opinión

Ratas

ramón Pérez montero
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Las ratas afloran en cubierta. Saltan aquí y allá delante de tus ojos. Sin descanso. Cuando estos animales premiados por el instinto con el don de la supervivencia abandonan las bodegas es porque presienten muy próximo el naufragio. Los que formamos el resto del pasaje deberíamos estar más atentos a su inusual comportamiento.

Las ratas son animales de sentina. Medran en su espesa oscuridad, engordando gracias al expolio al que someten a la parte más apetitosa de la carga. Suculentas mordidas a empresarios, jugosas adjudicaciones de obras públicas y privatizaciones de saldo, la delicia de los fondos de reptiles, nutritivos expedientes de regulación de empleo, sabrosas comisiones por importación de petróleo y venta de armas, sustanciosos desfalcos en las entidades financieras y aun en las arcas municipales, sazonados patrocinios de las mejores familias, apetecibles sillones en los consejos de administración de las grandes empresa a cambio de favores políticos.

Cuando esta infatigable actividad de cebado se lleva a cabo lejos de nuestra vista la estabilidad de la nave no parece correr peligro. Quizás sea el precio a pagar por el mantenimiento de la ficción democrática. Podemos continuar con nuestra fiesta en cubierta mientras los insaciables roedores continúan a lo suyo. Pero si descubrimos a las ratas saltando entre los elegantes vestidos largos y merodeando en torno a los canapés, eso sí debe ser motivo de alarma.

Estos astutos animales nos están ofreciendo, contraria a su voluntad, esa valiosa información de la que va a depender quizás no el nuestro, pero sí el futuro de nuestros hijos. Ellos saben ya algo que a nosotros se nos escapa. Ellos ya saben que el actual sistema neocapitalista que rige esto que llamamos Primer Mundo se encuentra en situación de ruina irreversible. Ellos saben que el desmoronamiento de este colosal edificio es tan inevitable como en su día lo fue el del monstruo del Socialismo de corte soviético. Lo saben pero no nos lo dicen, sino que tratan de dar sus últimos y más desesperados bocados al grito de sálvese quien pueda. Y nosotros, el resto del pasaje, sordos a sus chillidos y ciegos ante su frenética aparición sobre cubierta.

No nos alarmamos ante sus más impúdicos y desesperados intentos de enriquecimiento rápido a plena luz del día, con el cinismo de quienes se declaran insolventes vestidos de Armani y con el asesoramiento de letrados de minutas millonarias. Mientras ellos transfieren sus capitales a territorios de fiscalidad paradisíaca, diseñan sus planes de reparto de la riqueza mundial en torno a mariscadas en la imperturbable intimidad del lujo de sus yates, mientras conspiran sobre la mejor forma de continuar sangrando a los consumidores con los recibos de la luz, rapiñan los fondos buitres de viviendas desahuciadas y despellejan a los ignorantes a base de preferentes, mientras diseñan leyes a la medida de sus propios intereses o se apoltronan en sus escaños en los cementerios de elefantes de las cámaras de representación popular, se fijan ricas pensiones vitalicias y aseguran sin rubor el futuro de sus vástagos, mientras todo eso ocurre en medio de una tempestad sin fin, entre el oleaje de la pérdida de derechos y un sangrante desempleo, la mayoría de los pasajeros del barco vive confiada en el pronto retorno de los buenos tiempos sin ver peligrar el equilibrio de la nave.

Ahora las ratas han abandonado la tenebrosa seguridad de sus guaridas y su indecorosa danza sobre la cubierta es signo elocuente de una oscura premonición.

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