La comandante Martínez-Valverde, junto al teniente coronel Baena, capellán de la base (en el centro), y el comandante Flores (derecha)
La comandante Martínez-Valverde, junto al teniente coronel Baena, capellán de la base (en el centro), y el comandante Flores (derecha) - la voz
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Los últimos de Herat

Tres gaditanos viven en primera persona la salida de las tropas españolas de Afganistán

maría almagro
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Ahora, en la base de Herat, en Afganistán, se vive con más calma. La relativa, claro, cuando el riesgo está tan cerca y el compromiso y la profesionalidad no te dejan quieto ni un segundo. A más de 6.000 kilómetros de Cádiz, en aquel campamento, el polvo lo inunda todo y la casi total ausencia de humedad te seca en seguida la boca.

Allí, al otro lado, la vida continúa sin descanso, no hay tregua para el medio millar de militares españoles que se encuentran en la zona desarrollando la operación 'Resolute Support', una misión de asistencia y adiestramiento del precario ejército afgano que tendrá pronto que valerse por sí mismo para defender sus tierras de los insurgentes.

El ritmo no para en este lugar donde conviven militares del ejército del Aire y de Tierra.

El hospital Role 2 sigue recibiendo pacientes y la gestión del aeropuerto local continúa su marcha. Han sido catorce años de operativo. Más de 18.000 soldados han pasado por allí, desde que en enero de 2002 llegaron los primeros 350. Muchas historias que serán recuerdos cuando, como ha anunciado el ministro de Defensa, regresen las tropas a finales de octubre y la misión se dé definitivamente por cumplida.

El 'Pater' de Camp Arena

Y entre todas esas historias quedarán las de tres gaditanos que están siendo testigos de excepción del fin y desmantelamiento del campamento. Javier Baena es uno de ellos. Linense, 46 años, teniente coronel destinado en la base sevillana de Morón y miembro de los cuerpos comunes como sacerdote. Es el capellán en Herat. El 'Pater', le llaman con cariño.

«Traslada la idea de un cura normal aquí», se explica desde tierras afganas. «Mi jornada comienza a las seis de la mañana aunque depende del día hay o no horarios. Este es un servicio 24 horas», bromea. Su compromiso:«que todo el mundo esté bien». «Ahora mismo el ánimo es bueno, está alto», cuenta. Lleva a la práctica la feligresía habitual. La misa es todos los días a las ocho y los domingos, a las doce. Y en ella, no falta ni el coro, ni cada día en la base el sentido del humor, «parecemos Los Fraguels pero no está mal» (ríe).

El 'Pater' llegó desde Morón a la base en julio dentro del protocolo de rotación de cuerpos comunes. Desde entonces no ha dejado de ayudar, no sólo en el terreno espiritual sino también ejerciendo las veces de psicólogo cuando ha hecho falta. «La fe ayuda siempre, más aún cuando estás lejos de la familia y te puedes sentir solo».

No es su primera misión. Es su tercera vez en Afganistán. Los capellanes suelen rotar frecuentemente. También estuvo en Líbano. «Todas son distintas. Te quedas con los momentos que compartes, con la gente que has conocido». Uno de esos capítulos que el padre Baena se llevará en la maleta con él para siempre ocurrió hace una semana cuando los niños de un orfanato local fueron invitados a la base. «Hicimos una campaña de recogida de material y juguetes con la participación de nuestras familias. Fue impresionante, sus caras... ese momento nos ha quedado marcado a todos».

La visita de los niños de un orfanato local a la base ha sido «uno de los mejores momentos»
La visita de los niños de un orfanato local a la base ha sido «uno de los mejores momentos»

A más de seis mil kilómetros el 'Pater' echa de menos el mar, «incluso los torbellinos que se forman en La Línea», y «por descontado a mis padres». Pero dice que «se asume», «saben a lo que nos dedicamos y donde estamos». Aún así confiesa que volvería sin dudarlo. «Aquí te das cuenta de lo afortunados que somos. Cuando veo a esos niños pienso muchas veces en mis sobrinos y me alegro que ellos sí puedan llevar una vida sin miedos ni peligros». El padre Baena se marchará con una doble sensación. «La alegría por ver a la familia y la pena al recordar a los compañeros que han caído -99 militares y dos intérpretes durante estos 14 años de misión- Es gente que has conocido y te marcan el camino. Nunca se les olvida».

Farmaceútica de 24 horas

Lola Martínez-Valverde, isleña, comandante del Cuerpo Militar de Sanidad pasó el viernes su 45 cumpleaños en Herat. Lejos de su marido y de sus tres hijas (de 9, 11 y 15 años) pero con «la satisfacción del trabajo hecho». La militar de San Fernando es farmaceútica en el Hospital Role 2, conocido por ser una de las 'joyas de la corona' del Ejército español y cuyo funcionamiento sirve de ejemplo para los repliegues de otras fuerzas internacionales.

El trabajo de la comandante comienza también a primera hora de la mañana. Llegó hace relativamente poco pero esta será su tercera vez también en Afganistán. Ahora suministrando y controlando los medicamentos que se dispensan en el centro hospitalario que se levantó en 2005 y que cuenta con quirófano donde se tratan a militares heridos y casos especiales de la población civil.

De su recorrido por la base, la isleña recuerda especialmente su primera vez cuando España formaba parte de la operación de combate ISAF. «Había muchas más bajas por los atentados o las minas, más urgencias y operaciones». Ahora, aunque con más calma, el trabajo no cesa hasta la marcha. «Aunque tengamos nuestro horario hay que dispensar cuando se necesite. Es como una farmacia de guardia continua», explica.

Martínez-Valverde en la farmacia del hospital
Martínez-Valverde en la farmacia del hospital

Martínez-Valverde es una de las cuarenta mujeres que se encuentran en el Camp Arena Herat (como se llama de manera ‘oficial’ el campamento). Ser mujer no es distintivo, asegura. «Lo único que nos diferencia es que estamos en otro pasillo, el nuestro es el C. El aseo es común para nosotras y así es más cómodo». Tres hijas le esperan con ganas en Madrid donde tiene su destino. «Se las echa mucho de menos pero ahora las comunicaciones ayudan. Hablo todos los días con casa por Skype a las cinco de la tarde, (nueve en España). Eso no es que sea suficiente pero ayuda mucho».

Para la farmaceútica los peores momentos durante sus estancias en Afganistán se han vivido cuando han fallecido compañeros. «Eso es muy duro», insuperable sin la otra cara, «haber conocido a una gente que de no venir aquí jamás la hubiera visto en mi rutina diaria». La isleña recuerda de su tierra «el olor a mar», «sobretodo aquí que es todo tan seco».

La experiencia es un grado

Francisco Javier Flores también es uno de los ‘últimos’. Gaditano, nacido en la Plaza de las Flores (valga la redundancia), comandante del Ejército de Tierra y miembro de la Plana Mayor. Militar de vocación y oficio está casado y sus dos hijos, de 6 y 10 años, le esperan impacientes en Canarias donde tiene actualmente su destino.

El comandante Flores lleva más de cinco meses en el campamento pero tampoco ha sido la primera vez que ha pisado tierras afganas. La primera fue en 2004 en Kabul y la anterior a esta, en 2011, en Herat pero en el Camp Stone. «Me voy a comprar aquí un chalecito», bromea.

«Para los que quedamos es un orgullo estar en este último contingente. Significa que la misión está cumplida y eso es una gran satisfacción para todos. La situación ahora está mucho mejor y se han cumplido los objetivos», explica al otro lado del teléfono. Jefe de la Sección de Personal, el comandante gaditano valora la relación que ha habido entre los dos ejércitos, el de Aire y el de Tierra que han trabajado de la mano en todo momento.

El comandante Flores, en su puesto de trabajo
El comandante Flores, en su puesto de trabajo

La jornada para el comandante Flores comienza temprano. Lo primero, el ejercicio físico. Bien en el gimnasio que tienen en la base o dentro del perímetro. «Aquí a las cinco de la mañana ya es de día. Y así, todo el año», aclara. Tras la carrera diaria llega la reunión del día con la Plana Mayor que repasa la situación y asigna a diario nuevas tareas. Además coordina el trabajo de los catorce intérpretes con los que cuentan. «La relación con el personal afgano ha mejorado mucho, al igual que la situación».

Ahora que parte de nuevo, Francisco Javier Flores, imagina cuál será la próxima misión. Por ley tendrá que pasar un año antes de que le envíen de manera forzosa a otra. Saben que hay mucho trabajo por hacer pero al llegar al fin de un nuevo viaje es momento de balances.

El comandante recuerda de manera especial su paso por Nicaragua y Honduras, cuando casi recién salido de la academia militar asumió la misión humanitaria de ayudar a Centroamérica tras el devastador paso del huracán 'Mitch'. «Hicimos puentes, arreglamos carreteras, estaba todo destruido. Fue impresionante». Y aunque aquello ocurrió hace siete años la sensación se repite. «Siempre queda un regusto amargo. Como que siempre se puede hacer más... Me podría quedar veinte años que seguiría habiendo cosas por hacer, pero hay que pensar que estamos donde tenemos que estar».

En cuanto al miedo y el riesgo dicen que se aprende a convivir con él. «Se sabe, se asume. Eso es innato en nuestra posición, hay variables que no controlas aunque se tomen todas las medidas de seguridad posibles», confiesa. Algo que conoce sobradamente la familia de cualquier militar u otra fuerza de seguridad. En el caso del comandante Flores, su madre y sus hermanos lo sufren desde Cádiz. Hablo con ellos cada dos o tres días e intentamos charlar de cosas normales, no de preocupaciones porque es peor. Me gusta que me cuente cotilleos, lo del segundo puente, si hace levante...», ríe.

Facetime le ayuda a este gaditano a contactar cada día con su mujer e hijos en Canarias. «Cuando ves cómo viven aquí los niños, se aprende a valorar lo que tienen los tuyos. Lo peor es cuando ocurre algo en casa y te sientes impotente porque no puedes hacer nada».

Cuando se cierren las puertas en el Camp Arena, el comandante Flores se quedará también con cientos de recuerdos. «He hecho amigos para toda la vida». A su regreso irá a Canarias y en cuanto pueda vendrá a Cádiz. «Estoy deseando pasear por San Francisco, llegarme a la Catedral, ir a la playa...». Atrás quedarán muchas risas y algún llanto. Para el comandante misiones como la de Herat son las que dan sentido a su profesión. «Para esto nos hemos formado».

Dice que su primera semana en España será «rara». Como cada vez que él o cada uno de sus compañeros regresa a casa. «Cuesta adaptarte. Puede parecer mentira pero echas de menos muchas cosas. Llegas y de repente tienes todas las posibilidades por delante. ¡Puedes elegir qué quieres hacer! A veces es complicado».

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