ENTREVISTA

«La gran revelación para Pablo Ráez fue la de renunciar a tener miedo»

Emotivo recuerdo del padre del joven fallecido hace un año que consiguió multiplicar las donaciones de médula en España

Francisco Ráez hace el gesto de «Siempre fuerte» que popularizó su hijo FRANCIS SILVA

J. J. MADUEÑO

Ayer se cumplió un año de la muerte de Pablo Ráez. Su padre, Francisco Ráez, le recuerda con una sonrisa. «Siento que usurpo a mi hijo», dice cuando se le pide que pose haciendo el gesto de «Siempre Fuerte» con el que el aquel chaval de 20 años consiguió multiplicar las donaciones de médula en España. Reconoce que está aprendiendo a vivir con Pablo «de otra manera» y que le ayuda el cariño que recibe de la gente que sigue teniendo a su hijo como un ejemplo a seguir.

¿Cuál es el legado de Pablo Ráez?

Una de las cosas importantes es que no tenía miedo. Aunque pasó mucho dolor y sufrimiento y también miedo al principio, su iluminación vino cuando lo perdió. Las redes sociales sirvieron para comunicar su historia. A su generación la acompañará durante el resto de su vida. Dijo a los médicos que quería fomentar la donación de médula y le contestaron que eso iba a ser para la gente que lo conocía, pero puso el corazón y todos se sintieron identificados. La desgracia ha sido absorbida por la sociedad y se ha transformado en ternura, cariño y amor. Ésa es su trascendencia.

¿Cuándo supo que se moría?

Tras el segundo trasplante supo que la habían cagado. La primera vez pensaba que se curaba, pero la segunda vez el miedo no se lo curaba nadie. La preocupación hacía que una semana antes de la revisión estuviera con diarreas, angustia… No era vida. La gran revelación fue renunciar a tener miedo. Reflexionó sobre si valía la pena tener una vida así. Lo superó. Los tres últimos meses con Pablo fue como vivir con un buda. Tranquilidad, cariño, disfrutaba de cualquier cosa, poder estar con él viendo ese disfrute, sin rencor, sabiendo que se iba…

¿Cómo ha sido este año?

Duro y de pensar mucho. Noto su presencia cuando estoy bien, más que cuando estoy triste y derrotado. Tampoco creo que me puedo permitir el lujo de estar mal, porque hay gente que sigue sufriendo en los hospitales o que ni siquiera sabe que, lo que nos pasó, les va a pasar también. El aniversario es complicado, pero quiero ver lo bueno. Su apuesta por una sociedad más comprometida sigue vigente. Las donaciones se dispararon y todo el mundo sabe las cifras. Todos saben cómo donar. Hay gente que me escribe y me dice que quieren cumplir 18 años para ser donantes.

Este año sin embargo han bajado. ¿Se desinfla el efecto Pablo Ráez?

Eso es normal. La administración se ha visto desbordada, porque se esperaba llegar a 250.000 donantes en 2020. De hecho, han bajado la edad para poder donar a los 40 años. Cuanto más joven sea la médula más posibilidad tiene de luchar contra la del enfermo. El problema de la leucemia de Pablo es que su médula era tan potente era como él; qué medula le ponían. Tenía que ser alguien como él. Pero la juventud ahora está concienciada. Pablo tenía claro que, más que la donación, lo importante era el compromiso de los jóvenes con su sociedad. La leucemia, al final, se curará por otros caminos. Lo fundamental era la existencia de compromiso.

¿Hace falta más investigación?

Sí. Y gente más creativa. Tenemos una medicina donde el paciente es pasivo. A un paciente activo no lo quieren en los hospitales, pero el enfermo es experto en lo que toma. Eso está al margen en la investigación. No hay una conexión, pese a que hay nuevos campos con el perfil genético y los tratamientos personalizados. Pablo no fue un paciente preferente, pero abrió otra forma de enfocar la enfermedad. Nosotros éramos reacios a que contara lo que le pasaba. Pero en la rutina de los hospitales es bueno porque te distrae. Hay que tener comodidades para hacer la vida de los enfermos más agradable. La sanidad también tiene que tirar por el acompañamiento. La medicina, si no cura, parece que fracasa, pero eso no es así. Luego debe haber un acompañamiento muy humano hasta el final. Llegó un momento en el que a Pablo no lo llevaba un médico, sino un comité. Pero fue perfecto porque se sintió muy afortunado por todo lo bueno y bonito que le pasó.

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