Pareja

¿Y si Bridget Jones hubiera vivido en tiempos de Tinder?

En la biografía «Todo lo que sé sobre el amor» la periodista Dolly Alderton narra las desventuras que vivió de los veinte a los treinta años

Fotograma de la película «Bridget Jones: sobreviviré» ABC
María Alcaraz

María Alcaraz

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Bridget Jones tenía muchos problemas, muchas veces un poco absurdos, casi siempre irrisorios, y que para ella eran todo un mundo. Pero, aún con las desventuras amorosas como el foco primordial de su vida, la desastrosa británica no afrontaba algunos conflictos que forman parte del día a día de «las Bridget Jones» de la actualidad. Ella escribía sobre sus «desgracias» en un diario, no en Twitter; borraba a sus ligues de la agenda de contactos, no de Instagram; y se encontraba a sus exnovios en bares, no en Tinder.

Para asumir el arquetipo de lo que, desde un lugar común, podríamos denominar la «Bridget Jones millennial», llega la escritora y periodista británica Dolly Alderton , que comparte con el personaje de ficción nacionalidad, profesión y desdichas vitales. En su libro «Todo lo que sé sobre el amor» , todo un fenómeno literario que ganó el National Book Awards en 2018 a la mejor biografía, y vendió más de un millón de ejemplares en Reino Unido ese mismo año, la autora desgrana su vida y narra la década de su veintena, aquella que la moldeó y transformó hasta llegar a lo que es hoy.

Portada del libro Planeta

Si hay un concepto que se mantiene vigente a lo largo de las páginas del libro, ese es el de la amistad. Hable Alderton de sus relaciones amorosas, de sus trabajos, de sus mudanzas o de su relación con la fiesta y el alcohol, las amistades siempre lo impregnan todo , a modo de drama, de ayuda o de complemento. El pilar sobre el que se consolida todo esto es su amiga Farly, una constante a la que la periodista se ha aferrado desde se conocieron con apenas cinco o seis años y que siempre forma parte de todas sus historias, y con consiguiente, de su propia persona.

La escritora vierte entre sus relatos de rupturas y fracasos románticos sentimientos como los celos, el miedo o la inevitabilidad del miedo a la soledad, pero todos estos comportamientos los repite de manera inconsciente con su amiga del alma: siente una maraña de celos terrible cuando esta se va a casar, se siente traicionadísima cuando dejan de compartir piso, y experimenta un miedo irracional y constante ante la idea de poder perder su relación.

Pero no es solo esto de lo que escribe la periodista. Aborda también su, nunca mejor dicho, tóxica relación con el alcohol. «Era evidente que, aunque a todo el mundo le gustaba beber, a mí me encantaba (...) era por la sensación que me provocaba, pero también porque echarle alcohol a mi cerebro hacía que todo se diluyera y se suavizara», cuenta Alderton. Así, relata cómo durante sus años universitarios se entregaba en cuerpo y alma a la bebida en las fiestas y se avergüenza de no recordar la mayoría de noches de aquella época. Pero, también hace un interesante análisis sobre la importancia que le otorgamos al alcohol de manera social y cómo muchas veces nos sentimos fuera de lugar en contextos festivos sin una cerveza o copa de vino en la mano.

Sin pudor alguno por mostrar sus vergüenzas, Alderton habla sobre la tortuosa relación que mantiene con su propio cuerpo. «Al hacerme mayor, y afortunadamente, más consciente del precioso regalo que es un cuerpo funcional, me sentí avergonzada y perpleja por haber tratado el mío tan mal», llega a la conclusión, después de mostrar los problemas que experimentó con su peso, el momento en el que sentía que estar muy delgada era lo único sobre lo que podía tener control, y como se machacaba por intentar alcanzar un ideal absurdo e imposible que hizo mella en su salud mental y física.

Dolly Alderon Planeta

Alderton habla sobre un millar de cosas más: independizarse, vivir con amigas y alcanzar ese momento con el que se sueña desde adolescente para darse después un golpe de realidad; acudir al psicólogo por primera vez y sentir vergüenza por contar los problemas propios, para después experiementar una dependencia emocional, y más tarde ver todo lo que se ha aprendido; cambiar de empleo, y cobrar un sueldo bajo, y trabajar muchas horas, y no tener claro que rumbo tomar; ligar en tiempos de Tinder , asumir que ya nadie se conoce en bares, entregarse al algoritmo de una aplicación móvil y resignarse a esa caduca y casi efímera manera en la que se entablan ahora las relaciones.

La lista es muy larga y los temas y situaciones a veces un poco extremos, pero no por ello menos empatizables. A todo el mundo le han roto el corazón, al igual que ha terminado en fiestas a las que no tenía muchas ganas de ir , ha bebido vino porque el contexto lo obligaba, se ha peleado con amigas para luego reconciliarse al rato y ha montado mucho más drama del necesario por nimiedades como que alguien no conteste un mensaje de texto.

Dolly Alderton y Bridget Jones han tenido problemas parecidos. Ambas se han enfrentado a la precaridad laboral, a relaciones rocambolescas y a no sentirse a gusto es su propio cuerpo. Ambas han ligado, cada una dentro de los códigos de su época, y han fracasado en el intento. Pero hay una flagrante diferencia. Alderton, a lo largo de sus «felices años veinte» va aprendiendo una lección muy valiosa. La chistosa Jones terminaba en todas sus pericias literarias y cinematográficas en los brazos de un hombre. La igualmente chistosa Alderton también acaba en unos brazos, pero son los propios. Durante toda su vida da muchas vueltas, pero al final se da cuenta: nadie la cuidará mejor de ella misma.

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