VISTA HIPNÓTICA. La terraza de Quilla y el paisaje que la preside, vistos desde el interior. / N. REINA
COMERCIO

El edén frente a la tormenta

Visita a la normalidad del bar Quilla, ubicado en plena playa de La Caleta, cuya inauguración hace seis meses provocó una gran polémica urbanística y política

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Érase una vez una terraza a un paisaje pegada. Como la nariz a Cyrano, al quiosco Quilla, ubicado desde otoño frente a La Caleta, el paisaje lo define y lo marca. La vista es su patrimonio, la mejor razón para ir, pero también la fuente de todos los problemas: polémicas urbanísticas y quejas políticas. Hace seis meses que abrió sus puertas. La inauguración de «un sueño», como lo definen Maribel Téllez y Rafael, sus propietarios, estuvo precedida por una polémica compartida con otros locales abiertos o proyectados en Varela y Santa María del Mar. El otoño templó los ánimos y el invierno los terminó de enfriar a base de lluvias. El tornado nunca vino y, a falta de que los tribunales den y quiten razones, la normalidad ha reservado mesa en el local.

Con los días que abren paso a la primavera, las excusas para descubrirlo se multiplican. Al caer la tarde, con una gama de colores y un enfoque inabarcables, el nuevo bar cobra su dimensión más allá del legítimo debate. Su potencial estético es tan fuerte que las mesas de la terraza, orientadas hacia el Castillo de San Sebastián, están todas llenas. En el interior, sólo dos ocupadas y dos parroquianos más en la barra.

Fuera, sólo dos grupos hablan español y con acento mesetario. También está un hombre sólo, con la inequívoca mirada del sosiego y la única compañía del iPod, que le pone banda sonora particular a la zambullá de Lorenzo.

En esos minutos entre el día y la noche, la oferta principal está formada por café y copas. Los detalles están cuidados. Hay pastelería «francesa» y licores de alta gama. Es posible tomar Macallan, zafiros y etiquetas negras con la piedra cuadra en el horizonte y las rocas de hielo en el vaso.

Copas al atardecer

Los dos promotores del local quieren dar más que algo que comer y beber. Se nota en la banda sonora del local. Jazz por los altavoces todas las tardes, y las de los jueves, en directo. Una «bibliotequilla» ofrece lectura seleccionada al visitante ocioso. Desde una sección de literatura gaditana (Quiñones, Téllez, lo último de Ortiz Nuevo y Julio Molina Font ), hasta La Codorniz encuadernada, pasando por clásicos universales y españoles o revistas de tendencias. En las paredes, una exposición de fotografía (Señales de vida, de Jesús Machuca), como antes la hubo de pintura. Hay conexión WiFi. Incluso un ordenador a disposición del visitante con las manos ansiosas por un ratón.

Más allá de que el bar deba o no estar ubicado en el lugar que ocupa, parece claro que es mucho más que un chiringuito al uso. Está abierto de 10 a 23 horas. Las cajas apiladas y alguna improvisación que afeaban en las primeras semanas de funcionamiento, han desaparecido.

Raciones de luz

Al día siguiente, a mediodía, el ambiente es distinto, pero algunas claves se repiten. Ahora, en vez de caer, el sol vuelca desde lo alto millones de pequeños cristales reflectantes sobre La Caleta y el Atlántico, visible más allá del Castillo. La terraza también tiene más fieles que el interior. Las gafas de sol y un fino bigote de espuma son los adornos de todas las caras que apuntan a la luz. Pero, durante el almuerzo, tampoco es un quiosco convencional. «Chaval, perdona, aquí no puedes entrar en bañador y sin camiseta», interrumpe un camarero gaditano de largo prestigio al adolescente que anticipa el verano en busca de una lata de refrescos. También hay normas.

La oferta gastronómica está colgada en una gran pantalla, en vez de la tradicional pizarra. Tras la barra se mezcla el acento madrileño con el gaditano y el argentino. Un libro de visitas, con textos como «Caleta forever», demuestra que este paisaje ya es patrimonio de la humanidad, que viene a verlo desde los lugares más lejanos, para firmar en todas las lenguas conocidas. «Aquí ponen el mejor choco a la plancha», le dice un ocupante de la barra a otro. También hay churrasco, con un aliño que tuvo que nacer en la pampa.

Placer antes del juicio final

El surtido de vinos (con protagonismo para rosados y cavas ) es una declaración de intenciones. Aquí venden hedonismo. Copas, tapas o café, pero rebozados en calma y paz. Para comprobarlo, la propietaria intercede: «Durante los desayunos ponemos música clásica». Es la última confirmación. Más que un chiringuito, es una idea.

El tiempo y los tribunales dirán si buena o mala, si justa o inconveniente, si ganan los que piensan que así se disfruta más del paraíso cantado por los gaditanos o se obstaculiza la vista que algunos soñaban ver libre del balneario de La Palma, el colegio Santa Teresa y las viviendas militares. Mientras llega el momento de decidir, los que quieran tener más argumentos pueden pasar por allí.

Rafael, el copropietario, añade una pista más. «Lo mejor que puede verse aquí es una tormenta, protegidos dentro del local. Los que la han visto una vez, ya nunca la olvidan». Los impulsores del bar pasaron la suya (política, urbanística y periodística), hace seis meses, y ahora toca el buen tiempo. Habrá que ver qué viene después.