LA LUPA

Del voluntarismo al pastiche sólo hay un paso

Cuando se echa un vistazo al calendario se comprueba con pavor que 2012 está a la vuelta de la esquina. Si nos atenemos a la diligencia con la que en este país se ejecutan las obras civiles y a la resistencia endémica de los partidos a colaborar entre sí, sólo cabe cerrar los ojos y pensar: que sea lo que Dios quiera. Creer que el segundo puente, el nuevo hospital, la rehabilitación del Castillo de San Sebastián, la recuperación de los depósitos de Tabacalera o la integración del puerto en la ciudad estarán listos en apenas cuatro años exige, más que confianza, un acto de fe. ¿Habrá vida tras el Bicentenario? Y... otro temor: ¿serán los actos organizados el pasado 19 de marzo en Cádiz los que inspirarán tan magna celebración?

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Nadie puede poner en duda el esfuerzo de aquellos que, ataviados con trajes de época, evocaron la Cádiz de 1812; tampoco se puede criticar el empeño de la alcaldesa y su cohorte de expertos concejales en la gira teatral por Iberoamérica esta semana, ni el oportunismo del consejero Gaspar Zarrías al enviar fotos con mandatarios de variadas estirpes en una especie de tete a tete constitucional. Pero también es evidente que del voluntarismo al pastiche sólo hay un paso y que Cádiz corre el peligro de tropezar para caer en una especie de esperpento valleinclaniano de La Pepa, tan divertido como grotesco.

Es muy típico de esta tierra la autocomplacencia y esa especie de orgullo endogámico que impide ver más allá del Puerte Carranza. Las cosas hay que hacerlas a lo grande y hasta la fecha sólo se escuchan propuestas de tan alto nivel intelectual como aburridas; tan habituales de los pesebres institucionales que abundan en la España pública del gabinete y la cátedra.

Es preciso decidir cuanto antes qué modelo de Bicentenario se quiere y, sobre todo, se necesita. ¿El elitista o el popular? ¿el deficitario o el rentable? ¿sólo el políticamente correcto? ¿a los mandatarios de la Cumbre o al pueblo llano? La ciudad puede quedar varada en el sustrato cultural y político de 1812 para gloria de los intelectuales de intramuros mientras ve pasar de largo otras oportunidades. Gabriel García Márquez -invitado de honor- seguro que prefiere un buen concierto de Shakira, un habano y un copazo con su amigo Álvaro Mutis antes que participar en un enésimo congreso sobre la influencia del liberalismo gaditano y su inspiración en los textos consticionales de medio mundo y el más allá. Sin necesidad de ser excluyentes, ese el el espíritu que debiera impregnar el Bicentenario si realmente se quiere que sirva para algo más que para gritar ¿Viva la Pepa! No sólo sería más divertido, sino también más rentable y más fructífero para una ciudad como Cádiz tan necesitada de optimismo y futuro.

Cádiz debe aspirar a congregar a los amantes de la libertad de todo el mundo -con sus respectivas reservas de hotel, carteras repletas de euros y coches alquilados- y a convertirse en 2012 en una gran fiesta de la paz y el liberalismo capaz de perdurar en el tiempo y de convertir la ciudad en un destino donde año tras año vengan personas de todos los países a aprender cómo es eso de vivir bien. Que aquí de eso se sabe un rato.

Para ello, sin embargo, es necesario pensar a lo grande. E invertir a lo grande. Esta vez no basta con ser voluntarioso, es preciso ser eficaz.



TRES. La secretaria provincial del sindicato de enfermería Satse-Cádiz, Carmen de Porres, ha realizado denodados esfuerzos por convertir la justa reivindicación sindical de las enfermeras de la Clínica San Rafael -poder elegir entre falda o pantalón sin perder un plus- en un chiste barato y rancio. Bastaba ver la foto publicada en la portada de LA VOZ para comprobar que eso de «la falda sube cada vez más y el escote baja» sólo estaba en su imaginación. Salvo que quisiera hacer uso del sexismo para agitar esta polémica.

DOS. Si una brigada de la Armada, una dependienta de El Corte Inglés y una azafata de Iberia pueden llevar pantalones con absoluta normalidad, ¿a qué espera la empresa Pascual? Da la sensación de que, al margen de la excusa económica -el gasto de cambiar miles de uniformes-, esto se ha convertido más que nunca en una cuestión de pantalones.

UNO. Será quizá por su viaje por Colombia y Bolivia, pero lo cierto es que Ignacio Romaní remolonea demasiado a la hora de convocar la reunión de la Comisión de Honores encargada de proponer que se retire la Medalla de Oro de la ciudad al dictador Franco. Si es muy fácil: basta decir sí.

CERO. La Junta de Andalucía no sabe qué hacer para justificar su intención de no derribar Montenmedio y Las Beatillas pese a la orden judicial de demolición inmediata. Basta con ponerse un día colorado y explicárselo a la cara a los pequeños propietarios con los que al Ejecutivo andaluz no les tiembla el pulso con la piqueta. macastillo@lavozdigital.es