LOS LUGARES MARCADOS

el negocio de la nostalgia

Hace unos días escuché en la radio un curioso comentario sobre las ventas de las empresas hispanas en Estados Unidos. Al parecer, los supermercados de ese país, en especial los de los estados más al sur, hacían pedidos muy cuantiosos a las empresas mexicanas fabricantes de ciertas galletas: galletas del tipo María, sobre todo, y alguna otra variedad muy común. Galletas de a diario, de ésas que todos hemos tenido en la despensa. Al parecer, a los inmigrantes mexicanos en EEUU les agrada seguir consumiendo aquellas galletas, no más sabrosas posiblemente que las variadas cookies de su país de adopción, pero sí con ese valor añadido de lo que recuerda la casa propia, el país natal.

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La nostalgia es buen negocio. Cuando uno se aleja de su familia, de su pueblo, de su casa, los objetos, los productos, los sabores cobran una importancia inexplicable. Poder recuperar aunque sólo sea una migaja de lo perdido, conforta el espíritu. Por reencontrar esa marca que compraban sus padres, esa variedad de fruta, zumo o bizcochos que solía consumir, hay quien hace el esfuerzo y el desembolso.s Es fácil entenderlo si lo extrapolamos a nuestra propia experiencia: la infancia es, al fin y al cabo, la patria del espíritu, y todos nos sentimos consolados cuando un resto, por mínimo que sea, de aquella etapa vuelve a ser convocado por un olor, un sabor, una textura. Recuerden a Marcel Proust y su historia del té y la magdalena

Sin ir más lejos, hagan memoria de su propia niñez y de sus añorados deleites gastronómicos: los Panchitos de Salón Italiano, el búlgaro de Cropán, la gaseosa Revoltosa Yo daría cualquier cosa por encontrar un paquete de palmeritas Río o una tarrina de aquel Tulicrem con el que mi madre me premiaba en la merienda. Los supermercados especializados en nostalgia lo tendrían fácil conmigo.