lo exige o lo reclama, se le recrimina que nos está estresando, que no sabe disfrutar. Pero luego hay que correr, porque le vemos las orejas al lobo. Es un club hedonista, como la ciudad, que sabe que le iría mejor si fuera calvinista, aunque siempre se ríe de los ordenados y disciplinados. Los trata de tontos».

El virus es hereditario

Javier del Río, un funcionario de Diputación, con licenciatura técnica, se confiesa futbolero y cadista, pero aún así, intenta distanciarse del sentimiento para buscar una razón: «El Cádiz es un factor de enraizamiento que se transmite de una generación a otra. Los padres visten a sus hijos de azul y amarillo, les pasean y cuando sean mayores ya les dejarán decidir si son o no cadistas. Pero, de entrada, se presupone que, por defecto, como los ordenadores, todos nacemos cadistas. En otras ciudades, no pasa tanto. Se espera que el niño o la niña crezca para ver si le gusta el fútbol, el tenis o el piano, el Barça o el Madrid. Es una herencia valiosa porque sirve para hermanarnos en una ciudad que tienen pocos símbolos de unidad. No somos muy religiosos, ni taurinos, ni activos políticamente, ni tenemos en nuestra tradición cultural la fidelidad a los líderes o las asociaciones». Alejandra García también es funcionaria con responsabilidades técnicas, pero en el Ayuntamiento. Ni sigue ni odia el fútbol ni el Cádiz, pero coincide en el carácter hereditario de la afición: «La gente va al campo a desahogarse y a entretenerse, a disfrutar las victorias y a sufrir las derrotas, pero eso sucede en todos los campos del mundo. Lo que sí veo distinto es que la afición pasa de abuelos a padres y a hijos. No se cuestiona, se da por hecho. Eres del Cádiz y, si quieres, de otro más, pero primero, del Cádiz».

A la hora de buscar la clave, imagina que «igual, esa asociación tan inmediata de la gente, desde que nace, no se da en otros lugares. Es imposible que un gaditano salga por televisión, esté donde esté, y no haga una referencia a su equipo. Aunque puede que no haya estado en el estadio en su vida, ni le guste el fútbol. Es una seña de identidad que no se da en otras ciudades menos futboleras o más grandes: eres gaditano, por tanto, eres cadista», concluye.

Félix Gómez, comercial, escasamente aficionado al fútbol y menos al Cádiz confirma la pasión hereditaria: «Mi hija, de seis años, me ha dado dos alegrías esta semana. La primera es que, en el coche, preguntó quién cantaba por la radio. Le dije que era uno llamado Sinatra. Me respondió que le gustaba. A los pocos minutos, vio a un niño vestido del Barça y me preguntó por la camiseta. Yo le dije que de qué equipo era ella. Me contestó que del Cádiz. Solté una carcajada de alegría. Luego, pensé que ella es incapaz de ver dos minutos de fútbol por la tele y que yo no voy al estadio hace diez años».

Angelita Sánchez, una abuela resistente de 87 años, refuerza la teoría del cadismo exógeno: «A mí me da igual, hijo, pero mis niños se ponen tan contentos, se entretienen tanto... que quiero que gane.

Luis Manuel Sánchez, un dentista de 39 años, cadista crítico que huyó del estadio en el último batacazo, admite la recaída también a través de sus hijos de 8 y 6 años: «Cuando los vi ante la tele, muertos de nervios, el domingo con el Irún, casi se me saltan las lágrimas. Me vi de niño. Quería que el Cádiz ganara por ellos y ha sido el ascenso más bonito de mi vida. Imagino que ya estoy enganchado al Cádiz otra vez», confiesa.

Freud, la duda y la fe

María José Ruiz, una cordobesa que vivió en Cádiz y ahora está afincada en Barcelona, admite sentir una descomunal simpatía por el equipo amarillo. Insiste en la idea de que el Cádiz y la diversión están ligados íntimamente, algo que no le sucede a otros equipos: «Hay algo en la afición cadista que Freud tendría que haber analizado. Hay equipos que te sugieren una idea política. Otros, un carácter de su afición, o un estilo de juego. Sin embargo, la asociación de Cádiz es automática con risa, diversión alcohol, algo de exceso y despreocupación. quizás por eso atrae a más gente. La risa siempre tendrá más seguidores que el nacionalismo o el contraataque a ultranza».

Ignacio González, visitador médico, destroza, sin embargo, la teoría de la transmisión hereditaria como base de la extraordinaria difusión del cadismo: «Es verdad que a los niños se les transmite mucho desde pequeños. Eso se ve en la ciudad, pero a mí no me pasó. En mi casa no había mucha afición. Me llevaron un par de veces, mi padre y mi tío, pero nada de grandes forofismos. Sin embargo, alrededor de los 20 años, me piqué. Me empezó a gustar porque sí. Nadie me animó a ir. Ahora estoy enganchado. Incluso me da rabia que me influya tanto, que me alegre tanto que gane o me mosquee tanto que pierda», confiesa como autocrítica.

Tras diez explicaciones, la undécima es del escritor y periodista inglés John Carlin. Es uno de los teóricos del fútbol más leídos en Europa. En reciente visita a Cádiz, una espectadora le preguntó ¿por qué fascina tanto el fútbol?

Su respuesta fue: «Si no lo entiende, no se lo puedo explicar. Es como una fe religiosa. Se cree o no se cree y no se puede argumentar desde la racionalidad. Si a usted no le fascina... siga viviendo en la oscuridad. Lejos del sol amarillo.