Un funcionario de prisiones: «Los presos han dejado de castigar a los violadores»

Un trabajador de la cárcel cuenta cómo es el trabajo dentro de un penal en Andalucía y su relación con los internos

Interior de la cárcel de Morón ABC

M. M. T.

«Yo no trabajo en la cárcel por vocación. Nadie lo hace», confiesa Antonio, funcionario de prisiones en Andalucía. «Es que, imagínate: tienes que entrar todos los días a un módulo con 150 tíos. Y uno ha matado a su mujer, el otro a dos en un atraco, el otro es un violador. Es duro». Aunque tampoco es lo que era, explica. Por ejemplo, los presos «ya no castigan a los violadores. Como están separados, los violadores conviven con otros condenados por lo mismo en módulos aparte. Igual que lo terroristas. Cada tipo de delito en un módulo».

La justicia carcelaria es un mito , algo del pasado, como lo es la imagen del yonki adicto a la heroína en los corredores de los presidios. «Los presos ya no se pinchan, no les hace falta», explica Antonio. Ahora, dice, la droga se la da el Estado. «En la enfermería de la cárcel les dan los trankimazines o la metadona, así que ya casi no hay trapicheo tampoco de drogas. La que hay viene de dentro».

Que no haya trapicheo no implica que las drogas no causen problemas . «Hay presos que venden sus pastillas o su metadona a otros. Y el resultado es que quienes las compran sufren sobredosis y quien la vende, le entra el mono y se pone agresivo, así que agrede a otros internos o a los funcionarios ».

Las peleas, por drogas o por otra razón, son un asunto peliagudo dentro de prisión. « Esto no es como la calle , que se arregla todo gritando y con dos empujones. Aquí tienen pinchos y cuchillos caseros», explica Antonio. ¿Cómo consiguen las armas? Relatan los funcionarios que se pueden hacer con uno en diez minutos. Afilando el pincho de la hebilla del cinturón, tienen un objeto punzante. Pero el ingenio les da para mucho más. «A veces afilan un cepillo de dientes, el mango, que es de madera o de plástico . Y eso ni siquiera salta en el detector de metales. También usan las maquinillas de afeitar. Quitan las cuchillas, las pegan a un palo con cinta aislante y tienen lo que ellos llaman un “cortacuellos ”».

A veces, ni siquiera les hace falta un arma: «Yo he visto el caso de un abuelo, un señor mayor que estaba comiendo mejillones de una lata, comprado en el economato. Llegó un preso y le pidió que le diera dos. El viejo se negó, así que el otro cogió la lata y le rebanó el cuello. Lo mató por dos mejillones»

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