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Escenas familiares con Ana Rosa a la cabeza en el lujoso veraneo de Sotogrande

Familiares y de familia. Es igual pero no es lo mismo. Las primeras escenas son aquellas que se asemejan a un deja vú, en las que el espectador siente y padece haber vivido esas situación con anterioridad. Las segundas son más de andar por casa, la de matrimonios, con hijos o a las puertas, asentados y sin atisbo de crisis. En la línea de la Casa de la pradera. Calma y más calma. Campo y más campo. Flores y más flores. Hasta el hartazgo.

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De lo uno y de lo otro hay en Sotogrande. Inés Sastre, modelo y actriz con un currículum amoroso más entretenido que las memorias de Sara Montiel, vuelve a su casa de la lujosa urbanización gaditana donde los yates y las mansiones se cuentan a puñados. Inseparable de su hijo Diego, fruto de su matrimonio fugaz con el empresario Álex Corrias, y de la nany, se deja ver con atuendo veraniego y siempre en compañía -mis topos dixit- de un mismo joven.

Alto, rubio y servicial. Completito. La lleva, la trae, le coge el petate y da rienda suelta al cotilleo, más fogoso en verano con un mercurio que ahoga, aprieta y derrite. La vida de la modelo, al igual que la Doña Inés del Tenorio, irá ya por decenas de capítulos no menos intrigantes y vertiginosos. Quién sabe si ahora llega a su epílogo. A lo peor estamos en el prólogo de la búsqueda del Don Juan. Pero para que haya un ying es imprescindible que en el rincón gaditano haya un yang. Aquí entran en escena Ana Rosa Quintana, presentadora de Telecinco en pleno paréntesis laboral, su marido Juan Muñoz y los gemelos. Todos a una. Viva imagen de la estabilidad -esta sí estampa de familia- la periodista se sacude los encorsetamientos de la pequeña pantalla. / L. V.