ANÁLISIS

Excelentes toros de josé escolar

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D os toros de muy buena nota trajo la corrida de albaserradas de Escolar. Tercero y sexto. El lote de Sánchez Vara. Torero con fama justa de afortunado en los sorteos. Y justa fama de darlo todo. La buena nota se tradujo en virtudes clave: fijeza, son, bondad, templada codicia. No las hirientes embestidas arrebatadas, listas y hasta fieras que han dado a la ganadería de Escolar su nombre y renombre. Sino, más bien, bonanza casi pastueña. Embestidas con el sello de la bravura, y no del temperamento. Bien rimadas, como procede en el son bueno. Humillado y por abajo tomó los engaños el tercero. Un largo toro cárdeno, cuajado y sin enmorrillar, corto de manos, hondo, armónico, de espléndido remate, algo degollado. Bello de ver y mirar. De excelente aire. Un pero menor pero significativo: fue un punto tardo. Tardo para venirse, no para repetir. Nobleza no sumisa. Galopó en banderillas y ya se dio hasta el final. Sánchez Vara fue, como suele, generoso para lucir los encantos del toro sin ocultar ninguno. Y, como suele también, muy hábil para, con astucia de torero muy toreado, enganchar, tocar, ligar y torear con limpieza. Con el ajuste que mejor le convino. Con votos reventones en contra de quienes estuvieron desde el comienzo de parte del toro. Campanero, número 61. 523 kilos. Una estocada valiente, un descabello. Gran ovación para el toro. Algún pito para el torero de Guadalajara. No se tuvo en cuenta nada: ni el oficio, ni la entrega, ni siquiera la estrategia, que fue de torero de buena cabeza.

A reñir en calidades con el tercero hubo todavía un toro más. El sexto. De hechuras muy distintas: un puntito paso de pitones, que fue su única incomodidad mayor, negro bragado, cabezón, finos los cabos, chato y badanudo, con papadita no habitual en el encaste Saltillo. Sin el porte caro del tercero, ni su personalidad, sacó sorprendente dulzura. En cuanto Sánchez Vara se puso y descaró fuera de las rayas, se le encendió el motor al toro. Y a Sánchez Vara, que no se dejó tropezar la muleta ni en una baza, que ligó soltando toro entre pase y pase, que se abrió más de la cuenta y toreó despegado por eso. Pero que supo dónde estar y ponerse para que no le protestara el toro, tan cariñosamente tratado. No estaba la mayoría a favor de obra sino con, para y sólo por el toro. Un coro de palmas de tango.

Una estocada tan sincera como todo lo que hace Sánchez Vara. Clamores para el toro en el arrastre. Cortijero, 562 kilos, número 24. Embistieron otros dos toros de la corrida de Escolar: los dos primeros. Pero de distinta manera. Salió un escandaloso quinto amoruchado que, dolido de la divisa, fue tomado de salida por fiero hasta que cantó la gallina antes de echar ni un naipe nadie. Y hubo un cuarto de altas agujas, inmensa caja y badana rizada que empezó embrocándose al paso y, luego, cobardón, reservón e incierto, no tuvo apenas entrega. Y murió de manso.

El primero salió correoso, un punto fiero y otro distraído, sin romperse, la cara arriba. Demasiado alto, degollado, el hocico de rata clásico. Apretó en serio. Lo toreó con calma, sitio, sabiduría, encaje y gusto Rafaelillo. La esgrima precisa para sortear los momentos de trágala y resolver en el punto preciso. Porque el toro ni humillaba ni descolgaba propiamente. Sólo que tomaba el engaño y lo seguía. Faena difícil. De méritos. La estocada, ladeada, no tuvo muerte. El toro no se descubría, un aviso, cinco descabellos, no hubo premio. El segundo tuvo el aire del gran sexto, pero no la fuerza ni la regularidad. Quiso pero se rebrincó o claudicó. Faltó el golpe de riñón. Y, encima, sopló viento. Y Fernando Robleño, heroico arrojo siempre, no halló la manera. Una buena estocada. De otra expeditiva y en los bajos liquidó al infame quinto, garbanzo negro de esta olla. Rafaelillo se peleó sin empacho con los problemas del cuarto, que atizó a la mandíbula al volverse por la mano izquierda y tuvo por la derecha difícil carácter. Fue toro de los de meter la cara entra las manos, que es sacar bandera blanca. Y de morir de manso.