La playa de El Rompido en Huelva
La playa de El Rompido en Huelva - ALBERTO DÍAZ
ANDALUCÍA

El Rompido, el pueblo de pescadores que supo resistir al turismo

Es el último reino de cazadores de barriletes o bocas, un crustáceo que se ha convertido en símbolo y reclamo turístimo del pueblo marinero onubense

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Cada bajada de marea en la desembocadura del río Piedras se convierte en un espectáculo a orillas de El Rompido (Cartaya). En este pequeño núcleo marinero situado frente a un espacio único en todo el país, La Flecha o Nueva Umbría —una lengua de arena que discurre paralela a la costa a lo largo de unos diez kilómetros de playa virgen—, los fangos que quedan al descubierto en la bajamar son colonizados por miles de pequeños crustáceos que se conocen con el popular nombre de barriletes y son ya un símbolo de la zona.

Los barriletes o bocas permanecen alejados de toda mirada durante los meses de frío en el interior de sus minúsculas cuevas excavadas en las orillas de la ría, a las que se retiran para reproducirse hasta que las temperaturas se suavizan en primavera y deciden comenzar a salir.

Su presencia se puede detectar bajo el fango por unos pequeños orificios que quedan a la vista, de los que salen en busca de comida.

La captura de los barriletes queda en las exclusivas manos de un grupo reducido de personas del lugar, conocedoras de los hábitos del crustáceo y de las condiciones en las que se debe llevar a cabo. Estos expertos se pueden casi contar con los dedos de una sola mano, según el concejal de Turismo, Playas y Pesca de Cartaya, Bernardo Hurtado. Además de experiencia y conocimiento, los «cazadores» de barriletes deben tener además unas buenas condiciones físicas y disponer de un calzado especial porque hay que correr detrás de los pequeños cangrejos sobre una superficie nada fácil, muy resbaladiza, que ha puesto en difícil situación a más de un aficionado.

«Es un auténtico atractivo turístico, la gente se queda impresionada», afirma el responsable de Turismo, hasta el punto de que el Ayuntamiento dedica desde hace varios años un festival al crustáceo en primavera, época en la que comienza a ver hasta finales de verano, mientras no caigan las temperaturas.

Los «cazadores» de barriletes, un oficio arraigado en la zona, arrancan la pinza comestible a cada ejemplar (la de mayor tamaño), un manjar al que se puede acceder por unos 24/25 euros el kilo. «Tiene este coste por su sabor y por lo que cuesta cogerlos», subraya Hurtado.

El barrilete, como antaño lo fueron sus «berdigones» (berberechos)hoy escasísimos, es un símbolo de El Rompido, un paraiso que ha sabido adaptarse a la triple transición de pueblo de pescadores a lugar de veraneo de segunda residencia y más recientemente a enclave turístico con hoteles y núcleos residenciales de calidad sin por ello perder su esencia ni sufrir los problemas de masificación de otras zonas de la Costa de la Luz. Contemplar desde la ría en un barco la espectacular puesta de sol, es un placer que vale la pena reservar en vacaciones.

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