EMBESTIDA. 'Insensato' humilla con nobleza ante la muleta de Pepín Liria en su segunda faena. / VÍCTOR LÓPEZ
Cultura

Pepín Liria indulta un gran toro del Marqués de Domecq en su despedida

Jesuli de Torrecera le cortó una oreja del tercero de un notable encierro

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Pisaron la arena los actuantes para hacer el paseíllo y pareció dibujarse en la plaza una anacrónica escena colorista, una estampa de pintorequismo costumbrista que evocara zarzuelas y sainetes de épocas pasadas. Desde el primer matador hasta el último mulillero iban ataviados a la lujosa usanza de hace dos siglos, con redecillas en el pelo y todo. Se trataba de una de las más notables ocurrencias exigidas por el reciente pliego de condiciones: la obligación de organizar una corrida goyesca cada verano, como si aquí hubiera existido alguna vez esa tradición. Puestos a recuperar tradiciones, podrían haber recuperado la olvidada corrida concurso de ganadería, tan recordada y tan demandada por la afición. Después salieron los toros, muy en el tipo de su encaste, badanudos, hondos, aleonados, que además, poseyeron bravura, movilidad y fijeza. Toros que encauzaron el festejo por la vibrante senda de la emoción y que cubrieron de importancia todo cuanto sucedió en el ruedo. Y lo más importante que ocurrió lo constituyó el indulto de Insensato, nº 55, con 510 kilos de peso y de pelo negro. Fue un toro que desarrolló bravura en todos los tercios donde la pudo demostrar. Repitió con vehemencia y celo en el capote de Liria, acudió pronto y de largo en banderillas, y su entrega en la muleta, con embestidas humilladas y nobles, se incrementaba a medida que avanzaba el trasteo.

Lástima que acudiera sólo una vez al caballo y que la única vara que tomó presentara una colocación trasera. Aún así, con lo barato que últimamente se han puesto los indultos, se podría aceptar éste como válido. Porque la res aceptó la recia lid que le planteó Pepín Liria, quien ligó tandas templadas y limpias en redondo, en las que toro y torero fueron a más. Uno, entregado en la pelea, y otro, en la sinfonía de tauromaquia que sentía y que desplegaba. Las series se sucedían cada vez más artísticas, limpias y profundas, hasta que el presidente, tras aclamación popular, concedió el indulto.

Ante su primero,boyante y repetidor, el de Cehegín no había encontrado la reunión adecuada. Mucha fijeza y transmisión en la embestida demostró el tercero, al que Jesuli planteó un trasteo basado en el toreo en redondo, donde ligó muletazos y firmó pasajes con enjundia y torería. No se encontró a gusto por el pitón izquierdo y mató de estocada algo trasera. Frente al sexto, el animal más tardo e incierto del encierro, se mostró firme y decidido pero no encontró recompensa a su esfuerzo. Sin acoplarse ante sus dos enemigos -el quinto resultó de bandera- la labor de Javier Rodríguez (sustituto valenciano del lesionado Fernando Cámara y sobrino del empresario) no halló eco en unos tendidos, que recordaban a otros diestros mucho más cercanos y tal vez con más argumentos para aparecer en este cartel.