opinión

Somos Doscientos Mil | Dejando el tabaco, por Ildefonso Cáceres

Les prometo que si no fuera por el hecho de que esta columna refleja una historia verdadera, ocurrida recientemente a una persona de plena confianza, aceptaría que ustedes pensaran que les estoy metiendo el rollo de turno, propio de quien carece de temas con los que rellenar estas líneas de cada martes -que afortunadamente no es mi caso-. Ruego no caigan en dicha tentación, pues parafraseando al genial Paco Gandia lo que narro seguidamente es, no solo un caso verídico, sino que además ocurrió de verdad. Va mi palabra empeñada en ello.

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Una persona a quien -en uso de las prerrogativas que concede la Ley Orgánica de Protección de Datos- llamaremos persona equis, decidió un buen día dejar el vicio del tabaco, por lo que siguiendo los consejos que la Junta de Andalucía ha transmitido en la oportuna campaña publicitaria, acudió a su Médico de Cabecera en busca de auxilio para tal empeño. De entrada el galeno quedó perplejo ante la presencia de alguien que de forma voluntaria quisiera dejar el tabaco, sin padecer enfermedad alguna que a ello le obligara. La demanda para este tipo de tratamientos es prácticamente nula. No obstante, sobrepuesto a la sorpresa y tras dialogar unos minutos sobre sus hábitos con la persona equis, finalmente el facultativo le ofreció la posibilidad de que se sometiera a una terapia en grupo, en la que semanalmente compartiría junto a otras personas en idéntica situación, una serie de charlas tendentes al abandono de tan nocivo hábito. En modo alguno la terapia garantiza resultados positivos, pero es la única posibilidad que nuestro servicio sanitario pone a disposición de quienes desean abandonar la perversión fumadora.

Como no resulta agradable la terapia en si, pues básicamente implica un forzado strip tease psicológico frente a desconocidos, ante los que debemos desnudar nuestro espíritu con frases como: «hola; me llamo equis; soy una piltrafa social; fumo; necesita ayuda para abandonar el maldito vicio; etcétera», finalmente nuestro personaje solicito al medico que mejor le prescribiera unos fármacos que están dando un excelente resultado para dejar de fumar, según había podido leer en diversos foros de internet. Tal fármaco supone un tratamiento breve y económico, pues una caja de sesenta pastillas cuesta en torno a ochenta euros y dura dos meses, ya que el tratamiento sólo implica la toma de una gragea diaria. Por tanto, en un plazo que oscila entre cuatro y seis meses y con un coste máximo de doscientos cuarenta euros -cuarenta mil de nuestras antiguas pesetillas- cualquier andaluz puede superar con garantías su adición al tabaco. Este dato se acrecienta ante el hecho de que doscientos cuarenta euros es una cantidad sensiblemente inferior al coste del tratamiento de cualquiera de las patologías que provoca el tabaco. Con poco dinero se haría frente con garantías al que se considera principal problema de la sanidad andaluza, dado los perjuicios que el tabaco acarrea: desde gripes o catarros rebeldes, hasta enfermedades pulmonares obstructivas, problemas cardiacos, o canceres en cualquiera de las formas en que el tabaco es causante directo.

Ante los argumentos de peso del paciente, el facultativo no dio opción a la esperanza: ¿Es imposible! La sanidad andaluza no consiente que se prescriba el indicado fármaco, a pesar de sus excelentes cualidades para desterrar el vicio. Nuestros políticos no permiten que con cargo al presupuesto de la Consejería de Sanidad se pague tal pastilla. Si usted es transexual -da igual que lo sea andaluz, catalán o gallego- y desea que le rebanen el miembro por hallarse descontento con la identidad sexual de la que Dios lo dotó, ninguna objeción hallará en los hospitales andaluces a que con cargo a los fondos públicos se subvencione el cambio de sexo, incluyendo tratamiento hormonal, psicológico y quirúrgico. Sin embargo, si desea una pastilla que le conduzca sin esfuerzos a dejar el tabaco, o la compra en la farmacia, o mejor hágase transexual.

Lamentablemente la historia aun continúa. Convencida al fin la persona equis, ésta se dirigió al Celador del Centro de Salud, quien sería el encargado de darle cita para la terapia. Para sorpresa de nuestro personaje, sentado frente al Celador -facultativo en funciones-, este de nuevo lo interrogó con relación al hábito, numero de cigarrillos diarios, frecuencia y otros menesteres. Finalmente, cuando el paciente pensaba que obtendría día y hora para iniciar su proceso desintoxicador, el diagnostico del celador fue fulminante: ¿eso que usted fuma no es malo!; ¿quien le ha dicho a usted que esa cantidad de cigarros hagan daño?... Comprenderán que hay cosas que solo pasan en Andalucía