Cultura

A vueltas con los tiempos

Bob Dylan actuó por primera vez en España en julio de 1984. Hace 28 años casi exactamente. Al igual que otras grandes figuras del rock -The Rolling Stones en 1976, Bruce Springsteen en 1981 -, su primera presencia en los escenarios nacionales se produjo tardíamente, cuando su leyenda estaba sobradamente forjada y cimentada.

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En el caso de Dylan, además, en un periodo de crisis creativa y personal del que posteriormente se recuperó para retornar a la ruta española reivindicando tanto su mito como su vigencia musical y artística.

Abrazado por el alienante oficialismo de -cuando menos- inoportunas y oportunistas condecoraciones como el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, Dylan siempre ha sido contemplado en España como el «músico contestatario y el rebelde incombustible» destinado a respaldar artísticamente cierto discurso político y a elevar social y culturalmente el papel de la música pop.

Un rol que él siempre ha rechazado de plano apelando a su condición de creador independiente y autónomo a través de un catálogo de significativos gestos que muchos no han sabido o querido entender y que ha discurrido entre un creciente aislamiento personal y una permanente transformación de su repertorio en directo como me-dio para esquivar su propio arquetipo.

Después de un calendario de regulares visitas a nuestro país durante los últimos años, Dylan llega hoy a Jerez, a la provincia de Cádiz, al sur del sur de Europa, en lo que supone -en términos de trascendencia histórica- el más relevante concierto conectado a la cultura pop y rock de cuantos han acontecido en la provincia durante las últimas décadas, seguido muy de lejos por el de Prince en Cádiz en agosto de 1993 y, si vale el contexto, el de Caetano Veloso el próximo 28 de julio en la capital gaditana.

Pero no nos engañemos. El Dylan que asoma hoy por Jerez está bastante alejado, en cuestión de recursos expresivos del que asombró en 1966 en el Royal Albert Hall, en 1975 a la cabeza de The Rolling Thunder Revue, o incluso en sus giras de mediados de los 90.

Mermado en su medida vocal y -desde 2002 y a causa de un paulatino reuma- condenado a entenderse con un teclado en una postura que ha desfigurado su icónica figura con la guitarra, Dylan ha resistido las acometidas del tiempo agarrado a la permanente actividad de su Never Ending Tour y, sobre todo, a un genio y carisma que esporádicamente asoma la cabeza entre sus limitaciones físicas.

Así, algunos de sus más re-cientes trabajos discográficos -con el excelente Time Out Of Mind (1999) a la cabeza seguido de Love & Theft (2001)- y puntuales directos de cercanas giras como la de 2004 se han encargado de exigir bastante más que respeto para una figura que, a sus 67 años, siente, como sentimos todos, que el tiempo se escurre entre los dedos.

La visita de Dylan a Cádiz dejará constancia provincial de la relevancia de una gigantesca figura sin apenas parangón en el santoral de la música popular contemporánea.

Huella en los medios y en los presupuestos pero sobre todo en las retinas y oídos de los presentes. Más allá de la controversia sobre su ocaso lento pero seguro, sobre su cada vez más oscura e ininteligible voz, sobre lo tardío de su visita o sobre las luces y sombras de su directo, su música sigue siendo un lujo que ni siquiera los nuevos tiempos, estos que siguen cambiando, nos pueden negar.